En primer lugar, Iván Duque ganó la presidencia como representante del Centro Democrático, pero miembros importantes del partido, comenzando por el senador Álvaro Uribe, su máximo dirigente, lo han privado de su apoyo en momentos cruciales, lo que pone en duda la voluntad del Centro Democrático de rodear al presidente. La explicación que viene a la mente de muchos analistas de la realidad política colombiana relaciona esta extraña situación con el corte tecnocrático y corporativista del Gobierno. La decisión del presidente de no recurrir a la “mermelada” para lograr sus metas en el Congreso y de rodearse de “expertos” en lugar de experimentados políticos clientelistas ha generado en la clase política inconformidad con la repartija burocrática.
En segundo lugar, el interés común de los políticos profesionales es mantener su poder dentro de un marco de posibilidades preestablecidas por ellos mismos. Este es el sentido inequívoco de lo que Hernán Andrade, director del Partido Conservador, aliado del presidente, manifestó en su momento: “Si uno es partido de gobierno es para que le escuchen sus propuestas, no para ir a ser notario del Ejecutivo únicamente”. Por ello no le ha sido fácil para el Gobierno tramitar los proyectos de ley que son de su interés, a pesar de que varios de los partidos que apoyaron la elección de Duque están en el Legislativo.
En tercer lugar, el uribismo no ha ocultado que se prepara para reivindicar sus votos en las regiones y que ha puesto en marcha su maquinaria de cara a las elecciones locales y regionales de octubre próximo. Aunque en las elecciones de 2015 los resultados obtenidos por el Centro Democrático fueron débiles (una Gobernación y 55 alcaldías), en las elecciones presidenciales de 2018 fue la fuerza mejor posicionada y ello permite pensar a los que se ven como futuros candidatos que es el partido mejor colocado para ganar las elecciones. En consecuencia, los caciques políticos se sienten amenazados y antes que unirse al más opcionado en el ámbito nacional, prefieren medir fuerzas en las regiones con el ánimo de modificar los equilibrios y el mapa electoral del país.
En cuarto lugar, Cambio Radical y el Partido Liberal han declarado su independencia y según el Estatuto de la Oposición no pueden acceder a ministerios o viceministerios por los que el incentivo para que participen en una coalición con el Centro Democrático es bajo. Por obvias razones les conviene jugar la carta de las presidencias de Senado y Cámara que les otorga más poder de negociación.
Finalmente, las colectividades cristianas que tienen asiento en el Congreso – el MIRA y Colombia Justa Libres – también buscan tener un papel destacado en las regiones y tener poder regional. Aspiran a tener candidatos propios en algunos municipios sin cerrar la puerta a alianzas y coaliciones con algunos partidos y movimientos con los que puedan hacer acuerdos programáticos pero dependiendo de las dinámicas regionales.
En suma, aunque el partido de gobierno puede aglutinar mayorías inestables, las mismas están condenadas a ser formales, no reales, porque reinan entre los políticos el descontento y el temor a perder influencia en el Congreso lo que los lleva a movilizar sus recursos a las regiones para modificar el centro de gravedad del poder y adelantar negociaciones de manera discriminada. Todo indica que no le será fácil al presidente alcanzar la anhelada gobernabilidad.
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Rubén Sánchez David: Profesor Universidad del Rosario
Foto obtenida de:La Silla Vacia
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