El primer fantasma es Rusia y la derrota infligida por Rusia (entonces la Unión Soviética) a Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Con la Ostpolitik de Willy Brandt, este fantasma parecía haberse neutralizado para siempre, pero sólo hizo falta la guerra de Ucrania para ver que no era así. Los objetivos geoestratégicos de Estados Unidos, que incluyen neutralizar a Rusia para llegar a China, han encontrado en Alemania el apoyo más entusiasta o servil. El auténtico deseo de paz desapareció rápidamente y Alemania empezó a prepararse para una guerra que va mucho más allá del suministro de armas a Ucrania. La reciente revelación de los planes militares alemanes para Crimea son indicios de ello y el ministro de Defensa, Boris Pistorius, afirmó recientemente que «la UE debe estar preparada para la guerra antes de que acabe la década».
Alemania se ha convencido de que está en buena compañía, pues tiene como aliado a una de las potencias que la derrotaron en la Segunda Guerra Mundial. La victoria sería segura y, por eso, los Acuerdos de Minsk 1 y 2 fueron una excusa para darle tiempo a Ucrania de prepararse para la guerra. Al final, la previsión falló y, a pesar de toda la propaganda en contra, Rusia está ganando la guerra y las condiciones que garantizaron la prosperidad de Alemania en la posguerra tardarán mucho tiempo en reconstruirse, si es que alguna vez lo hacen. Estados Unidos se retirará de Ucrania cuando le convenga, igual que hizo en Afganistán, Irak, Siria y Libia, pero Alemania y Europa serán rehenes de las consecuencias de esa retirada. Alemania pensaba que por fin estaba en el lado correcto de la historia y aún no se ha dado cuenta de que, para bien o para mal, la historia ha vuelto a girar hacia el Este, donde en realidad ha estado más tiempo en la historia. Alemania y la propia Europa sólo despertarán de esta locura cuando tengan que explicar a sus ciudadanos que defender militarmente a Taiwán forma parte de la seguridad europea.
El segundo fantasma es el Holocausto. Lo que está ocurriendo en Alemania después del 7 de octubre es algo muy extraño. Es comprensible que la culpa histórica por el horrendo crimen que cometió hace apenas noventa años le obligue a afirmar inequívocamente el derecho de Israel a defenderse, e incluso a afirmar que la seguridad de Israel es la razón de ser de Alemania. Al fin y al cabo, la existencia de Israel es el resultado de ese crimen. Lo incomprensible es el extremismo con que lo hace. Cualquier crítica a Israel se considera antisemitismo, el canciller alemán repite hasta la saciedad, contra toda la violencia televisada a diario, que el comportamiento de Israel se guía por «los principios más humanitarios», se prohíbe cualquier protesta contra el genocidio (palabra proscrita) en Gaza, se censura a los judíos alemanes que se manifiestan contra la política de Israel, se censura a los propios inmigrantes, muchos de ellos procedentes de la región, desestabilizada en gran parte debido a la agresiva política de ocupación territorial de Israel, que contraviene las resoluciones de la ONU, corren el riesgo de ser deportados si se manifiestan a favor de Palestina, se prohíbe la entrada a visitantes extranjeros que participan en conversaciones en las que se aborda el problema de Palestina con cierta imparcialidad o se les prohíbe la entrada.
La lucha contra el antisemitismo es más que legítima y necesaria, pero defenderla de esta manera es alimentar el autoritarismo, la xenofobia, la islamofobia y, en definitiva, el antisemitismo. Es estar de acuerdo con el sentido común del Estado israelí de que los palestinos son seres inferiores, «animales humanos» que no merecen otra cosa que el exterminio, la limpieza étnica. Es dar un cheque en blanco a un Primer Ministro muy impopular en Israel que, ante los crímenes de los que se le acusa, ve en la continuación y extensión de la guerra una condición para su supervivencia.
La complicidad en el genocidio de Gaza se lleva a tal extremo que, noventa años después, podemos comprobar que los alemanes vuelven a normalizar un crimen horrendo contra personas a las que consideran inferiores, un crimen esta vez no cometido por ellos, sino por sus antiguas víctimas, de las que se consideran aliados incondicionales. La perplejidad es tal que el extremismo alemán nos lleva a preguntarnos si el apoyo al genocidio de Gaza se explica menos por el deseo de expiar un crimen horrendo que por un deseo insidioso e inconsciente de justificarlo. El inconsciente colectivo tiene razones que la razón desconoce. Traducción de Bryan Vargas Reyes
Boaventura de Sousa Santo, Académico portugués. Doctor en sociología. Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Foto tomada de: La Tinta
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