“Esto suena cada vez más ridículo, y ni yo mismo creo que lo esté escribiendo, pero es que el mundo no es una democracia: tiene dueños que deciden lo que hay que hacer, una red tan pequeña como invisible” (Adolfo Zableh Durán, El fin de los tiempos, ET, 20.03.20)
La pandemia del coronavirus que hoy vivimos nos ha ido dejando lecciones –algunas repeticiones de otras dejadas por otras crisis y que no aprendimos-, y preguntas sueltas que, quizás, sea muy pronto para aprender las primeras y responder con certeza las segundas que sin embargo se hace necesario anotar. Por falta de elementos de juicio y respeto con los nacionales de otros países no haré mención a sus dramas y evoluciones, me limitaré, como ha sido mi posición, a plasmar lo que pienso luego de observar el desarrollo del coronavirus en nuestro terruño, haciendo la excepción del país de origen por razón distinta.
Una primera lección –en realidad confirmación-: los locombianos somos indisciplinados, no sé si por naturaleza o por educación. Basta decir que en un principio –aún, hoy- la mayoría no tomó en serio lo que estaba pasando primero en China y luego en Italia. De otros países no se decía nada porque muy poco o nada informaban los medios de comunicación nacionales. Y así como nos han hecho creer como verdad absoluta que todo lo que produce el país del mandarín son viles y malas copias de Occidente, así nos fuimos comiendo el cuento que la tecnología y el sistema de salud del gigante asiático no estaban en condiciones de parar su propio invento –fueron, según algunos, los chinos mismos los que crearon el letal virus que se les salió de las manos, aunque circula otra que dice todo lo contrario-. La construcción del ya famoso hospital de dos mil camas en 10 días y el relativo pronto control del brote infeccioso fue callando bocas y hoy, así no se diga en voz alta, hay más admiración que reproche para el país de la gran muralla. Pero volvamos a lo nuestro, la indisciplina se apreció cuando la alcaldía de Bogotá y tres departamentos vecinos decidieron el simulacro de aislamiento total en vista de lo que pudiera ocurrir en los días a seguir: fue el colmo, miles de bogotanos tomaron sus autos y salieron de vacaciones a tierra caliente la víspera de comenzar el ejercicio colectivo. Otro tanto hicieron los paisas en Medellín saliendo en masa hacia los pueblos veraniegos cercanos a su capital. Es evidente que no hay tal unión, sensibilidad y solidaridad, habrá excepciones pero la mayoría estamos para llevarle la contraria a nuestros padres, a nuestros profesores, a nuestras autoridades. No hay sentido común y, menos, respeto por los demás. Otra evidencia se registró en videos tomados el martes 24, víspera de la cuarentena total por 19 días: Transmilenio en Bogotá y Soacha abarrotados, multitud en la Plaza de Bolívar de Bogotá, en La Alpujarra en Medellín y otras ciudades del país, borrando con ello el propósito de evitar el contacto social para esquivar la transmisión del virus. Después de una semana de aislamiento general y pese a la amenaza de sanciones hasta penales, se siguen presentando casos de indisciplina en Bogotá, Cartagena, Ibagué, Soacha y otras poblaciones del país.
Después vendrán las cadenas de oración, las bendiciones y librarnos a la divinidad para pedir solución al mal que si bien no fue causados por nosotros sí lo agravamos con nuestra desobediencia.
