La obra de la paz
Y no es para tanto. El hombre se ha esforzado por sacar adelante un gran propósito nacional, la paz. Lo cual no es algo desdeñable, ni como meta de Estado, ni como decisión gubernamental, ni como una gestión, que incluye capacidad de negociación y construcción de consensos eficaces, es decir, gobernabilidad. Toda una política pública de gran calado. Y no es solo eso. Es que, además, ha coronado el proyecto. O, bueno, casi. Aún falta la implementación, es cierto. Pero haber sellado esa especie de tratado, contra el escepticismo de muchos; y haber llegado hasta la increíble concentración de casi 7.000 hombres y mujeres armados, en las Zonas Veredales de Normalización; y, de ñapa, haber comenzado creíblemente su desarme; es un logro, francamente histórico.
Opinión pública y Acuerdo de Paz
Claro está que a la paz tampoco le va nada bien con la opinión; al menos, con la que asoma sus humores y destila su bilis, en las encuestas. Que el 62% de los colombianos piense, a esta alturas del paseo, que las FARC no van a cumplir con lo que ellas mismas pactaron, es un hecho que tiene los contornos de una doxa (opinión) caprichosa e inverosímil. Y que ella reflote en los momentos en que los 6.900 guerrilleros han marchado con entusiasmo hacia los lugares de concentración; vigilados, rodeados y protegidos; por las Fuerzas Armadas, un hecho que hacia irreversible el camino; casi deja ver trastrocamientos de alucinación en la percepción colectiva. La cual, quizá, dé cabida a una película al revés, pues en vez de captar, en las marchas guerrilleras, el éxodo hacia el abandono de las armas, visualiza más bien, entre los temores y las ilusiones ópticas del caso, el andar amenazante hacia el frente de batalla.
El presidente y la paz
En esas condiciones, no sabemos cabalmente si el presidente arrastra en su caída a la paz; o ésta – malquerida por muchos colombianos – mantiene a Santos sobreaguando en el mar del escepticismo y de la desconfianza. Por desgracia, ambos – aunque venturosamente unidos en su mismo destino histórico – permanecen también atados, el uno al otro, en sus infortunios de la coyuntura; pues sucede como si corrieran con la mala suerte de los dos náufragos que, tratando de ayudarse, se lesionan sin remedio.
Un entendimiento con las FARC no podía sino perjudicar la imagen de Santos, que así se iba a ver rodeado de malquerencias, por la simple transferencia de cargas negativas, de las que era objeto esa guerrilla. A la inversa, una paz dirigida por Santos, no podía sino convertirse en el recipiente de todas las malas energías, provenientes de quienes han visto en el presidente poco menos que a un traidor; por cierto, en un país, que para Álvaro Gomez Hurtado – la sonrisa en los labios – era mayoritaria y redomadamente conservador, aunque votara por los liberales; un calambur dicho en los tiempos del Frente Nacional; no hace mucho, en todo caso; y eso que entonces no conocíamos al Álvaro Uribe de hoy.
No era pues anormal, si hemos de mirar bien las cosas, que en los últimos cinco años, tanto Santos como las negociaciones de paz; por muy sincronizados que estuvieran con la historia, no tuvieran en cambio sintonía con la opinión. Todo ello, suponiendo, obviamente, que la paz encarnara, como no podía ser de otra forma, la razón histórica; tal como lo pensaban los griegos de la antigüedad o como lo postulaba Erasmo de Rotterdam en 1515, o como lo deseaba fervientemente el muy ilustrado Emmanuel Kant, a finales del siglo XVIII.
En todo caso, la dificultad que se levanta no podría ser más empeñosa: después de la firma del Acuerdo, cuando ya se escuchan los clarines silenciosos de las armas que enmudecen, sigue existiendo una desconfianza desmesurada en la paz y en sus protagonistas.
Contrastes en la opinión y candidaturas
Pero un contraste tan altisonante, una paradoja tan desproporcionada, entre la historia y el momento, entre el sentido y la doxa, tenía que traducirse en una sensible contradicción, al interior de la propia opinión.
