En nuestra región, después de la caída de Hitler, los Estados Unidos han sembrado el terror y masacrado los pueblos en los países invadidos por las tropas norteamericanas para derrocar gobiernos democráticos e imponer dictaduras, como en Haití, República Dominicana, Granada, Guatemala, Honduras y Panamá en Centroamérica, o financiar y asesorar golpes de estado como en Venezuela, Paraguay, Brasil, Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay y Perú, cuyos ejércitos fueron entrenados en el uso de métodos de terrorismo de Estado y adiestrados en la doctrina de la seguridad nacional en la renombrada “Escuela de la Américas” del hegemón. En Colombia “la estrella polar” no necesitó invadir, ni imponer dictaduras, salvo la de Rojas Pinilla, porque desde siempre, las oligarquías y sus regímenes autoritarios sometieron el país a su hegemonía y su política de muerte, gobernaron al servicio de sus intereses y de su política expansionista y, desde entonces, se han sostenido en el poder mediante el sometimiento del pueblo colombiano a un estado de genocidio permanente.
El terrorífico método de incinerar cuerpos humanos en hornos crematorios, que se creía había quedado sepultado en la memoria histórica del nunca más, reapareció en Colombia, durante el régimen autoritario de Álvaro Uribe, quien incorporó a su política de “seguridad democrática” la creación de bandas paramilitares entrenadas y dotadas con armas del Estado, que se articularon con las fuerzas militares y conjuntamente sembraron el terror por todos los rincones del país. Según las declaraciones del criminal comandante de las AUC, Salvatore Mancuso, todas las acciones de esas tenebrosas bandas, unas veces por separado, otras en conjunto con los batallones del ejército, fueron planeadas con generales y coroneles que comandaban dichos batallones, porque se trataba de “una política de Estado”, contenida precisamente en la política de seguridad democrática del gobierno de Uribe. Verdad corroborada reiteradamente por generales comandantes de batallones, oficiales, sub oficiales, soldados y policías, bajo su mando, en comparecencia ante la JEP para aportar verdad, reconocer sus crímenes y pedir perdón a los familiares de las víctimas.
Entre las múltiples referencias a las masacres y los asesinatos cometidos para satisfacer las solicitudes de los altos mandos militares, Mancuso reveló que su comandante Carlos Castaño le ordenó que, como estaban dejando a la vista muchos cadáveres de personas asesinadas y masacradas, por petición los altos mandos militares debían desaparecerlos porque eran excesivas evidencias que podían ser utilizadas por los y las defensores de derechos humanos y los sectores de oposición; fue entonces, según lo afirmó Salvatore Mancuso, que empezaron a descuartizar y enterrar los cadáveres de las masacres en fosas comunes.
Pero en un momento de su narrativa de terror, el hombre hablo de los hornos crematorios ubicados en la zona rural del municipio de Villa del Rosario en la frontera con el municipio venezolano San Antonio del Táchira, que procedieron a adecuar los hornos de una ladrillera en desuso ubicada en el corregimiento de Juan Frio del municipio de Villa del Rosario y los convirtieron en hornos para cremar cadáveres y partes de cadáveres descuartizados que, se suponía, jamás serían encontrados.
Fabian Becerra, un habitante de Villa del Rosario, que perdió a su hija, la niña Carmen Patricia, que en 1999 tenía apenas 12 años, junto con dos de sus hermanos y un sobrino, seguramente cremados, en el marco del acto “por la Paz, por la memoria y por la vida nunca más” realizado por la cancillería colombiana en el sitio donde están ubicados los tétricos hornos, en el que participaron delegaciones diplomáticas, familiares de las víctimas y organizaciones de derechos humanos, mostró los hornos a los participantes y explicó cómo funcionaban “aquí era el horno crematorio que tenían, aquí llegaban y los descuartizaban, como dicen, metían la gente y las quemaban, ya venían muertos, descuartizados, lo que quedaba lo sacaban y lo metían a un tanque con ácido sulfúrico para que no quedara evidencia”; “yo no sé si mañana o pasado mañana me maten, pero que sepa el mundo todo lo que pasó, no tengo miedo a contar la verdad” expresó con su dolor el padre de Carmen Patricia. (video – reportaje realizado por Luis Muñoz y Aitor Chavarri. 03/10/2023. Tik Tok). Se estima que, en ese tétrico horno, los paramilitares calcinaron más de 500 cadáveres de víctimas civiles inocentes, que probablemente no hacen parte de los 6.402 contabilizados por la JEP.
Seguramente el horror de este holocausto llegó a los oídos del mundo; pero los medios de comunicación masiva monopólicos de Colombia, en nuevo episodio de protección al genocida, el que dio la orden, ni siquiera registraron este acto de desagravio como noticia. No obstante, la comunidad internacional y centenares de miles de colombianos que se informan por las redes sociales, se enteraron de que Colombia, después de más de 75 años del Auschwitz alemán, contó con su horno Nazi – Uribista de Juan Frio. Al otro lado del rio en la frontera del lado del territorio venezolano, esperan más de 200 cadáveres enterrados en fosas comunes, sin contar los cadáveres que fueron tirados al rio, según lo reveló ante la JEP el monstruoso ex mandamás de las AUC.
Aunque el tirano genocida, en su cada vez mayor desespero, se desgañite por afirmar que “los falsos positivos parecieron una estrategia para deshonrar la seguridad democrática” (Álvaro Uribe. Revista Semana), que con desvergüenza mienta, contra toda evidencia, al afirmar que no pagó por matar colombianos y colombianas inocentes y, afirme que los altos mandos militares lo engañaron; a pesar de que sus cómplices borregos digan que “la narrativa de los falsos positivos son una fábula para denigrarlo, calumniarlo y enlodarlo” y que “los falsos positivos son un invento”, la verdad aflora contundente, incontrovertible, los hechos que se van conociendo corroboran que las revelaciones de Mancuso, Macaco y los centenares de militares que comparecieron ante la JEP son contundentes y dijeron la verdad.
El pueblo colombiano debe saber por qué Uribe y el uribato tienen el afán de ocultar, tergiversar o distorsionar la verdad. Para que haya paz y reconciliación se debe saber por qué decidieron construir, entrenar y armar, con dineros públicos y privados, un ejército paramilitar, por que resolvieron hacer trizas la paz con las Farc y continuar la guerra, por qué empresarios, ganaderos, multinacionales, banqueros, industriales, comerciantes financiaron las bandas paramilitares, por qué los gobiernos nacionales, gobernadores, alcaldes y altos funcionarios del Estado saquearon los dineros de la salud y de la alimentación de niños, niñas y jóvenes, para financiar la orgia de sangre de los paramilitares en todo el territorio nacional, quienes son los terceros civiles comprometidos con el genocidio uribista. Razón tiene el presidente Petro al sentenciar que sin verdad no habrá justicia y sin justicia no habrá paz. Que no es suficiente la JEP y el acuerdo de paz con los grupos armados disidentes; que se requiere una fiscalía que garantice justicia, que se coloque del lado de la verdad y la paz y no al servicio del genocida y las mafias que se tomaron el poder desde hace décadas.
José Arnulfo Bayona, Miembro de la Red Socialista de Colombia.
Foto tomada: Las2orillas
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