Tanto el título como los contenidos de esta nota evocan las enseñanzas del gran pensador austriaco Karl Polanyi (1886 -1964), en particular ver La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. (1947), Ediciones de la Piqueta, 1989, Madrid
El mito del mercado auto regulado es atribuido a Adam Smith en 1776[1]. Inglaterra era cuna de una revolución tecnológica que aumentó dramáticamente su productividad, redujo los costos del transporte y creó enormes excedentes financieros y de mercancías. La Inglaterra, que previamente había defendido la protección de su mercado nacional ante las otras potencias europeas, abrazó el “libre mercado” y la “auto regulación”. Desde su posición de poder comprar más que otros países en el mercado internacional, de vender lo que otros carecían y de tener la billetera más grande para prestar, impuso su mito. Ejerció su posición dominante haciendo presión sobre las colonias europeas en el mundo y sus competidores directos para que abrieran sus fronteras, abandonaran el proteccionismo y siguieran sus políticas económicas civilizatorias: el mercado libre y autorregulado. La consecuencia de la primera y segunda guerra mundial fue el declive de Inglaterra y el ascenso de la otrora súper proteccionista Estados Unidos de América como potencia mundial, la cual abrazó el libre mercado, combatió el proteccionismo de los otros países, los subordinó por la vía comercial, crediticia y militar, además de cultivar en sus universidades elites el mito del mercado libre y autorregulado.
El mito de las Élites burguesas anglosajonas se transfiere ahora como herencia hacia los nuevos faros, esta vez asiáticos, donde está el centro de la nueva revolución tecnológica, la mayor producción de patentes, la mayoría de las empresas multimillonarias, las más altas y sostenidas tasas de crecimiento económico mundial. Hoy China defiende, contra el proteccionismo anglosajón, el libre mercado internacional y usa sus excedentes financieros para apropiarse de los recursos naturales por doquier, conectar los continentes a su nueva “ruta de la seda” y comprar grandes empresas y bancos por todo el mundo, en particular en el tambaleante centro del capitalismo mundial: en los EU y Europa. Pero el Mito, que renace una y otra vez, como antorcha que se pasa hacia el corredor más rápido de la carrera, no es ya el mismo; aparece más sincero: Liberalismo hacia afuera, fuerte intervención desde adentro. China es la caricatura confesa de lo que siempre sostuvo el mito del libre mercado: nunca fue libre, siempre lo sostuvo el Estado, vivió del poder imperial, de los acuerdos comerciales ventajosos, se basó en la primacía de la moneda nacional en las transacciones mundiales, se expandió, defendió e impuso con las armas.
La pandemia nos hace más sinceros, exacerba todas las características básicas de una “normalidad” que desnuda sus cimientos. El Estado sale abierta y masivamente al rescate del mercado y se comprueba que este ni se auto-regula, ni se auto-controla, ni produce espontáneamente lo que la sociedad necesita. No existe el tal ‘orden por el mercado’. Es cierto al menos desde la década del setenta, que el Estado trabaja para el sector financiero, el cual intermedia todas las actividades del sector real: del primario, productivo, transportista, comercial y administrativo. Ningún sector se escapa de “trabajar para los bancos”[2]. Además de privatizar casi todas las empresas rentables, el principio de la intermediación financiera se expande incluso sobre la seguridad social. El sistema de salud y las pensiones son la crema de la financiarización, al lado de la construcción, las infraestructuras, los seguros, el control de los alimentos y los mercados minero energéticos. Ni la cultura, ni la política social, incluso aquella para aliviar la pobreza, se escapan de la intermediación parasitara, costosa e innecesaria, de lo que se ha convenido en calificar el “capitalismo financiarizado”[3]. La naturaleza, el trabajo, el conocimiento, la subjetividad, el arte y hasta el tiempo son colonizados por la intermediación financiera, la cual obtiene rentas de cada proceso de creación, producción y consumo.
