Lo que es realmente alarmante es el ataque de Lafaurie contra la organización campesina y su movilización a favor de la reforma agraria. Alarmante porque tanto el reformismo agrario de López Pumarejo de mediados de los años treinta del siglo pasado, como el de Lleras Restrepo de finales de los sesenta del mismo siglo, son antecedentes históricos que indican que esa retórica va seguida del entierro de la reforma agraria y de violencia contra el campesinado y sus organizaciones. Contra el reformismo de Petro hay terratenientes y sectores de derecha que quieren utilizar la fatal formula ya conocida.
En un desafiante comunicado a nombre de Fedegan, Felix Lafaurie llamó a activar “brigadas de solidaridad ganadera” para prevenir o enfrentar “invasiones” campesinas a las fincas. Se ufana de que los campesinos tuvieron miedo cuando vieron 400 Toyotas en una demostración de fuerza terrateniente en Plato Magdalena. Tiene razón Lafaurie: eso causa miedo. Es que se parece mucho a lo que conocemos de paramilitarismo. ¿Por cada Toyota y cada “brigada” cuántas armas amparadas y no amparadas hay? ¿Cuántos “brigadistas” pueden contratar para oponerse a la lucha por la tierra? ¿Cuántos campesinos más van a caer?
Cuando el presidente Petro replicó el 6 de septiembre que esas palabras de Lafaurie eran una incitación al paramilitarismo el líder de los ganaderos se mostró ofendido y dijo que a él Petro no lo podía tildar de paramilitar. Y claro, a Lafaurie nadie lo ha visto en traje militar con un arma en la mano como si fuera un Castaño o un Jorge 40. Lafaurie nunca ha disparado un tiro pero sí ha ayudado a construir un discurso que de hecho legitima al paramilitarismo; niega la existencia de los terratenientes y el latifundio alegando que la mayoría de los ganaderos son pequeños y medianos propietarios; dice que no se puede permitir que se repita la historia “nefasta” de la ANUC pasando por alto que esta organización y las luchas campesinas fueron objeto de una destrucción a sangre y fuego.
Todas estas distorsiones se escudan en la condena a la guerrilla a la cual ve no solo cometiendo crímenes sino instrumentalizando a los campesinos y sus organizaciones de base. Claro que las guerrillas especialmente en sus orígenes tuvieron estrecha relación con algunos sectores campesinos de su entorno y más tarde construyeron nuevas relaciones en las zonas cocaleras y de minería ilegal. Sin embargo, se necesita una buena dosis de cinismo para desconocer que las organizaciones campesinas han tendido ante todo problemas con la guerrilla y otros grupos armados. Estos no pueden aceptar en sus predios una organización autónoma y menos si es parte de una organización nacional como la ANUC que ellos no dirigen ni pueden dirigir.
Indicativo del ambiente que crea la proclama de Lafaurie contra la movilización campesina es la actitud del periodista que acosó a la ministra con la pregunta de ¿qué haría si en la movilización los campesinos comenzaban a secuestrar o matar? Se refería el periodista a la asambleas y manifestaciones programadas para fines de septiembre en varias zonas del país. Esta movilización había sido acordada entre la Agencia Nacional de Tierras y la ANUC y unos días antes y motivaron las declaraciones de Lafaurie. Pero en la paranoia antireformista la movilización campesina se ve como una conspiración fraguada entre ANUC grupos armados.
Sin embargo, hay algo que sorprende en los pronunciamientos septembrinos del líder ganadero. No es el Lafourie del último año que dialogaba con Petro, sino que se parece al de años anteriores, al que hacía campaña presidencial al lado de Rodolfo Hernández.
Desde que Petro ganó la Presidencia hace un año, Lafaurie había cambiado el discurso y se declaraba favorable a la reforma agraria y a la paz que se negocia con el ELN. A nombre de Fedegan ofertó más de un millón de hectáreas que se venderían al gobierno para reforma agraria. Luego, por designación del Presidente, pasó a integrar una comisión oficial para las negociaciones con el ELN. Y el país democrático respiró tranquilo pues con esta actitud del líder ganadero se esperaba que se calmaran los terratenientes más recalcitrantes que evidentemente podían desatar procesos de desestabilización contra un gobierno que ellos veían como enemigo.
El pronunciamiento del Lafaurie “brigadista” fue para expresar su rechazo a la propuesta institucional de agilizar los lentísimos procesos de compra de tierras. Puso el grito al cielo diciendo que es una amenaza a la propiedad privada. Pero sin darle muchas vueltas al asunto se puede decir que el proceso de reforma rural que adelanta el Ministerio de Agricultura y la Agencia Nacional de Tierras es muy débil y lento comparado con el proceso de la época de Lleras Restrepo. A esto se refirió hace unos días Patricia Lara en su columna en El Espectador.
La propuesta gubernamental no constituye el fin del mundo y por eso volvió Lafaurie a la mesa de discusión. El proceso sigue siendo fundamentalmente una compra de predios, especialmente de los ofertados por Fedegán. Hay que aclarar que la mayoría de estas ofertas están por fuera de las zonas de reforma agraria o son predios en los que algún requisito falta para que el Estado pueda comprarlos.
Lo que no puede pedir Lafaurie es que se detenga el proceso de organización campesina y tampoco que los campesinos acepten manicruzados el desmonte del reformismo agrario de Petro. Lo que hicieron los terratenientes más recalcitrantes contra la Ley de Tierras de López Pumarejo y contra el INCORA de Lleras lo quieren repetir ahora.
Las asambleas y las concentraciones campesinas, como las programadas para el 27 de septiembre, les parecen a la derecha una invitación a la violencia contra la fuerza pública y una señal para invadir fincas. Se imaginan un escenario en el que los grupos armados instrumentalizan de la movilización para que maten y secuestren.
Lafaurie dice que no se puede repetir la experiencia, según él nefasta, de la ANUC. Pero oculta que las fincas tomadas a comienzos de los setenta las hicieron campesinos sin armas y sin apoyo armado. La ANUC quería forzar al INCORA a que negociara esas tierras con los propietarios. En algunos casos esto se logró, pero el final trágico que oculta Lafaurie es que esos campesinos fueron luego desalojados a sangre y fuego por los grupos del paramilitarismo que en sus comienzos eran inocentes cooperativas de vigilancia según la definición de sus fundadores.
Para amañar la historia Lafaurie se inventa a los “desalambradores” de los cuales nunca se habló en los años setenta pues los campesinos de ANUC hablaban de “recuperar la tierra” y cuando se quería denigrar de ellos se los calificaba de “invasores”. Tal vez Lafaurie oyó cantar a estudiantes de izquierda una canción que venía del sur del continente y que hablaba de desalambrar a favor de la tierra en común. En lo que no se equivoca el líder ganadero es que sus “brigadas solidarias”, con Toyotas o sin ellas, producen miedo pues de no frenarse a tiempo repetirían la historia de Colombia y su reforma agraria cercenada.
Nota: Terminado este comentario se confirmó la grave noticia de que un grupo de militares haciéndose pasar por guerrilleros amenazaron a una comunidad campesina en Tierralta (Cordoba). Con mucho valor los campesinos y ante todo las campesinas se enfrentaron a este atropello que fue documentado en un video. Sobra decir que esto solo es posible porque hay una cultura que cultiva la sospecha contra el campesinado como enemigo real o potencial. Esta vez la institucionalidad nacional e internacional y la prensa han reaccionado condenando el hecho y ofreciendo o pidiendo garantías para el campesinado de Tierralta.
José Miguel Gamboa
Foto tomada de: Revista Credencial
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