Una segunda enseñanza: reaccionamos mal y tarde a situaciones previsibles. No se trata de “al caído caerle” ni de criticar la autoridad nacional por las tardías, confusas e incoherentes primeras medidas, unas en contravía con las tomadas por autoridades locales y regionales, para ralentizar el contagio viral. No, no es este el propósito pues si bien este fue un problema inesperado hace unos meses atrás y al país no le ha ido tan mal comparado con otros, sí hubo tiempo reaccionar pronto con base en lo que se iba conociendo de China e Italia y luego España con el fin de contener la expansión del virus. Aquí se vaciló al principio y se tuvo la impresión que el presidente Duque y su gabinete estaban supeditados a las consignas que dieran los empresarios del país a través de sus organizaciones gremiales –ANDI, Fenalco, SAC, Asobancaria, etc.-, dejando la impresión que primaba el valor económico sobre la salud, incluyendo el derecho a la vida de los ciudadanos. Incluso, los medios masivos de comunicación se turnaban para entrevistar a los líderes gremiales quienes daban pautas, pedían y exigían esto y aquello al gobierno pensando más en sus intereses que en la nación. Hoy, en pleno aislamiento obligatorio son muchos las preguntas que se hace la gente porque no se ha entendido las consignadas, órdenes y decretos gubernamentales. Y si al principio fue el ministro encargado de Salud y Protección Social quien llevó el peso de tan delicado asunto, luego el nuevo ministro en propiedad, hoy tenemos a un gerente de crisis y al Secretario General de la Presidencia liderando, gestionando y respondiéndoles a los angustiados ciudadanos que por poderosas razones no saben qué camino tomar, si prevenir el contagio del coronavirus y dejarse morir de hambre por falta de recursos para subsistir o salir al rebusque arriesgando ser infectados. Incoherente cerrar las fronteras terrestres, con Venezuela y Ecuador, mientras la frontera aérea seguía abierta –justo por donde se importaba el virus-. Contradictorio porque sea por prepotencia sea por convicción el presidente Duque decidió mediante decreto confuso anular todas las medidas regionales y locales por no haber concertado con gobernadores y alcaldes el día de su reunión en la Casa de Nariño; luego y de manera discreta las respaldó, pensando quizás que de no hacerlo se minaba aún más su autoridad y liderazgo. En fin, pasaron días de confusión hasta llegar al M25, día del aislamiento “total” y, por ahora, el problema no ha tomado la dimensión de otros países.
Tercera lección, mejor un repaso de lo sabido: quién manda aquí, quién detenta el poder político porque el económico ya lo sabemos desde tiempos inmemoriales. Algún analista o comentarista decía al principio de la crisis que el señor presidente aparecía en sus intervenciones públicas con los funcionarios del área económica de su gabinete: minhacienda, mincomercio, planeación nacional y no con el ministro y superintendente de salud –el ministro, tardó tiempo en posesionarse luego de su nombramiento-. Yo vi más de una vez uno o dos líderes gremiales rodeando al presidente en sus intervenciones televisivas. Era, pues, la minoría rica del país la que tiraba corriente, daba pautas de lo que se debía hacer. Nunca se consultó al pueblo (sus representantes legítimos: sindicatos, asociaciones de pensionados, cooperativas, juntas de acción comunal, ONG, etc.) sobre qué pensaba y sugería para frenar el enemigo común que día tras día tomaba y toma mayor entidad y fuerza destructiva. Yo he escuchado en dos entrevistas televisivas al nuevo ministro del trabajo –también tardó en posesionarse- hablar de las medidas que se estudiaban para el sector laboral y mencionó más a los empresarios que a los trabajadores, incluso dejó entrever que trabajaba en dirección de convencer a patronos y trabajadores a concertarse en torno al contrato de trabajo y así hacer menos difícil la producción: vacaciones anticipadas o debidas y otras salidas tan injustas para los asalariados como beneficiosas para los dueños del país, sin desconocer que no todos los empleadores se encuentran en las mismas condiciones. De manera tácita les pedía a los trabajadores aceptar modificaciones al contrato de trabajo sin dejar una posición clara para hacer respetar el derecho de los asalariados. Ya se escuchan denuncias sobre despidos de empleados y de la inflexibilidad de algunos empresarios obligando a sus dependientes a asistir a sus puestos de trabajo pudiéndolo hacer desde sus casas, exponiéndolos a un riesgo innecesario de contagio del virus. Caso de los calls centers.
