Esos mensajes se pueden sintetizar así: 1. Poco se podrá hacer si nos limitamos a la acción exclusiva desde el gobierno porque existe un “enemigo interno” que sabotea e impide los cambios (la estructura colonial y capitalista del Estado); 2. El movimiento social debe unificarse y presionar “desde abajo” para poder alcanzar cambios estructurales; 3. Hay que construir un fuerte bloque latinoamericano para empezar a resolver los problemas de cada país de la región; y 4. Si la sociedad a nivel global no cambia su concepción del progreso y “desarrollo”, iremos a hacia una hecatombe ambiental o nuclear, y/o la crisis moral (consumismo obsesivo) nos conducirá al suicidio colectivo.
Estos llamados del presidente Petro son resultado, no solo de su visión y experiencia de lo ocurrido en Colombia desde 1991, sino también de haber evaluado los “procesos de cambio” de América Latina, en donde, a pesar de lo que decían sus propios protagonistas, se confundió “gobierno” con Estado y Poder. Se pensó que desde el gobierno se podía superar a voluntad el sistema de dominación del gran capital y/o que la vía para hacerlo partía de declararse “formalmente” en rebeldía ante el imperio estadounidense sin tener con qué soportar esa decisión.
Lo vimos con las “misiones” de Chávez, el “gobierno de los movimientos sociales” de Evo-García Linera, la “revolución ciudadana” de Correa, y demás “procesos de cambio”, que lograron redistribuir parte del presupuesto estatal y algo de la riqueza social-nacional, apoyándose en la bonanza de los commodities, pero, en lo fundamental, no lograron afectar la estructura del poder económico, político y cultural del sistema capitalista vigente, limitándose a reproducir una retórica épica y antimperialista que era una herencia cubana y “fidelista” que ya no servía para esta época.
Pero, seguramente hay que ir más allá en el análisis. Cada nación porta dentro de sí un acumulado complejo que marca la identidad de cada pueblo, sociedad y país. Es fruto de su historia, de la manera como surgieron las clases y sectores sociales, de su relación con el territorio y sus riquezas naturales, de la forma como han resistido la dominación los pueblos originarios y las comunidades que han “surgido” (mestizajes) de las migraciones obligadas y forzadas (en Colombia la “traída” de los afros y de los yanaconas), y también, de las luchas “modernas” y actuales.
Y así como pasa con las sociedades ocurre en nuestras vidas. En cada etapa de ellas vamos dejando cosas sueltas, hilos rotos y problemas no resueltos que creemos haber dejado atrás, pero luego, cuando menos lo esperamos, vuelven a aparecer. Freud le llamaba el “fenómeno de la repetición”.
Tarantino, el estallido social, la “primera línea” y el “bucle extraño”
En la película “Bastardos sin Gloria” de Quentin Tarantino se muestra a lo largo de varios capítulos ese proceso. El protagonista principal de cada capítulo logra su objetivo, pero siempre queda “una pata suelta”, algo que se dejó de hacer para rematar la faena. En los siguientes capítulos vuelve a aparecer “ese algo”, un poco transformado o con una nueva presentación, y se convierte en un problema mayor. Al final de la película, los protagonistas logran en gran medida sus propósitos, pero la “cicatriz” queda y todo puede ocurrir. El futuro queda abierto, no hay “cierre definitivo”, hay que seguir “en la búsqueda”, y enfrentar la incertidumbre con disposición a la sorpresa y al aprendizaje.
Un hecho no calculado que se sale de control se convierte más adelante en una falla o error, que de una u otra manera se convierte en un problema. Al no ser resuelto en su esencia, seguirá reproduciéndose de una u otra forma. Así funciona la vida, es lo que los programadores digitales o creadores de algoritmos saben que existe, el “bucle extraño”; o lo que los biólogos llaman “ruido genético” que ayuda a que la vida siga avanzando, en medio de la imperfección y el “error”.