Al tiempo que esta última desaprueba a Santos y desconfía de la paz con las FARC, catapulta al primer rango de favorabilidad a Humberto de la Calle; casualmente, el director de esas negociaciones, el mismo que llegó a consensos con la guerrilla; y que lo hizo en nombre del presidente.
Paradoja intensa, de donde podríamos sacar una conclusión, en el sentido de que la opinión pública aún está anclada en fijaciones contra Santos y contra las FARC, los actores responsables de la paz. Pero que por otra parte alberga un sentimiento positivo frente a esa misma paz, aunque no la sienta muy próxima.
Los candidatos y las preferencias
En realidad, De La Calle es el líder indiscutible en el campo de las opiniones favorables, aún por encima de Uribe Vélez, el jefe del pelotón por años. Según Gallup, ese mismo personaje que dirigió las negociaciones en La Habana goza hoy del 49% de favorabilidad, objetado solo por el 22% de desfavorabilidad, un indicio de que la polarización no atenaza su figura. La paradoja política resalta bajo los relieves de un contraste; en el que, no obstante, se esconden las continuidades y tradiciones de la política colombiana.
Santos, arruinado por las encuestas y desamparado por la opinión pública, podría sin embargo tener en uno de sus principales alfiles al próximo presidente de la República. El alfil de la paz, Humberto de la Calle; y Vargas Lleras, el alfil de la política en el primer gobierno; y su vicepresidente, nada más y nada menos, durante el segundo mandato. Hoy por hoy son los dos hombres políticos que aparecen mejor parqueados para disputar la presidencia, en momentos en que, briosos e inquietos, los caballos de la competencia se alistan cerca del partidor, en una carrera, que finalizará en mayo de 2018.
Sin embargo, el punto de llegada aún se encuentra lejos y los caballos no se ubican todavía en los puestos de largada. Además, sus recursos y sus estrategias no se traducen por lo pronto en un dispositivo completo para el torneo. De la Calle aún tiene que transvasar su favorabilidad en el molde de las “intenciones de voto”; y contar con el apoyo del liberalismo, del santismo y de una franja de los independientes. Vargas Lleras a su turno debe vencer parte de la alta opinión desfavorable que enfrenta (44%), y encontrar apoyos más allá de su emproblemado partido Cambio Radical.
Ahora bien, las apuestas también tienen que hacerse cargo de la oposición uribista. Por lo pronto, sus precandidatos no figuran en la parte alta de la tabla de clasificación. Con todo, no podemos olvidar que Uribe mostró, hace tres años, capacidad de transferir su favorabilidad al candidato que escoja; y de convertir dicha simpatía en votos. Demostró así mismo en el plebiscito que con sus ataques al Acuerdo de Paz y con su retórica, a propósito del “narcoterrorismo”, puede agrupar a gran parte del país refractario a los cambios, corriendo las fronteras de su “Centro Democrático”. Es una razón para pensar que con el 49% de favorabilidad podrá ser nuevamente motor para propulsar a su candidato hasta la segunda vuelta. Solo que también su alta desfavorabilidad (46%) podría torcerle el destino, con una nueva derrota en la segunda vuelta.
Si el referente inicial fuera la encuesta de ahora; aparte del uribismo, que no las tiene todas consigo, podrían estar perfilándose con posibilidades de crecer, los ya mencionados De La Calle y Vargas Lleras. A su lado, prosperaría con buen augurio, solo otra candidatura, en representación de las franjas independientes y de izquierda, las que en su conjunto reúnen unos 3`500.000 de votos. Quizá sea la de Sergio Fajardo, por un puro fenómeno de opinión, pues no tropieza con grandes resistencias. El problema entre estas tres candidaturas consiste en cuál pasaría a la segunda vuelta. Claro: todavía están por verse las posibles alianzas que se tejan antes de la primera elección en marzo; y las probables consultas internas o interpartidistas.
Ricardo García Duarte: Ex rector Universidad Distrital