Cuarta enseñanza: la Solidaridad (con mayúsculas). Entiendo por solidaridad el acto de desprendimiento consciente y voluntario de algo propio para brindárselo a otro que lo necesita sin esperar ninguna recompensa material o espiritual. En el acto solidario el dador o benefactor lo hace a cambio de nada, sin esperar correspondencia, protagonismo ni gratitud, en el anonimato. En la acción solidaria el único protagonista es el receptor de la ayuda, el necesitado. La solidaridad se diferencia de la caridad porque en esta se espera una compensación, por lo general divina.
¿Encuadran en este concepto las acciones “voluntarias” de algunos empresarios que aliados con medios de comunicación han lanzado los más variados planes, paquetes y programas donde lo que más se nota es la marca empresarial que lo promueve? ¿Será, por ejemplo, solidaridad los mercados ofertados a muy bajo precio por el grupo empresarial del Éxito, Carulla y otros almacenes, o será mejor considerar esta campaña como la devolución parcial a sus clientes del dinero que les retienen de las vueltas, cambio o calderilla cuando pagan sus compras semanales? Para nadie es un secreto que so pretexto de “quiere usted hacer una pequeña donación” son millones de pesos los que le quedan en las cajas de esta y otras cadenas de supermercados y que nadie audita su destino final. Incluso si van para sus fundaciones sin ánimo de lucro éstas se están sosteniendo con la amable coacción cotidiana de los cajeros a los compradores en estos almacenes de cadena. ¿De verdad serán solidarias las entidades bancarias refinanciando los créditos y alargando los plazos de las obligaciones para sus clientes? No he sabido de uno solo banco que condone deudas o rebaje las cuotas de los meses improductivos por el parón forzado. Y ¿cómo debemos tomar los locombianos el magnánimo gesto del hombre más rico del país, Luis Carlos Sarmiento Angulo, desprendiéndose de Ochenta mil millones de pesos con destino a la lucha gubernamental contra el Covid 19? ¿Debemos reconocer hasta el final de nuestros días esos 23 millones y pico de dólares dados por el banquero cabeza del Grupo Aval que no le disminuyen casi nada su fortuna estimada en diez mil ochocientos millones de dólares según la revista Forbes a mayo de 2019? ¿O lo podemos considerar como en mea culpa tardío?
Los verdaderos dueños del país, más que la pandemia, nos dejan una quinta enseñanza: según ellos es hora de la unión nacional, que todos los ciudadanos, ricos y pobres, del estrato social que sea, empleados o desempleados, todos debemos estar unidos para hacer frente a la pandemia, sin parar mientes que la medida más aconsejada para evitar la propagación del coronavirus, el aislamiento o encierro doméstico, está desnudando la cara más dura pero real de nuestra sociedad: la desigualdad y la miseria de miles de compatriotas. Mientras para los ricos el aislamiento puede ser un descanso placentero, para los pobres una desgracia más: no es lo mismo estar en un recinto de 500, 1.000 o 1.500 m2 que en otro de 40 o 45 m2 o en una habitación de 3 x 3 m para que tres personas vivan 19 días encerrados ahí. Y ¿qué decir de los que no tienen techo o los que con toque de queda o sin él deben procurarse su pan fuera de sus covachas?
En fin, sin desconocer muchos gestos de verdadera solidaridad, mucha de la que dan cuenta los medios por esta época tiene más de propaganda que de desprendimiento generoso y altruista. La verdadera solidaridad de los dueños del país sería creando puestos de trabajo, acabando con nóminas paralelas (contratos de servicios), no hacer parte de la cadena de corrupción y despojo de los dineros públicos (Odebrecht, Navelena, Ruta del Sol, ruta a Villavicencio y puente Chirajara, Reficar, etc.)[1].
Amigo(a) lector(a), ya volveré sobre otros temas que nos va dejando sobre la mesa el coronavirus o Covid 19.
Hasta pronto,
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[1] Recomiendo leer el artículo del obispo de Quibdó, Mons. Juan Carlos Barreto B, No es asunto de limosnas (El Espectador, 24/03/2020): analiza y denuncia quiénes deberían asumir los gastos que demande la pandemia que asola el mundo y se expande en nuestro país.
Jairo Sánchez Lara
Foto tomada de: Elespectador.com
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