Ante la crisis financiera global que desataron ‘los bonos basura’ de las viviendas impagables en los EEUU en el año 2008, el gobierno no acudió al rescate de los ahorradores y deudores de sus residencias, sino del sector financiero que había rentado hasta quebrar y expropiar a más de 100.000 familias y trabajadores de los sectores más vulnerables de Norteamérica. Para comenzar, Obama ordenó emitir ‘de la nada’ 750.000 millones de dólares para rescatar a los extorsionistas financieros que se auto adjudicaron la mayoría del capital ficticio llevando a una híper inflación de los activos financieros, es decir, a enormes ganancias sin generar riqueza alguna. Al año 2019 los EEUU habían emitido 17 billones de dólares sin respaldo alguno, aumentando la concentración y centralización del capital en menos del 1% de los tenedores de valores de la bolsa, los cuales ya concentran más del 40% de la riqueza. Mientras, la deuda del Estado, las empresas y las familias alcanza niveles inusitados, todos sometidos a las rentas parasitarias del capital financiero. En respuesta a la crisis económica que apenas comienza, el Estado imperial decidió emitir, sin respaldo alguno, 2,3 billones de dólares, para comenzar, los cuales han apalancado aproximadamente la creación ficticia de 8 billones de dólares en pocas semanas. Su receptor, el sector financiero, al cual se le solicita irrigar recursos hacia las empresas, las familias y el sostenimiento del consumo. En vez de obviar la intermediación, la respuesta a la crisis incrementa la concentración y centralización del capital. El resultado acumulado de 50 años de esta política es incontrovertible: una tendencia imparable a una mayor concentración de la riqueza en el 1% de la sociedad, una disminución de la participación de las clases medias en los ingresos y patrimonios, así como un naufragio de más de 50 millones de personas en la marginalidad y la desesperanza en el ‘país de las oportunidades’. La otra cara de la moneda es la drástica reducción de los bienes, infraestructuras, servicios, la calidad y las riquezas públicas, mientras florece la riqueza privada, su ostentación y derroche; así en los EU como en el mundo entero.[4]
La misma lógica para los mismos resultados copia nuestra servil tecnocracia, reduce el encaje bancario del 11 al 9%, con lo cual le regala al sector financiero 9.8 billones de pesos, para que compre bonos de deuda del Estado con un rendimiento garantizado del 4,2%. Ganancia asegurada con recursos ajenos de los cuenta habientes, que a los banqueros les parece poco, porque en medio de la pandemia aspiran a más. Igual lógica aplica desde el Fondo para la financiación del sector agropecuario –Finagro-, el cual adjudicará de emergencia 1.5 billones de pesos a través de los bancos, los cuales cobran el 6% de intermediación por recibir la plata y transferir los recursos a las cuentas de los productores. Tempranamente se vino a saber que los primeros 226.000 millones de pesos fueron a parar a los grandes empresarios se quedaron con el 94% de los primeros giros, el 4% los medianos productores y el 2% los campesinos. El ejemplo lo había dado el presidente y su ministro de salud, al ordenar la transferencia de más de 400.000 millones de pesos a las EPS, en vez de realizar un giro directo a los hospitales que no pueden pagar los costos de los trabajadores de la salud y menos el incremento inusitado de todos los costos de la atención de la pandemia. Hoy existe un exceso de liquidez en los bancos y una gran sequía en el sector real de la economía, las empresas que generan el empleo y las familias. Hasta la tercera semana de abril se expandió a favor de los bancos la masa monetaria en aproximadamente 34 billones de pesos, dedicados a rentar en la compra de bonos de deuda pública, títulos de deuda privada de las grandes empresas y la reducción del encaje bancario.
El imperio marca la pauta, mismas políticas para mismos resultados: Los bancos crecen hace años más que la economía, es decir, se tragan porciones cada vez mayores de la riqueza social al tiempo que la parasitan y la frenan.[5] Los ingresos y patrimonios se concentran en la cúspide de pocos mega ricos, se sostiene una presión empobrecedora de las clases medias y se normaliza un asistencialismo caritativo para las clases bajas. Todo se concentra: el crédito, la propiedad accionaria, la propiedad y usos de la tierra, mientras los altos patrimonios tributan relativamente menos que el resto de la sociedad, avanza la destrucción de la naturaleza, la mercantilización de la salud, de la educación, de la justicia, etc.[6]
Uno de los principales dilemas de la pandemia es si, por una parte, el incremento del poder rentista, parasitario e inútil de la intermediación financiera someterá aún más, si se pudiera, al Estado, al sector real de la economía y a las familias, o si por otra parte, la presión social y política logrará recuperar el control de la moneda, el crédito y los ahorros para apoyar la generación de empleo, la satisfacción de las necesidades más sentidas de la población, así como la defensa de la riqueza y bienes públicos. ‘Tanto va el agua a cántaro hasta que lo rompe’. Millones sufren y sufrirán aún más las consecuencias de la pandemia, decenas de miles, más que antes, se enojarán al ver el rey desnudo. El Estado trabaja para la intermediación financiera porque es el Estado de la acumulación rentista y especulativa. ¿Será la sociedad capaz de arrebatarle el poder al sector financiero y poner el dinero a favor de una sociedad más justa y equitativa, que pare la orgía de destrucción de la naturaleza y acometa una rápida transición del patrón energético?
