Una crítica nítidamente ideologizada e intelectualmente pobre, tanto del centro como de la ultraderecha, cuyo propósito es destruir al gobierno cuando lo que hacen es desbaratar el modelo económico por ellos creado, y socavar las instituciones que deterioran el Estado desde cuatro poderes: la “tecnocracia”, la política, el ejecutivo y la justicia, amparados en la Constitución de 1991 de la cual emergió una deplorable independencia de los poderes que han parcelado el Estado en cuatro mega haciendas y la ciudadanía trabajando para ellos, y no ellos para la gente.
Por eso, el Banco de la República decide en modo neoliberal, igual las Cortes y la mayoría del Congreso de la República, que si se impulsara una iniciativa ciudadana seguramente lo cerrarían y se reabriría luego de una profunda reforma política, del sistema de justicia, y del rol del Estado en la economía porque no se puede dejar que el mercado acumule saqueando los recursos públicos a través de un extendido sistema de corrupción PPP (público, político y privado).
Entonces, la oposición de los “tecnócratas” ortodoxos es equivocada, porque desconoce, minimiza y niega la compleja e incierta situación política y económica dado el calentamiento global que obliga al cambio tecnológico, energético y a la desaparición de actividades ligadas a un consumismo compulsivo, innecesario, depredador y destructivo de los ecosistemas naturales. De esta manera, la crítica de la ortodoxia que no creó las bases de un cambio estructural sostenible, minimiza o desconoce acciones positivas del actual gobierno.
Si las políticas estructurales que incentivan el conocimiento y la investigación y hacen sostenida la innovación, elevan la productividad y su tasa de crecimiento, incrementaría las oportunidades en los mercados nacional e internacional. Entonces, la productividad aumenta en la medida que avancen los factores tecnológicos y sociales ligados a la equidad, la producción y a arreglos institucionales de largo plazo.
Los buenos desempeños de la economía colombiana en 2024 se debieron a aciertos de la política pública progresista, que, en el contexto internacional – incluidos los contenidos de las reformas sociales neutralizadas por las cortes -, se miran de manera positiva, porque modernizan a Colombia y mejoran las condiciones estructurales para la inversión.
Ventajas demasiado generosas y básicas, lo que generan es la atracción de inversiones de menor contenido tecnológico que no están en la frontera del cambio estructural y tecnológico de la producción y del comercio internacional, por cuanto los estímulos que ofrecen las políticas de Colombia son producto de débiles y turbios acuerdos institucionales los cuales no generan confianza y condiciones a muchos inversionistas que requieren de condiciones más sólidas y transparentes, porque esta economía tiene en la violencia, la corrupción, la ilegalidad, el extractivismo, en la ganancia inmediata, en la escaza investigación científica y tecnológica y en una educación de mala calidad e inaccesible para la mayoría de la población, las bases de un precario sistema de acumulación y de inserción internacional. Su profunda dependencia científica y tecnológica es su gran rezago estructural de largo plazo, porque desconoce la importancia del conocimiento endógeno en el desarrollo y en las cadenas globales de producción y de innovación.
Así se ha construido la sociedad colombiana, por tanto, el negacionismo es su manera de argumentar. Como se oculta la verdad para justificar las anomalías construidas y perfeccionadas, caso de los sistemas de salud, infraestructura, minas y energía, justicia, y del latifundismo – modelo de producción y de propiedad de la tierra rural -, se ha desatado y mantenido todas las formas de violencia imaginadas, incluida la corrupción, porque es violencia cuando la gente muere o sufre porque se roban los recursos públicos para la inversión social. La corrupción con los recursos de todos, es inhumana y criminal.
Por el lado de la economía, el negacionismo a una política industrial y de innovación que reestructure la producción, equilibre el desarrollo social, económico y territorial, impulse las exportaciones y haga de estas la principal fuente de desarrollo, innovación e ingresos del Estado y del mercado, ha sido la mayor barbaridad intelectual y de política que trajo la invasión neoliberal de 1991, porque hace imposible un cambio cultural, acuñado desde la conquista y la independencia en torno al extractivismo depredador de los recursos naturales, excluyente, devorador de lo público y violento. Incluso, la corrupción en torno a la acción política, pública y privada, se asimila a un extractivismo del presupuesto y de los recursos de la nación.
