Pero la cumbre de Kazán también pasará a la historia por la metida de pata de Lula, el presidente de Brasil, de vetar en la misma el ingreso de Venezuela. Argumentó que lo hizo para que dicho ingreso no asociara a los BRICS con el “radicalismo”, pasando por alto que Occidente le endilga este calificativo a Irán, a Rusia y e inclusive a Cuba, que fue admitida en la cumbre de Kazán. El veto a Venezuela fue también una traición a los principios que inspiran a los BRICS+, que si han llegado a alcanzar el tamaño y la importancia que ahora tienen ha sido por su política de puertas abiertas a todas las naciones que se les han unido o desean unírseles (hay 34 en lista de espera). Dejando de lado, tanto las enormes diferencias económicas, sociales, culturales y políticas existentes entre sus distintos miembros. Haciendo caso omiso de los vetos y las sanciones que Washington reparte a diestra y siniestra (sobre todo a siniestra) y buscando que entre los miembros de la asociación primen las relaciones en pie de igualdad y de mutuo beneficio.
Pero la insuficiencia, por decir lo menos, del argumento de Lula, da pie a especular sobre las verdaderas razones de su veto a Venezuela. Y la primera que se me viene a la cabeza es que, con dicho veto, él ha querido congraciarse con Washington, en momentos en los que la administración Biden recrudece las sanciones económicas ilegales al país hermano y orquesta una nueva campaña política, mediática y diplomática de deslegitimación del gobierno venezolano y de sus instituciones democráticas. Campaña cuya bandera es la exigencia de las actas de la pasada campaña electoral, que desdeña olímpicamente el hecho de que esas actas ya fueron presentados a la sala electoral del Tribunal superior de Venezuela, que certificaron el triunfo en dichas elecciones del presidente Nicolás Maduro. Y los muy buenos resultados electorales obtenidos por la alianza de partidos y movimientos de la oposición radical, encabezado por Corina Machado, cuyo candidato a la presidencia fue Edmundo Gonzáles. Campaña que ha despertado un escaso entusiasmo y aún menos apoyo incluso entre los países que suelen ser incondicionales de Washington. Entre los que, desgraciadamente hay que contar hoy a Brasil y a Colombia. Cuyas cancillerías repiten, como un mantra, la exigencia de unas actas electorales que no le exigen ni le han exigido nunca a ningún país. Y menos aún a los Estados Unidos de América, cuyo sistema electoral es defectuoso, por decir lo menos.
Pero volvamos al veto de Brasil al ingreso de Venezuela en los BRICS+ y a las sinrazones del mismo. Porque la verdad es que yo no entiendo por qué se ha plegado en este punto a los deseos de Washington, cuando podría haberlos ignorado tranquilamente, si hubiera sido consciente de que Washington habría podido hacer poco para castigarlo por dicha decisión. En primer lugar, por el declive de la influencia política mundial de los Estados Unidos, de la que una clara señal es el viraje hacia la independencia de la mayoría abrumadora de los países de Asia y del Medio Oriente. Declive que, en el asunto que nos ocupa, la prueba igualmente la negativa del gobierno de México a sumarse a la engañosa campaña de reclamar las actas, con el argumento, completamente legítima, de que la llama Doctrina Estrada – que guía la política internacional del país – impide la injerencia en los asuntos internos de otros países. La presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado esa negativa a pesar de que México es el primer socio comercial de los Estados Unidos de América. Los datos económicos de Brasil también son propicios al ejercicio de la soberanía política por parte del gobierno de Lula. Poca mella pueden hacer las eventuales sanciones de un país, cuyo volumen de intercambio comercial con China se elevó el año 2023 a 180.000 millones de dólares.
Han pasado definitivamente los días en los que Washington podía amenazar impunemente a Brasil con estrangular su economía.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: teleSUR
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