Por lo pronto, y contrariando buena parte del arsenal de políticas implementadas en los últimos 40 años, el Estado sale al rescate de sectores económicos productivos, al tiempo que asigna subsidios que se aproximan más a criterios sociales y territoriales, no ya meramente a una focalización individual y desarraigada de sus entornos socio territoriales. La sociedad aparece de repente como un entretejido complejo, pero orgánico. Los de ‘arriba’ no se pueden salvar, así quisieran, si no salvan a los de ‘abajo’, tanto en términos de contagio del virus, como económicos. El tema social no es sólo un asunto de caridad y misericordia, sino la defensa misma del colectivo humano. Ni el mercado se auto-regula, ni la sociedad es la suma de individuos dispersos actuando tras la persecución de sus intereses egoístas. La reciprocidad y la codependencia, por más filtradas y alteradas que estén por la propiedad privada y la repartición desigual de derechos y beneficios, son el sustrato sólido del orden social.
Desde los barrios más humildes, en pueblos y veredas, en las grandes urbes y por doquier, se expresa el miedo al contagio, al otro, al infectado, a la vez que por instinto de especie se despliega la asistencia, la colecta, la solidaridad y el cuidado. En el fondo se recupera una conciencia obscurecida por décadas y centurias de exaltación de la competencia de los unos contra los otros. O la especie actúa y se protege como colectivo o sucumbe. El mayor reto a venir será el de la memoria contra el olvido, la defensa de la potencia contra la rutina, el atrevimiento a seguir el pálpito de los valores colectivos que inspiran la enorme movilización social por su auto defensa o la resignación ante la brevedad y fugaz tránsito de una crisis pasajera. Colosales serán las fuerzas que harán hasta lo imposible por el retorno a la ‘normalidad’, que reconocerán y agradecerán las virtudes de una solidaridad y reciprocidad emergente, prometiendo cambios que no querrán implementar, esperando el reflujo de las aguas para el eterno retorno a lo mismo de siempre. Incluso no faltarán quienes actúen para radicalizar todo lo andado antes de la pandemia: más privatización, más finaciarización, más competencia, más individualismo y más inequidad, adobada con asistencialismo y caridad. Estamos frente un momento de ruptura del cual emergerán muchas fuerzas, mucha rabia y oleadas de esperanza que querrán evitar el regreso a la normalidad del pasado. El gran reto a venir será juntar las fuerzas sociales y políticas hasta ahora dispersas, capaces de construir instituciones, reglas y políticas económicas y sociales duraderas y extendidas, con base en la solidaridad y la reciprocidad. O por el contrario, los visos de sensatez y grandeza que asoman en la crisis que amenaza la reproducción social no serán más que flor de un día, reducidos a la memoria de los historiadores, a los anaqueles de los museos de obras muertas. Lo dudamos.
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[1] Smith, Adam, (1776), La riqueza de las naciones. Alianza editorial, 1994, Madrid
[2] Villabona, Jairo Orlando, Un país trabajando para los bancos, (2015), Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá
[3] Lapavitsas, Costas, (2012), El capitalismo financiarizado, expansión y crisis, Editorial MAIA, Madrid
[4] Facundo, Alvaredo; Chancel Lucas; Piketty Thomas; Saez Emmanuel; Zucman Gabriel, (2018), Informe sobre la desigualdad global, https://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-summary-spanish.pdf
[5] Piketty, Thomas, (2013), El capital en el siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, 2014, Bogotá
[6] Garay, Luis Jorge; Espitia, Jorge, (2019), Dinámicas de las desigualdades en Colombia. Ediciones Desde Abajo, Bogotá
Darío I Restrepo, Facultad de Ciencias Económicas, [email protected]
Mario E Hernández, Facultad de Medicina, [email protected]
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Foto tomada de: Eldiario.es
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