Colombia históricamente ha perseguido un proyecto político oligarca y se ha prestado como plataforma política continental; especialmente facilitándole la consolidación de intereses del cono norte; aunque marcando distanciamiento con el cono sur. En este proceso servil, la oligarquía ha obtenido réditos políticos, pero sin necesidad de tener que socializarlos, ni redistribuirlos. Por está vía se han aguado las esperanzas del desarrollo humano, para rememorar a Max Neef, donde no hemos podido realizar ‘la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza’. Y parece que ni el Covid-19 lo logró.
Dicho proyecto político pretende todo, menos avanzar hacia una mejor distribución de la renta, la convivencia política pacífica y la consolidación de un sistema económico con modos de producción no controlados por la libre competencia y los mercados. Estos son los muros edificados por la clase representada en el Estado colombiano, los cuales han generado fuertes tensiones sociales que explican la polarización política que hemos vivido. Polarización que muchos utilizan peyorativamente para deslegitimar la crítica, creyendo que así contribuyen al debate.
Hoy el Covid-19 ha puesto a chocar la política con la economía. La parálisis de la producción ya nos empieza a mostrar los impactos en la ocupación, el desempleo y la inactividad; pero la respuesta del Estado no ha sido otra que las mismas políticas ‘redistributivas’ piloteadas por él y ha impedido que por esta vía aterricen temas como la necesidad de una reforma tributaria progresiva y la compleja Renta Básica Universal. Estos temas han chocado con el muro de la imposibilidad a la redistribución del ingreso.
El otro muro ha sido la paz. Aquí la estrategia ha sido solo hacer trizar los Acuerdos como lo advirtieron, mediante el obstáculo a la JEP, a la Comisión de la Verdad y a través de unos nombramientos inmorales que desdicen de cualquier intención de paz. La estrategia también ha sido oponerse cualquier propuesta que venga en el sentido de avanzar hacia reconstruir lo acordado y cumplir lo pactado. De allí que se hayan neutralizado todos los proyectos políticos y sociales alternativos, donde la muerte sistemática de líderes sociales es parte de la estrategia y vaya uno a saber si el discurso de la No Violencia que enarbola Aníbal Gaviria también esté siendo neutralizado tras la reciente medida de aseguramiento impuesta por la Fiscalía.
El tercer muro es la fe ciega en los mercados y la libre competencia. Por esa vía han rebotado todos los intentos por reclamar más participación del Estado y menos esquemas regulatorios que sólo han derivado en la absurda cartelización empresarial. La idea de privatización persiste en este muro y tras él se esconden los intereses de un poder oligárquico que no se legitima en democracia, sino a través de estrategias reprochables por sus vínculos non sanctum.
Abel Domínguez, Profesor
Foto tomada de: El Colombiano
Deja un comentario