Esta idea de lo renovable, invita a la transformación de las fuentes actuales de generación de energía, pasar de esa ambición ciega de exprimir los recursos de la naturaleza, a través del extractivismo y explotación sin ningún pundonor ético, ha configurado una utopía temeraria y edificadora de un pensamiento sugestionador y nada esperanzador.
Ahora bien, cuando se centra la atención solo en la transición o solo en lo fósil, se pierde el contexto y las dimensiones del problema; la realidad se construye desde lo que observamos y tenemos, por ello, el tema de la generación de energías que no depreden la naturaleza es fundamental para la conservación y preservación de la vida, pero también lo es, la extracción del petróleo, por lo que representa en generación de divisas para el país, que debe hacer tránsito a la descarbonización de la economía hacia las energías limpias.
En este sentido, no podemos dejar pasar la oportunidad que se abre con los diálogos regionales vinculantes, para generar el análisis, la reflexión y discusión, sobre las posibilidades que tiene cada territorio de apostarle a proyectos estratégicos, que le tributen a la generación de energías limpias[2], renovables, a partir de las condiciones del entorno y de los proyectos que en este sentido, se vienen ejecutando en el país, como las granjas solares, parques eólicos, proyectos solares fotovoltaicos, hoja de ruta del hidrógeno, entre otros.
Este es un tema coyuntural para la economía global y en consecuencia para Colombia y, debe ser apropiado por cada ciudadano en la perspectiva de construir un pacto social soportado en unas prácticas discursivas y de acción, que reivindiquen, la relación respetuosa del ser humano con las otras formas de vida y la naturaleza.
Los efectos de deterioro causado por el consumo de energías del carbono son evidentes, el calentamiento global, sequias, inviernos, inundaciones, incendios, desabastecimiento de alimentos; desatan un impulso a protestar, hacerse sentir, a exigir y demandar de los gobiernos, la puesta en marcha de políticas públicas de protección y conservación de los recursos naturales no renovables y el desarrollo de proyectos energéticos respetuosos con el medio ambiente; para ello, los gobiernos deben ganar el apoyo y el afecto de la ciudadanía e incentivar la inversión privada en la generación de energías limpias.
En este sentido, América Latina, no puede cargar el costo de las consecuencias de la matriz energética fosilizada de Europa y los Estados Unidos, y debe superar, entre otros, la mentalidad “desarrollista”, muy arraigada de los gobernantes de la región, modelo de extracción de los recursos del subsuelo y de la producción de productos básicos o materias primas (commodities).
Los Estados latinoamericanos, deben iniciar un proceso de des-escalonamiento en el uso de energías fósiles y no dejarse tentar por la denominada “transición verde”, que puede ser un nuevo colonialismo energético agenciado desde los Estados del norte, que buscan proveerse de minerales como el litio (Argentina, Chile y Bolivia), grafito, cobalto, necesarios para el desarrollo de nuevas tecnologías, que en su apropiación y desarrollo generan relaciones asimétricas de poder y distribución de la riqueza, profundizando un neocolonialismo energético generador de deuda externa y pobreza.
De acuerdo al informe de Oxfam[3]:
Los países ricos están detrás del 92 % del exceso de emisiones históricas y, al no asumir su responsabilidad al respecto, todo el planeta está sufriendo las consecuencias del calentamiento global; las emisiones individuales de 20 de los milmillonarios más ricos son 8000 veces superior a la de cualquier persona de entre los mil millones más pobres.
En esa lógica del capitalismo mundial del reanimamiento, a través de la ola energética, sin consideración con la crisis socio ambiental y con la pobreza generada, busca un reacomodo de las potencias, repartiéndose el mundo de manera distinta, pero conservando el dominio y el poder hegemónico; Estados que favorecen a las empresas multinacionales, generadoras de rentas multimillonarias que les permiten especular con las energías limpias.
Por ello, el gobierno colombiano y las naciones vecinas, deben emprender un proceso de unidad para la construcción de un modelo regional propio de generación de energías limpias- renovables y con ello, garantizar la soberanía energética y la protección y conservación de los bienes comunes naturales.
Este proceso de integración, es una necesidad que en voz alta debemos agenciar, para superar con luces esa turbia oscuridad que pregonan las potencias mundiales acosta de los recursos naturales, la vida y la dignidad de los pueblos de nuestra América. Tener la certeza del camino a emprender, es tener la capacidad de superar versiones apocalípticas; continuar con el extractivismo nos conduce a un punto de no retorno, es hacer de la tierra un planeta inerte y un punto de referencia de las vidas pérdidas, donde hubo toda la posibilidad de transformación.
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[1] Son fuentes de energía basadas en la utilización de recursos naturales: el sol, el viento, el agua o la biomasa vegetal o animal; no utilizan combustibles fósiles, sino recursos naturales capaces de renovarse ilimitadamente.
[2] Las energías limpias para su producción no generan contaminación. Las más conocidas la energía solar, la energía geotérmica, la energía eólica y la energía hidráulica/hidroenergía.
[3] Ahmed et al., (2002) Las desigualdades matan, informe de Oxfam Internacional, enero de 2022. https://oxfamilibrary.openrepository.com/bitstream/handle/10546/621341/bp-inequality-kills-170122-summ-es.pdf
Luis Angel Echeverri Isaza, Trabajador Social, MG en Investigación en Problemas Sociales Contemporáneos.
Foto tomada de: El Tiempo
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