Durante el estallido social en Colombia, los jóvenes de las ciudades más golpeados por la falta de educación y de empleo[1], se convirtieron en la supuesta vanguardia de la protesta. Algunos jóvenes se dejaron provocar por los infiltrados del gobierno o manipular por activos de los grupos armados ilegales de todo tipo (u otros sectores que no han renunciado al “sueño insurreccional”), y fueron un poco más allá de la protesta pacífica. “Dieron papaya” involucrándose en acciones violentas y vandálicas. Desgraciadamente, algunos terminaron asesinados (el gobierno necesitaba muertos) o en las cárceles. No pudimos convencerlos que esas aventuras le servían a la derecha extrema (llámese “uribismo” en Colombia o “pinochetismo” en Chile) y que debilitaba a la misma protesta.
Era evidente que la relación entre los partidos políticos progresistas y/o de izquierdas y las expresiones más radicalizadas del movimiento de los jóvenes no habían madurado para impedir ese tipo de provocaciones. Ya teníamos lecciones importantes que la juventud bogotana nos había dado en 2019. Cuando la guardia indígena del Cauca viajó a Bogotá para ofrecerse como una especie de “primera línea” en las marchas de diciembre de ese año, los jóvenes artistas –que eran los verdaderos líderes en ese instante– con mucha discreción llamaron a los indígenas a hacer parte del conjunto de marchantes porque sabían que la mejor defensa de la protesta era su masividad y su capacidad para no dejarse provocar de ningún grupo violento. Dicha lección fue desechada por quienes se creen “guerreros” y piensan que la policía es el enemigo principal.
Así, algunos sectores del progresismo y de las izquierdas, incluso, dirigentes del nivel nacional alentaron a los jóvenes –durante el estallido de 2021 – a convertirse en “primeras líneas”, copiando lo que ocurría en Santiago de Chile, sin reflexionar profundamente en las consecuencias que ello traería para el conjunto de la lucha y de la protesta social. Hoy, esos errores, de una u otra manera los estamos pagando porque la actitud y política que lleva perdonar a estos jóvenes por sus actos violentos (provocados, manipulados) se la cobran fundamentalmente a Petro, cuando en realidad fue uno de los pocos dirigentes en avizorar lo que podría suceder más adelante.
Y precisamente, porque así funciona la vida, en medio de aciertos y errores, en medio de la aproximación a la realidad a la que siempre le faltará algún detalle, es por lo que tenemos que entender lo que ha planteado Petro en cuanto a que su gobierno hace parte de un proceso que está en “una búsqueda”. Es uno de los conceptos que más debe trabajarse en este momento, cuando hay que estar al frente de una acción política y pedagógica de “alto vuelo”, de gran consistencia, para evitar que la derecha llene de pesimismo al pueblo porque las “cosas no cambian”, porque las “soluciones no aparecen ya”, porque “las cosas siguen igual” o porque “no se ve el cambio”.
Petro con su llamado a los movimientos y organizaciones sociales a dejarse de mirar el ombligo y a pensar en grande, lo que está pidiendo es que aterricemos nuestras expectativas y sepamos –de una vez por todas- que la lucha social y política debe pasar a una nueva etapa. O sea, que la llegada al gobierno no debe mirarse como una meta sino como un pequeño paso hacia la realización y el fortalecimiento de una lucha de largo plazo que debe realizarse a todos los niveles. No solo la Reforma Agraria necesita de sujetos sociales; cada una de las reformas y las “transformaciones de hecho” (como la “paz total”) requieren sujetos sociales que aporten soluciones y nuevas prácticas frente al Estado, a la vida y al cambio. Es “desde abajo” y “por arriba”; apretando, negociando, avanzando, acumulando fuerza. No hay otro camino.
Algo sobre el “bucle extraño” o la fisura colombiana
En Colombia, en cada región, pueblo y lucha social tenemos ejemplos de ese “algo” que queda sin ser resuelto. Desde antes de la colonización española tenemos una característica muy especial de la que somos poco conscientes. En este territorio existió un pequeño “imperio” muisca o chibcha, en el centro del país (altiplanicie cundi-boyacense) que no fue expansionista ni agresivo. También existían numerosos pueblos “nunca sometidos”, a diferencia de lo que ocurrió en México (mexicas y purépechas) o en Perú (“incas” o elites aymará-quechuas). Esa gran diversidad de pueblos rebeldes e independientes es nuestra fortaleza, pero a la vez, nuestra debilidad. Es una característica esencial que debemos reconocer para poder entendernos.