Ahora bien, la economía colombiana va bien en medio de las amenazas y críticas de la ortodoxia. Crecen el turismo, la agricultura, la banca, el comercio y algunas industrias. En diciembre la gente consumió compulsivamente como si estuviera en la antesala del último día de la humanidad. Esos sectores se movieron por acciones acordadas entre el gobierno y privados, traducidas en políticas que ojalá se profundicen y extiendan muchos años.
Sin embargo, estas no serán suficientes porque Colombia tiene una estructura productiva poco diversificada que necesita desarrollar nuevas industrias asociadas o derivadas, y nuevas industrias y servicios avanzados producto de otros factores: educación de más calidad y pertinencia, emprendimiento disruptivo, ciencia y tecnología, protección de la biodiversidad. Mientras Colombia tenga una educación tan desigual entre quienes tienen plata y no, e invierta tan poco en investigación y desarrollo, jamás se podrá desarrollar y será un espacio de acumulación inferior, engañoso, mal distribuido, ilegal y nada agradecido con la naturaleza, la ética y la gente.
El neoliberalismo no ha podido entender ni hacer algo con la economía de la innovación, pero tampoco el gobierno del presidente Petro ha logrado dilucidar e implementar a cabalidad la política nacional de reindustrialización, que está en el plan nacional de desarrollo y que debe liderar el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo con los ministerios de Ciencia, Energía, Salud, Agricultura, Defensa, Transporte, Medio Ambiente, y el DNP porque es un proyecto permanente y de planificación de largo plazo del Estado. Han fallado algunos liderazgos en el alto gobierno que deben corregirse en los 18 meses de gobierno que le quedan.
La incapacidad histórica para implementar políticas complejas y duraderas, hace pensar que hay una imposibilidad para apropiar y crear fuentes teóricas heterodoxas ligadas a la singular condición nacional, con el fin de mirar lejos para transformar la realidad y hacer de un desarrollo sostenible, humano, inteligente y duradero un propósito de Estado. Están fallando las universidades, la investigación y la dirigencia en sus cinco y deformados poderes: tecnócratas, políticos, ejecutivo, justicia y la gran empresa.
La reindustrialización es una aventura fascinante que nunca acaba de inventarse, porque siempre debe haber reindustrialización según la ola de innovación que esté ocurriendo. Pero su base es el conocimiento, la biodiversidad y el agua, el ecoturismo, las nuevas energías, la cultura (por ejemplo, el majestuoso Carnaval de Blancos y Negros de Pasto), los nuevos territorios y las nuevas ciudades, y el futuro primero que el presente.
El crecimiento que se puede alcanzar con las conocidas políticas ortodoxas de la competitividad y de un ajuste fiscal a cualquier precio, jamás será alto, duradero y con la productividad en crecimiento constante. Ante los ataques de las Cortes a las reformas económicas, el gobierno no puede represar, para cuadrar caja, los recursos que le quedan para invertir, porque lograrán el equilibrio fiscal, pero inhibirán los recursos para articular la producción, la innovación, la sostenibilidad ambiental y la inversión social. La estrechez macroeconómica de la ortodoxia puede poner en aprietos el proyecto progresista y de paz duradera.
La dirigencia debería estar contenta con el gobierno progresista, y enmendar lo que la estupidez ideológica de la oposición política ha impulsado a través de las Cortes con tal de destruir el proyecto de cambio que debe ser aún más progresista, porque Colombia y el mundo necesitan de una revolución multidimensional que no será igual o parecida a cualquier otra conocida.
Lo peor que le puede suceder a Colombia es volver a los años del negacionismo neoliberal, e igual de malo sería que el progresismo no aprenda de su primer gobierno para ajustar y volver a triunfar. Las reformas sociales son clave, y de aprobarse sin micos y negociaciones indebidas, la nación ganará y los partidos también, porque el debate será de otro nivel para más inteligentes y desafiantes propósitos.
Dudo que la radical oposición de la ultraderecha quiera y entienda que se necesita desarrollar el país con miradas y acciones totalmente diferentes a las que han usado para gobernar y destruir los sueños de una nación que tiene todo para ser grande, biodiversa, justa, feliz, inteligente, innovadora, creativa y decente.
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: Radiónica
Deja un comentario