A la memoria de los Eliseos, mi padre y abuelo, que cortaron monte y sembraron café en su Fredonia natal. Me enseñaron lo que es el café, la asociatividad, el poder de la familia y la comunidad.
El tiempo corre, los cafeteros no se ponen de acuerdo sobre el qué hacer asociativo, gremial y mucho menos con el gobierno actual.
Y es que la historia del café ha sido significativa, si bien ya no es el motor de la economía, la base de la acumulación de capital (hoy aporta el 22% del PIB agrícola del país), sigue conservando una gran importancia por su capacidad de generar divisas y en especial por ser la fuente de sustento de unas 548.000 familias, ubicadas en 23 departamentos y 603 municipios del país (https://fncantioquia.org/conozca-las-cifras-mas-relevantes-de-la-caficultura-en-colombia/). Son 658.000 fincas cafeteras, con 842.000 hectáreas sembradas; es decir, el café se produce por familias cafeteras campesinas en fincas donde se destinan, en promedio, 1.3 hectáreas para ello. En contraste, por ejemplo, la ganadería utiliza una (1) hectárea de tierra, para que allí pasten, en promedio, 1.3 animales.
De esta historia hay experiencias maravillosas, algunas de ellas olvidadas, tal es el caso de toda la logística coordinada desde las cooperativas cafeteras, que en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, permitió no solo generar las infraestructuras requeridas, el financiamiento necesario, sino el procurar la calidad de vida de las familias cafeteras. Plantea Parsons (1997, 157) que las colonias de productores cafeteros asentadas en el suroeste antioqueño entre 1835 y 1914 “[…] eran asociaciones agrarias, unidas fraternal y sólidamente, entre las cuales se había desarrollado el cooperativismo en el desmonte, la siembra y la cosecha, y un alto sentido de responsabilidad comunal.[1]
Las cooperativas, y posteriormente (desde 1927) la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) se constituyeron en una experiencia asociativa significativa, que se puede mostrar al lado de las que han ocurrido y que aun suceden en el mundo y se convierten en ejemplos de asociatividad, de distritos, de clúster o cualquier denominación que se prefiera. La institucionalidad creada fue permitiendo no solo contar con instrumentos de apoyo a la producción y a la calidad de vida, sino que los amplios desarrollos y crecimiento en el sector, aún hoy representan ejemplos de desarrollo científico, tecnológico y empresarización.
Pero esta idea y práctica potente de impacto productivo en el territorio cambió, justo cuando el modelo de desarrollo exigió que los mercados fueran los que determinaran las condiciones de negociación de producción y comercialización. El rompimiento de Pacto Internacional del Café (1989) le dio paso al libre mercado y con él a los juegos en los mercados de capitales, de futuros, obviamente de la mano de las grandes y poderosas empresas multinacionales del sector. El problema no, necesariamente, son estos mercados en sí, sino que se optó por abandonar, en parte, los procesos asociativos, dándole paso a estrategias de corte individualista, donde la misma FNC se fue marginando, quedando como un gestor (intermediador) de tales procesos (campesinos–mercado), abandonando su espíritu de acompañamiento solidario, de comunidad.
De esta manera, mientras en aquellos años del Pacto el 100% de la producción cafetera del país era exportada directamente por la FNC, el promedio, en lo que va corrido en esta década es del 17.8%, es decir el 82.2% de la producción es exportada por particulares que deben aportar la cuota cafetera al Fondo Nacional del Café, una cuenta parafiscal que debe utilizarse al servicio de esas 548.000 familias y que, por convenio, de la FNC con el Estado, aquella realiza su administración. Además, este Fondo es nutrido con recursos públicos, es decir, de acuerdo con el Ministro de Hacienda, el Fondo dispone de $370.000 millones de los cuales $195.000 fueron aportados por el Gobierno, el restante por los caficultores. Si bien los recursos del Fondo son aportes para el uso específico del gremio cafetero, estos recursos (mixtos) son considerados de carácter público (Sentencia C-132/2009), así que la discusión de a quienes pertenecen esto recursos está saldada, son recursos públicos con destinación específica a los cafeteros, pero a todos no solo a quienes están agremiados en la FNC, que es hoy la gran demanda del sector.
Así que esas familias cafeteras hoy pueden estar asociadas o no a cooperativas. De acuerdo con la Superintendencia de Economía Solidaria, existen en el país 80 cooperativas, de las cuales 33 están afiliadas a la FNC. Es de aclarar, que todos los afiliados a las cooperativas o productores individuales pagan la contribución cafetera, aunque solo el 41.3% de las cooperativas existentes hagan parte de la FNC. En definitiva, es innegable la fortaleza que tiene la Federación, pero a pesar de ella, es cada vez menos importante para los productores como un todo, e incluso para sus afiliados.
Así que es necesario parar y que no se sigan perdiendo 97 años de construcción institucional de la FNC, y casi dos siglos de tradición y éxitos de una producción que ha resistido los embates de los mercados, que sigue siendo el sustento y cultura de 2.5 millones de campesinos y campesinas de este país, que permea la vida de amplios territorios que han hecho del café una forma de vivir, de sentir la tierra.
Alrededor de la FNC se ha constituido una élite que, aunque tenga cercanía al sector, ha estado más en el mundo de los privilegios e incluso de la política, acolitados por gobiernos que han avalado prácticas escudadas en la asociatividad, pero lejos de cumplir con su misión. El Fondo debe ser, como ya hoy se repite desde todos los lados, para el beneficio de todos los cafeteros, lo que aunado a volver hacer de la asociatividad cafetera el impulsor del sector, exige una nueva apuesta, colectiva eso sí, que deberá pasar por acuerdos, por convenciones nacionales de jóvenes y mujeres cafeteras, por apuestas estratégicas en temas de posicionamiento de productos y marcas, en cómo enfrentar las nuevas dinámicas tecnológicas y de desarrollo sectorial.
Pero debe pasar por la sinceridad, por el reconocimiento a que la FNC ya no es quien regenta el sector, eso daría oportunidad a que otras posiciones, otras alternativas entren a fortalecer, tal y como sucedió en su momento con Dignidad Cafetera. No iremos por buen camino si para reconocer las realidades hay que hacer paros y paros como Dignidad lo hizo en su momento, hasta que las negociaciones les permitieron un puesto en la FNC.
¡La FNC es entonces de los cafeteros! Que se cumpla esa sentencia que hoy enaltecen las diversas posiciones para que el gremio, vuelva a ser de todos, para que la vida en los pueblos cafeteros vuelva a pivotar en las cooperativas y por ende en la FNC. Crear nuevas figuras solo llevará a que las grandes comercializadoras mundiales, como lo vienen haciendo, copen esos espacios que dejan libres las ausencias ya permanentes de la Federación. Así que lo construido en siglos tiene dueños, no es de algunos, y la FNC debe volver a ser un gremio fuerte que los agrupe a todos, su espíritu federativo lo permite. No más faltaba que todo este esfuerzo, tantos activos materiales e inmateriales construidos con el trabajo campesino, queden como una empresa más al servicio de unos pocos.
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[1] Parsons, J. (1997). La colonización antioqueña en el occidente de Colombia. Bogotá: Banco de la República – Ancora.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director CEIR Centro de Estudios e Investigaciones Rurales
Foto tomada de: Agricultura de la Américas
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