Pero la forma de conseguir los medios de producción suficientes para subsistir condujo al hombre primitivo a no actuar sólo, configurándose así el trabajo colectivo. El colectivismo pone el dominio o propiedad de los medios de producción sobre la colectividad, por ende, las relaciones de producción son colectivas. En consecuencia, la distribución de lo producido debía ser colectivo también, lo que trajo consigo el problema sobre cómo distribuir: si por razones igualitarias, de equidad o de justicia.
La sociedad primitiva es muy rica para el estudio de las relaciones sociales y ofrece la comprensión de unos elementos sustantivos que hoy son objeto de discusión en pro de buscar salidas para la crisis por la pandemia. La vigencia y utilidad que tienen categorías como: medios, relaciones y distribución de la producción, así como fuerza de trabajo; son más que pertinentes para la actual discusión.
Fue importante que los medios de producción no gozaran de un dominio superior o no le fueran arrebatados al hombre primitivo, ya que al quitárselos lo dejaba expuesto a tener que pagar por dichos medios de producción, entiéndase la tierra, las herramientas, los conocimientos, las habilidades desarrolladas y la fuerza misma de trabajo. En la medida en que el hombre –primitivo en este caso– perdiera el dominio de algún medio de producción pues tendría que incurrir en una nueva relación social al pretender adquirirlo u obtenerlo. La distribución inequitativa también podría conducir a situaciones socialmente indeseables.
Este contexto es para ofrecer ideas sobre el tránsito de la sociedad primitiva a la sociedad esclavista, donde el esclavista se convirtió en el propietario de los dueños de producción. Si la sociedad primitiva se caracterizó por la relación y la tensión hombre-naturaleza, la sociedad esclavista fue la explotación del hombre por el hombre.
El mayor dominio de ciertos hombres sobre la tierra –como medio de producción– condujo a un rasgo distintivo de una sociedad donde había un señor que poseía un poder y dominios sobre la tierra y que pretendía la obediencia de otros hombres en función de actividades económicas y de custodia personal, semejante a un ejército en caso de conflicto. Estos hombres –vasallos– debían guardarle fidelidad al señor, así como pagarle impuestos, tributos y prestarle oficios en labores políticas y militares.
La propiedad de los señores feudales en el sentido de Therborn (2018, pág. 40) no fue producto de razón diferente a la herencia, a alguna hazaña militar o resultado de un algún pago.
Durante siglos, los títulos de grandes propiedades han ido pasando de padres a hijos, lo que históricamente ha reproducido la desigualdad y permitido la acumulación de ingresos y riquezas en manos de unos pocos (OXFAM, 2015, pág. 43).
Historiadores revelan que el agotamiento de tierras, especialmente fértiles, la falta de alimentos, la introducción de nuevas armas, el incumplimiento de pactos por parte de los vasallos, la aparición de nuevos instrumentos para el comercio y la aparición de enfermedades, como la peste negra, fueron algunos de los ingredientes que llevaron a la crisis del feudalismo y le abrieron paso al capitalismo.
La propiedad privada de los medios de producción y la creación del trabajo asalariado fueron, junto a la expansión del comercio y el desarrollo industrial, las circunstancias que llevaron al desarrollo del capitalismo. Los cambios en los usos de la tierra y el desplazamiento de las personas separaron el hombre de sus condiciones materiales de subsistencia, asunto que lo obligó a tener que vender su fuerza de trabajo como una mercancía más en los mercados; mientras que con lo obtenido como salario lo intercambiaba en los mercados por otras mercancías.
Esta organización social condujo, como lo evidenció Marx, hacia un modo de acumulación y de reproducción del capital producto de la disolución de la sociedad feudal. Según Marx (2014, pág. 638) «la estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta quedaron en libertad los elementos integrantes de ella». De esta manera entonces, los trabajadores –vasallos– se liberaron, pero al no poseer medios de producción, sino su fuerza de trabajo, pues no tuvieron más alternativa que entregarla mediante una relación asalariada.
Estas condiciones sobre lo que Marx denomina acumulación originaria son fuente viva de estudio de cara a la pandemia y hacia una nueva sociedad pos-Covid.
Otro elemento importante para nutrir la discusión es reconocer que, desde la génesis, el capitalismo surge como un sistema mundial donde la navegación, el comercio y las conquistas fueron estrategias que contribuyeron a su consolidación. Dicha estrategia condujo, como bien lo señala Sweezy (1979, pág. 17) hacia la constitución de dos partes agudamente contrastantes: «de un lado un puñado de países dominantes y explotadores y del otro un grupo muy numeroso de países dominados y explotados».
Hoy la pandemia ha puesto en jaque a este sistema mundial. Sistema dominado por la idea del consumo que conduce a más producción y persigue un esquivo crecimiento sobre el cual se han puesto todas las esperanzas de la redistribución. Dicho sistema, alentado por el liberalismo económico y en el último medio siglo por lo que se ha denominado neoliberalismo, ha vendido la costosa idea de que para salir de la pobreza o conducir una sociedad hacia estadios más justos y menos desiguales es imperativo alcanzar determinados niveles de producción y crecimiento.
Esta idea ha resultado ser socialmente costosa, además de haber demostrado ser una ruta ineficiente, debido a que no se han construido bien los puentes que permitan trasladar los beneficios derivados del crecimiento económico hacia la base de la pirámide, por decirlo de alguna manera. Estos puentes se tienen que trazar sobre la idea de una tributación más equilibrada y justa, sobre el principio de un gasto público más eficiente y sobre la necesidad de un Estado libre de capturas, ya que mientras el Estado está capturado, sus capturadores buscarán incidir en la tributación para obtener beneficios y aprovecharán el gasto público para lograr más contratos y negocios. Esto le carga más costos sociales a otro grupo de la población, no siempre los de mejores capacidades, ni ingresos, lo que representa entonces la creación de mecanismos reproductores de desigualdades.
Este sistema refuerza las tensiones entre una sociedad que hereda del feudalismo la propiedad privada de los medios de producción y la otra parte de la sociedad que no los posee. Una sociedad así, resulta muy vulnerable ante cualquier crisis, y mucho más ante una pandemia como la del Covid-19. Es por esta razón que los impactos económicos, sociales y laborales de la pandemia deberían llevar a reconsiderar el orden social que se tenía establecido con el fin de buscar ajustes.
Bibliografía
Marx, C. (2014). El Capital: crítica de la economía política, tomo I, Libro I. El proceso de producción del capital. México : Fondo de Cultura Económica – FCE.
OXFAM. (2015). Privilegios que niegan derechos. Desigualdad extrema y secuestro de la democracia en América Latina. Perú: OXFAM.
Sweezy, P. (1979). El capitalismo moderno y otros ensayos. México: Editorial Nuestro Tiempo.
Therborn, G. (2018). ¿Cómo domina la clase dominante? Aparatos de Estado y poder estatal en el feudalismo, el socialismo y el capitalismo. Bogotá: Siglo XXI España Editores.
Jorge Coronel López, Economista, Mg. en Economía
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