El presidente francés inicia una nueva etapa lampedusiana en su mandato en la que privilegia la derecha sarkozista. Tampoco atiende los anhelos del ecologismo y el feminismo.
“Sepamos en este momento salir de los caminos construidos, de las ideologías, reinventarnos. Yo el primero”. Con estas palabras, el presidente francés, Emmanuel Macron, reconocía la necesidad de cuestionar sus postulados neoliberales ante el impacto del coronavirus. Era el 13 de abril y Francia estaba confinada desde hacía casi un mes. La crisis sanitaria había dejado el país en manos de médicas, enfermeros, camioneros o cajeras de supermercado. También se había evidenciado el impacto de la austeridad en la sanidad pública o de la desindustrialización en la escasez de material de protección. Los dogmas del poder había quedado en evidencia. Y el dirigente centrista prometía aprender de ello.
Una vez ha pasado “la fase más difícil” de la pandemia, el joven presidente ha recuperado su batería de reformas neoliberales. Tras la debacle de su partido en la segunda vuelta de las municipales, Macron ha impulsado un cambio de gobierno marcado por una evidente voluntad de continuidad. Una nueva etapa lampedusiana se inicia en su mandato con la mirada puestas en las presidenciales de 2022, en las que aspira a ser reelegido seduciendo al electorado conservador.
“Sepamos en este momento salir de los caminos construidos, de las ideologías, reinventarnos. Yo el primero”. Con estas palabras, el presidente francés, Emmanuel Macron, reconocía la necesidad de cuestionar sus postulados neoliberales ante el impacto del coronavirus. Era el 13 de abril y Francia estaba confinada desde hacía casi un mes. La crisis sanitaria había dejado el país en manos de médicas, enfermeros, camioneros o cajeras de supermercado. También se había evidenciado el impacto de la austeridad en la sanidad pública o de la desindustrialización en la escasez de material de protección. Los dogmas del poder había quedado en evidencia. Y el dirigente centrista prometía aprender de ello.
Una vez ha pasado “la fase más difícil” de la pandemia, el joven presidente ha recuperado su batería de reformas neoliberales. Tras la debacle de su partido en la segunda vuelta de las municipales, Macron ha impulsado un cambio de gobierno marcado por una evidente voluntad de continuidad. Una nueva etapa lampedusiana se inicia en su mandato con la mirada puestas en las presidenciales de 2022, en las que aspira a ser reelegido seduciendo al electorado conservador.
“Creo que la dirección con la que me comprometí en 2017 continúa siendo la correcta”, aseguraba el presidente el viernes pasado al diario Ouest-France . En esta entrevista a la prensa regional francesa, afirmaba que recuperaría su polémica reforma de las pensiones, que había quedado congelada con la cuarentena. También reiteraba su negativa a aumentar la presión fiscala a las grandes fortunas, que se beneficiaron de una bajada de unos 5.000 millones de euros de impuestos al inicio de su mandato. Cuestionaba las 35 horas de trabajo semanal, uno de los pilares del modelo social francés: “No podemos ser un país que quiera su independencia, la reconquista social, económica (…) y ser uno de los países donde se trabaje menos en Europa”.
Tras la victoria de listas ecologistas en los ayuntamientos de grandes ciudades, los analistas especulaban con un giro social y verde en el mandato macronista. Desde el entorno presidencial prometían “sorpresas”. Al final el remaniement (cambio de gobierno) quedó en unos fuegos de artificio de la comunicación política. “Macron ha cambiado de primer ministro, pero mantiene la misma línea política. Desde 2017, ha mostrado una incapacidad permanente de renunciar a sus reformas”, asegura a Público el politólogo Christophe Bouillaud, profesor a Sciences Po Grenoble, sobre la obstinación del joven presidente de aplicar una agenda neoliberal deseada por las élites, pero a la que históricamente se ha resistido el pueblo francés y que se ha visto cuestionada por la pandemia.
