Indudablemente que el nuevo presidente, su familia y equipo de asesores sabían perfectamente que significaba un triunfo del Pacto Histórico. Al fin y al cabo, las luchas políticas a veces se demoran, incluso algunas no logran objetivos superiores. Colombia parecía condenada a un bipartidismo que se convirtió en algo atroz, y que luego se difuminó en una serie de partidos menores degradados en todas las formas para acceder al poder a través del clientelismo, la corrupción y la violencia. Pero, en la medida que el bipartidismo se degradaba, los derivados de los mismos nacieron y crecieron degenerados, por eso, todos unidos no pudieron derrotar a la izquierda y a la social democracia el 19 de junio.
Los que estamos ubicados en alguna zona de confort si bien intuíamos y queríamos que fuera un día inolvidable porque sabíamos de la majestuosidad de los actos que sucederían en Bogotá, no alcanzábamos a dimensionar el significado de lo que ocurriría el siete de agosto, pero sí los que estuvieron en la primera línea del cambio político, y la gente pobre y vulnerable, por eso los actos de la posesión fueron maravillosos, llenos de simbolismos jamás vistos, en torno al mandato popular.
Fue ficción para el mundo, una película de alguno de los gigantes del cine, con actores nuevos de primer nivel, comenzando por el presidente y su familia, la vicepresidenta y su estirpe, el talente del joven presidente de la Cámara de Representantes, el senador presidente del congreso y su discurso de primer orden, la música de Colombia en su esplendor, las mariposas amarillas, azules y rojas, y los miles del mandato popular que llenaron las calles y los parques cercanos a la plaza de Bolívar que sería testigo de la nueva gesta que le devolvería su sable.
Fue como una segunda independencia, porque los que ganaron hace dos siglos la independencia, mal la asumieron, la agotaron, la socavaron, por eso fueron derrotados doscientos años después. Su último acto de mezquindad fue el intento de un presidente torpe, fanático y derrotado, que pretendió prohibir que el símbolo de Bolívar estuviera presente en su plaza. Sin embargo, lo que nunca imaginó fue la respuesta de quien había recibido el mandato ciudadano: su primera orden fue a la casa militar que protege la casa de los presidentes, para que llevara a la plaza la espada del Libertador. El torpe, que ya no era presidente, obedeció. Bien hicieron Pastrana y Uribe en no ir, porque la majestuosa ceremonia no representaba nada de ellos. Nada tenían que hacer ahí. Nada. Representan el triste pasado de esta nación, no la gloria del presente ni la esperanza en el futuro.
Lo dicho, es una expresión de la emoción, pero, desde la razón, lo que importa son las palabras de quienes presidirán el poder del Estado: el ejecutivo y el legislativo. Gran discurso del presidente del Congreso, tan distinto en talante y contenido al espantoso de hace cuatro años, de un deplorable senador del partido de Uribe. Luego las palabras del nuevo presidente: consistente, conciliador, futurista, recurriendo a episodios de la magia del Caribe de García Márquez, que es también su tierra.
La ruta de su gobierno para Colombia quedó clara. Habrá cambio porque Colombia necesita un cambio. Distinto al del expresidente de no grata recordación, que anunció detrás del sofisma de la “paz con i-legalidad”, que la volverla trizas. Casi lo logra porque nos dejó en un ambiente de guerra que nos remite al último año del gobierno de Uribe, el ausente imputado. El enfoque del plan de gobierno, las reformas iniciales, comenzando por la tributaria, y otras que vendrán, son necesarias así les moleste a los que crearon un Estado para ellos y no para los demás.
La dispersión de críticas a la propuesta presentada por el gobierno se debe única y exclusivamente a que Colombia en los treinta años de neoliberalismo, no logró implementar una estrategia de desarrollo productivo de largo alcance. Como no existe esa carta de navegación, los intereses se presentan fragmentados, cada uno defendiendo el espacio logrado en más de quince reformas tributarias que Colombia ha tenido en los últimos treinta años. Por eso, la nueva reforma tributaria debe ligarse a una política de reestructuración productiva que el gobierno debe pensar e implementar a la par de la impositiva.
