Nos ha cambiado casi todo, el solo hecho de estar confinados, protegiéndonos, hace que la vida cotidiana, aun con trabajo, sea totalmente distinta, y sin trabajo, verdaderamente angustiante. Pero todo esto ha hecho evidente lo que usualmente no valoramos: el trabajo cotidiano, los esfuerzos de cada cual y sus aportes para poder lograr vivir, aunque sea solo eso.
Desde las cifras macroeconómicas no solo se desconocen algunos trabajos, por ejemplo, ha sido usual la negación del aporte de los oficios del cuidado al PIB (se calcula en el 19% del PIB), labor realizada fundamentalmente por mujeres, sino que difícilmente se dimensionan los diferentes oficios que en la sociedad se desempeñan, pequeñas actividades diarias y repetitivas que en últimas le dan razón a la existencia individual, familiar y social.
De esta manera se presentan las cifras de trabajadores formales e informales. Ya acá empiezan los líos, porque la informalidad se puede medir de diversas formas que van desde el 47.7% de acuerdo con el Dane, o del 70% aproximadamente que es la población que no cotiza a pensiones. El país tiene una población en edad de trabajar de 39.7 millones y su población ocupada es de 22 millones de personas: por ejemplo, 4.2 millones, lo hacen en el comercio y en la reparación de vehículos, el sector de mayor ocupación. Actividades artísticas, entretenimiento, recreación y otras actividades de servicios ocupan 2.07 millones de personas y el sector que menos personas ocupa es el de minería con 158.000. Otros sectores presentan los siguientes datos de personas ocupadas: Agropecuario (3.45 millones); Administración pública y defensa, educación y atención de la salud humana (2.29 millones); Industrias manufactureras (2.46 millones); Alojamiento y servicios de comida (1.77 millones) o Actividades financieras y de seguros 319.000. Con estas cifras ya se puede hacer una dimensión de las implicaciones que tiene el confinamiento sobre el ingreso de las familias. En este país el ingreso de las familias depende de la labor cotidiana en actividades informales, con trabajos precarios y de bajos ingresos, el ahorro es mínimo para enfrentar largos períodos de inactividad.
Tratar de hacer análisis más detallados de los oficios no solo es una ardua tarea, ya que los datos, si se encuentran, están de manera dispersa en gremios o estudios puntuales, sino que difícilmente se pueden llegar a conclusiones sobre niveles de formalidad e informalidad.
Empecemos por lo más sencillo, si en Colombia, de acuerdo con el DANE existen 14.24 millones de hogares, estos tienen a alguien que hace las labores del hogar (invisible no solo para las estadísticas sino para las propias familias y para la sociedad) y que además se les ha duplicado el trabajo en estos días de confinamiento. Esta labor, fundamentalmente en manos de mujeres, lleva a que muchas de ellas tengan dobles jornadas, la de su trabajo que les genera ingresos, en promedio 19% menos que el salario reconocido a los hombres por la misma labor, y las de su trabajo del cuidado en el hogar.
A esto hay que sumarle las 401.000 trabajadoras domésticas informales que se estima laboran en el país y que, por estos días, es lo más probable, no están laborando, si esas familias donde ellas trabajan no se solidarizan lo más seguro es que ya empiezan a tener situaciones de hambre y en las casas donde trabajan ya debe de existir algún tipo de desequilibrio familiar, a no ser que se hayan dado unos nuevos acuerdos frente a las labores domésticas o que las mujeres las hayan asumido.
Otro sector de preocupación es el de los taxistas, calculado en 800.000 (480.000 taxis), más los 88.000 que son los conductores de plataformas; A estos habría que sumarle los y las conductoras de vehículos escolares que se calculan en 100.000. Es decir, casi un millón de personas sale diariamente a mover las ciudades a garantizar el trasporte de personas sea a estudiar, a laborar o a realizar las diligencias que les sean necesarias. A propósito de educación, a los 350.000 profesores de preescolar, básica y media se suman los 160.000 de educación superior (el 53.8% de cátedra), quienes deben de continuar vía remota con la educación en este país, con la colaboración aumentada de padres y madres.
Los y las trabajadoras en peluquerías o salones de belleza suman 407.000. La población informal ocupada en Alojamiento y servicios de comida es de 655.000. Los y las vendedoras por catálogo suman 2.000.000. la gente que trabaja en apuestas y juegos de azar entre empleo directos e indirectos llegan a 500.000. Las cifras de las y los trabajadores sexuales, de acuerdo con su propio sindicato, es difícil llegar a precisarla, por la movilidad, la informalidad e incluso por las presiones migratorias, sin embargo, su presidenta estima que en el país unos cuatro millones de personas dependen del negocio del sexo.
Ahora, las cifras de trabajadoras y trabajadores ambulantes no son claras, pero van desde los 52.000 registrados en Bogotá, aunque se habla de subregistro y la cifra llegaría a 200.000 vendedores, si se expande al país se podría estar llegando a las 536.000 personas. Un dato interesante son las profesiones liberales, como los abogados, quienes también prácticamente paran sus actividades. Los inscritos en el Registro Nacional de Abogados son 311.808
Pero resulta que, si bien hay solo algunas pocas actividades excluidas de la cuarentena, son las personas de la salud quienes tienen que enfrentarse directamente a la situación. Si esas que salimos a aplaudir a las 8 pm., pero que por lo general pasan desapercibidas de nuestras vidas, excepto cuando la tenemos en peligro. Las mismas que han venido dando fuertes luchas para reivindicar sus derechos laborales, en contra de la precarización y hacer de sus profesiones actividades dignas y decentes laboralmente.
En efecto, la crisis entonces se enfrenta con un sistema de salud debilitado, con poca infraestructura y sin las condiciones mínimas para que el personal de la salud se pueda desempeñar minimizando los riesgos. De acuerdo con la información de Fasecolda, las y los trabajadores de servicios sociales y de salud dependientes son 532,806 y los independientes142,139, para un total de 674,945. Hay que agregar que las condiciones de trabajo de esta población no son para nada halagüeñas. A sus ya cada vez más difíciles características de trabajo, dada la flexibilización laboral de la cual en medio de las políticas neoliberales han sido objeto, se enfrentan a situaciones de estrés superiores a las demás profesiones. Sus tasas de depresión son altas, siendo del 12% para los médicos y del 19.5% para las médicas, en consecuencia, las tasas de suicidio son de 28.4/100.00 mientras que la tasa media en la sociedad es de 12.3/100.000.
No se trata entonces de listar y listar trabajos, los oficios que día a día componen nuestras vidas. De lo que se trata, por un lado, es de visibilizarlos en las cotidianidades de las ciudades, es un alto en el camino que nos permita reconocer a los de más, de saber que el levantarse, el salir en la búsqueda del sustento personal o familiar nos va haciendo partícipes e importantes para nosotros, pero también para los demás. Lo segundo tiene que ver con los cambios a futuro, no solo se requieren mediciones más precisas, saber quiénes somos y que hacemos, bajo que condiciones laborales, sino que como sociedad deberemos reconocer a quienes trabajan, los oficios, sean los que sean, nos deberían merecer el respeto y la dignificación, esto es la valoración, el llevarlos a la categoría de trabajo decente, de hacerlos garantía para que quienes los ejerzan puedan tener una vida digna, sin el miedo a la incertidumbre por un mañana no seguro.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Universidad de La Salle
Foto tomada de: Portafolio
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