Claro está que también han sabido hacerse cargo del momento actual y de sus necesidades; esto es, de un gobierno de “transición” que nada tiene que ver con la toma revolucionaria del poder por una alianza de fuerzas, para dar paso luego al asalto de la fortaleza de la burguesía por parte de la vanguardia comunista. Se trata apenas de un gobierno que sepa responder por los compromisos de la paz. Lo cual da cuenta, desde luego, de un sentido realista para comprender las condiciones actuales y la urgencia para que las élites políticas mantengan un espíritu de apertura política.
Entre el dogma y la táctica realista
En otras palabras, las Farc oscilan entre el extremo ideológico de los principios marxista- leninistas y los parámetros de la acción que tiene como horizonte inmediato la consolidación de la paz y las garantías para su existencia como movimiento político.
A su documento ideológico, lo han bautizado como las tesis de abril, en un claro gesto de coquetería filial con respecto al célebre escrito de Lenin que acaba de cumplir cien años.
Con sus tesis de abril, Lenin abría los prolegómenos para la insurrección armada; tocaba a somatén anunciando la hora de la revolución. Con las suyas, Timochenko toca a rebato las campanas que ponen fin a la guerra prolongada y dan inicio a la acción política. Con las tesis de hace un siglo, se daba comienzo a la guerra, así fuera corta. Con las de ahora, se cierra por el contrario el ciclo de la guerra, así ésta haya sido larga.
Separados por una centena de años –tantos!-, los dos textos están sin embargo unidos por un hilo común, el de la doctrina ideológica y el del modelo de sociedad pretendido, eso que las Farc llaman ahora “socialismo-comunismo”.
Pero hace cien años, después de que Lenin llamara a la insurrección, apenas se iba a estrenar el socialismo, bajo el poder de los soviets, una experiencia inédita.
Hoy ya se conoce la experiencia. Su generosidad seminal, su aspiración liberadora; pero también sus alcances ominosos, sus contornos de “utopía catastrófica”; su rápida derivación en totalitarismo de izquierda, por la vía de la idolatría a una historia que asfixiaba a la vida, en los rígidos marcos del “materialismo histórico”.
Dicho de otro modo, ya hoy son conocidos de sobra los límites de la sociedad de carácter comunista; los cuales se pusieron de presente con eventos tales como el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín; por no hablar ya del aplastamiento de los disidentes, bajo un régimen de esa naturaleza.
Es cierto que ni la implosión del régimen soviético ni la ignominia del Muro de Berlín, como tampoco su caída, disculpan un capitalismo rampante que obra como mecanismo de explotación, de exclusión y de alienación contra los individuos. No porque se derrumbara el sistema soviético, dejó el capitalismo de ser una estructura que produjese acumulación, al tiempo que creaba desigualdad; sobre todo, bajo las pautas de desregulación de los mercados y descaecimiento del Estado, algo que en la circunstancia de los últimos treinta o cuarenta años se ha disparado con sus efectos de inequidad, según lo ha mostrado con datos fehacientes Thomas Piketty, en su “Capital del siglo XXI”
Y hacen bien las Farc en renunciar a las armas, pero no a una crítica del capitalismo y de sus modalidades “neoliberales”, las cuales ahondan las diferencias sociales y enriquecen cada vez más a ese 1% de la sociedad, el de los más ricos.
Lo que, en cambio, sería mucho menos bueno, muchísimo menos provechoso, es el hecho de que le dijeran no a las armas, pero se anclaran en un doctrinarismo anacrónico; no sería bueno el hecho de que criticaran al capitalismo pero dieran el salto al vacío de concluir que la marcha de la historia habrá de conducirlos a una sociedad comunista. Lo cual sería un puro reflejo distorsionado en la cabeza, sin una realidad social que lo sustentara; la expresión de una “conciencia falsa”, para evocar la crítica demoledora de Marx; mejor dicho, una mera fijación ideológica.
Una línea táctica razonable
Ahora bien, ya no en el plano doctrinario, en el de la razón histórica artificiosamente trascendente, sino en el de la acción política, la orientación de las tesis farianas de abril se revela como un análisis más razonable. Aparecen ellas provistas de un sentido más práctico, poseído él por la inteligencia de la coyuntura y de la táctica.
En primer término, dichas tesis evalúan positivamente los pasos dados por el Estado, en el camino de la implementación de los acuerdos; sin que por ello dejen de advertir sobre las protuberantes fallas que en materia logística ha dejado ver el gobierno.
En segundo término, reafirman el compromiso con el desarme, ya no como un apremio de circunstancia, sino como la razón de la política, en el juego de las aspiraciones por el poder.
Enseguida, afirman su vocación de partido, el interés suyo por dejar atrás la condición de organización armada para convertirse en un agente colectivo de la lucha legal; lo cual en cierta forma es una declaración de fe en los marcos democráticos que el régimen ofrece como esquema para las disputas por el poder; no importa si, por otra parte, señalan con razón las limitaciones de dichos marcos.
Situados en esa línea de comportamiento táctico, ya sin muchos desvaríos ideológicos, los de las Farc, razonablemente destacan el acuerdo de paz como un referente de primer orden para las definiciones políticas.
Después de las bravuconadas desafiantes del uribismo y de la extrema derecha, en el sentido de “hacer trizas” dicho acuerdo, este último se instalará en el centro del debate por la presidencia en el 2018. La necesidad de una vasta coalición política que defienda al proceso, se impondría como la línea de conducta de muchas fuerzas del centro, los independientes y la izquierda.
En ese camino podrían ubicarse los razonamientos tácticos de las Farc, en la medida en que la coyuntura obliga a defender los acuerdos de La Habana y a garantizar un gobierno que los consolide. Tanto más cuanto que el Acuerdo alcanzado no se limita al cierre de un conflicto armado. Además, avanza hacia los cambios en las estructuras de la propiedad agraria, dentro de un país escandalosamente desigual, sobre todo en el mundo rural, en el que el GINI de tierras alcanza un coeficiente del 0.87. Como también da pasos hacia adelante en la ampliación de la democracia. Una ampliación que debiera atraer con mayor intensidad hacia la acción política y hacia el pensamiento democrático, a movimientos como las Farc. Los cuales, alejados ya de la tentación armada, podrían articularse con el movimiento social, pero también con la opinión pública urbana, mientras comienzan a poner en sordina, a guardar en el baúl de los recuerdos, los discursos ideológicos, permeados aún por los imaginarios del comunismo dogmático.
Ricardo García Duarte: Ex rector Universidad Distrital