La paz total y la integración de América Latina: dos aspectos a resaltar
Primero, la búsqueda de la paz total, porque la paz parcial, como había que hacerla en su momento pues no había otra posible en los años de Santos, ahora se constata, gracias a ella y a la actitud del uribismo para hacerla trizas, que la paz debe ser total. Sin embargo, mientras se inicia este proceso el presidente debe ordenar a las fuerzas militares actuar contra los violentos que deambulan por los campos asesinando inocentes, porque Colombia no puede quedarse de brazos cruzados esperando la firma de un nuevo acuerdo mientras continúan las masacres.
Segundo, la agenda de una profunda integración latinoamericana se fue perdiendo en la medida que la integración se limitó a facilitar condiciones para el libre comercio, relegando a un segundo plano, incluso desapareciendo, las demás estrategias comunes para impulsar conjuntamente desarrollos estructurales en materia productiva, de investigación, educación, infraestructura, energía, medio ambiente, y tantos campos que se alcanzaron a visualizar y los cuales copaban las cumbres presidenciales de la región. Por eso, el espacio que ocupó este tema en el discurso del mandatario, se torna prioritario porque en el planeta hay una geopolítica, unos factores geoestratégicos en reconfiguración, y cuando parece que Lula volverá a ser presidente de Brasil.
La CAN está debilitada, la Alianza del Pacífico y Prosur, como si no existieran, la Celac y la Unasur, igual. El Mercosur sobrevive. En un mundo global, como lo entendieron en su momento los países europeos, es muy difícil que países de menor desarrollo puedan despuntar e imponer agenda. Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia, India, son gigantes, en América Latina solo hay un país emergente con capacidad de ocupar un lugar de vanguardia, Brasil, como lo venían haciendo Lula y Dilma. Y otro, un lugar clave en un tema clave, Colombia, por su biodiversidad y su relación con la protección del medio ambiente, razón por la cual lo que tenga que ver con los recursos fósiles, son pasado, aceptando que tienen como último momento los siguientes doce a quince años.
La corrupción requisito para acceder al poder
Petro buscó a toda costa una alianza con la Centro Esperanza, sobre todo con Fajardo. No fue posible. En la medida que se diluía esa opción, poco a poco se fueron aproximando el Pacto Histórico y los partidos tradicionales para lograr una gobernabilidad que le diera la fuerza necesaria que hiciera posible las reformas que pretende el gobierno en su primer año.
Hemos visto que a los partidos políticos les gusta la alianza con el gobierno siempre y cuando el clientelismo y la corrupción sean parte de la agenda oculta. Antes, cuando había solo dos partidos, liberales y conservadores se repartían el poder. Entonces, los barones electorales pedían cada uno un ministerio. Así de fácil se repartían el poder.
Cuando se fragmentaron esos dos partidos, la torta se dividió entre cuatro, cinco, seis partidos, de esa manera los ministerios se distribuían entre ellos. Pues bien, ahora esa manada de partidos comunes en clientelismo y corrupción, han sido derrotados, aunque sumados aún son mayoría en el Congreso de la República. De esa manera, para colaborar, piden ministerios como si hubieran ganado, y el presidente ha accedido en unos pocos, como Transporte y las TIC, aunque los elegidos tienen sombras éticas y de transparencia. Posiblemente la ministra de las TIC no se posesionará, mientras aún falta por nombrar ministro o ministra de Ciencia Tecnología e Innovación. Hay maravillosos científicos de la diáspora y algunos en el país, para ese cargo. Ojalá no se equivoque el Presidente, porque si no que explicación tendría que esté convocando a las personas con doctorado a hacer parte del gobierno.
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: Head Topics
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