Claro, en el proceso de colonización esos pueblos indios rebeldes fueron exterminados, desplazados hacia las selvas o arrumados en las montañas (como ocurrió en el Cauca), y la “nación colombiana” fue constituida principalmente por “criollos” blancos y mestizos de origen yanacona, y comunidades negras afrodescendientes, en donde el “espíritu cortesano” se impuso con la cruz y el látigo, con la religión y la violencia, y en muchas regiones, con métodos paternalistas y clientelistas en donde el mestizaje cumplió un papel muy importante.
Para poder dominarnos, los colonizadores españoles y sus herederos coloniales (que hoy es la oligarquía colombiana), diseñaron desde el principio varias formas de enfrentar a pueblo contra pueblo y a un sector social contra otro sector social. Para lograr ese cometido nos mantenían separados y desconfiando unos de otros. Nasa contra Misak, negro contra indio, campesinos mestizos por aparte. Además, aprendieron a generar rebeliones minoritarias y alzamientos armados a destiempo, utilizando toda clase provocaciones y trampas. La oligarquía colombiana se volvió experta en esa práctica con la colaboración –ya en siglo XX- de las agencias de inteligencia estadounidense.
La rebelión negra contra la esclavitud liderada por Benkos Biohó (1599), la Revolución Comunera (1781), las “guerras liberales” del siglo XIX, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y todo lo sucedido en adelante hasta la fecha, son demostraciones de ese aprendizaje criminal que en la actualidad es aplicado en todo el mundo. Y lo paradójico del asunto es que las castas dominantes colombianas han aprendido a utilizar a quienes aún siguen creyendo en la “estrategia insurreccional”, sueño que quedó de herencia de las revoluciones proletarias de Rusia y otros países.
Con el fin de derrotar esa estrategia que se aprovecha de nuestras herencias históricas, Petro hoy propone y encabeza otro camino. No niega ni rechaza la rebeldía ni la lucha por la emancipación social. Al contrario, llama a fortalecer la organización y alienta la movilización social. Él mismo es fruto de todo ello. Pero, las coloca en otra dimensión para poder ganar a las mayorías que no son tan rebeldes como quisiéramos, para superar el espíritu sectorial y de minorías, para “pensar en grande” y ejecutar un plan de acción que responda –indudablemente– a las necesidades inmediatas pero que tenga una mirada y un desarrollo de mediano y largo plazo.
Por ello nuestras luchas actuales deben ser “desde abajo” y “por arriba”, sin idealizar nada, sin creer en soluciones fáciles e inmediatas. Si los pueblos y trabajadores comprendemos en verdad a Petro, seguro haremos historia. Si no lo logramos, no pasará nada. Hay que identificar nuestros traumas y limitaciones históricas. Solo si los miramos a la cara lograremos superarlos y avanzar.
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[1] Aunque algunos amigos y compañeros le adjudican consignas anticapitalistas y antisistémicas a las movilizaciones y protestas juveniles de 2019 y 2021 en Colombia, la verdad es que el tema de la educación y el empleo estaban en el centro de sus necesidades. Es posible que algunos dirigentes planteen temas ambientales, de género y la reestructuración del ESMAD (policía antidisturbios), pero la práctica y las negociaciones con los gobiernos locales y territoriales demostraron que el grueso de los jóvenes tenía en mente soluciones sectoriales y reivindicativas, que, están lejos de portar concepciones más estructurales. Como siempre, la idealización de algunos sujetos sociales y de sus luchas, básicamente sectoriales (disfrazadas de espíritu identitario, culturalismo, indigenismo, nuevas formas de nacionalismo, etc.), lleva a plantear y a cometer en su nombre todo tipo de aventuras que luego son utilizadas por las derechas en contra de la misma protesta y organización social. (Nota del Autor).
Fernando Dorado
Foto tomada de: El Nuevo Siglo
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