Crece la influencia de la derecha sarkozista
El joven presidente forzaba hace unos días la dimisión del primer ministro Édouard Philippe y elegía como substituto al sarkozista Jean Castex. Un alcalde, de la órbita de Los Republicanos (LR, derecha) y un perfil tecnocrático era substituido por otro alcalde, de LR y tecnócrata. Más que un cambio de orientación política, el recambio al frente del gobierno refleja que “Macron no quiere tener a un primer ministro más popular que él”, apunta Bouillaud. Con su gestión del desconfinamiento, Philippe había batido en popularidad al joven dirigente. Durante la crisis sanitaria, se multiplicaron las discrepancias entre ambos dirigentes. Con el nuevo “premier”, el joven dirigente se asegura que nadie le hará sombra en el ejecutivo cuando faltan menos de dos años para las presidenciales.
Castex, de 55 años, había ejercido hasta ahora como alcalde de Prades, una localidad del sudeste de Francia con un fuerte arraigo sentimental con el catalanismo. Desconocido para la mayoría de los franceses hasta el pasado viernes, es un hombre habituado a las altas esferas, sobre todo de aquellos cargos intermedios alejados de los focos mediáticos, pero con una gran influencia en el ejercicio del poder. Había sido secretario adjunto en el Elíseo durante el mandato de Nicolas Sarkozy y director de gabinete de Xavier Bertrand, presidente de la región del Nord-Pas-de-Calais y potencial candidato de LR en las próximas presidenciales. En los últimos meses se encargó de diseñar el final de la cuarentena.
“Mi personalidad no es compatible con la de un simple colaborador”, se defendía el nuevo primer ministro en una entrevista publicada en el Journal du Dimanche , después de que Macron le impusiera como director de gabinete un socialista muy cercano al presidente. Si la designación del poco conocido Castex sorprendió, también lo hicieron los pocos cambios de peso en el ejecutivo anunciados este lunes. Entre los 16 ministros más destacados, solo hay tres caras nuevas, aunque sí que se producen algunos cambios de competencias.
Macron sigue con su apuesta original y apuesta por un ejecutivo formado por dirigentes de centroderecha, centroizquierda y procedentes de la llamada “sociedad civil”. En este juego de equilibrios, hay un bloque que sale reforzado: el de la derecha sarkozista. Una de las incorporaciones destacadas es la Roselyne Bachelot, de 73 años, exministra de Nicolas Sarkozy y Jacques Chirac, al frente de Cultura. Además, ascienden en la jerarquía gubernamental dos delfines del expresidente conservador: Gérald Darmanin, que pasa de las Finanzas a Interior, y Sébastien Lecornu, que se ocupará de Ultramar. Continúan en sus cargos los conservadores Bruno Le Maire (Economía) y Jean-Michel Blanquer (Educación). “Es un gobierno formado por tecnócratas y de derechas”, afirma el politólogo Luc Rouban.
El nuevo gobierno indigna a las feministas
La sombra de Sarkozy también crece con el nombramiento del nuevo ministro de Justicia: el mediático y polémico abogado Eric Dupond-Moretti, de 59 años, cercano al expresidente. Considerado en el país vecino como uno de los oradores judiciales más hollywoodienses, Dupond-Moretti se ha encargado de la defensa de controvertidos acusados como los exministros Bernard Tapie, Jérôme Cahuzac, el yihadista Abdelkader Merah o el rey de Marruecos, Mohamed VI. Es muy crítico con la transparencia y la “casta de los jueces”. “Estamos ante una cierta berlusconización de la política francesa”, sostiene Bouillaud, quien teme que su designación sirva para mantener a raya a los jueces en un momento en que varios dirigentes macronistas están salpicados por varias investigaciones judiciales, así como el mismo Sarkozy.
Darmanin, flamante ministro del Interior, está siendo investigado por un caso de violación que supuestamente se habría producido en 2009. Obviamente, este dirigente dispone de la presunción de inocencia, pero su nombramiento no deja de ser polémico teniendo en cuenta el rol crucial de la policía en las investigaciones sobre abusos sexuales. También indignó a las feministas francesas que desde el Elíseo aseguraran que el hecho de ser investigado por violación no representaba “ningún obstáculo” a su nombramiento.
Tampoco resulta una buena noticia para los derechos de las mujeres la designación de Dupond-Moretti, quien ha multiplicado sus declaraciones contra el movimiento #MeToo. En 2017, se ocupó de la defensa del exministro Georges Tron acusado de violación durante un juicio en el que criticó a la Asociación europea contra la violencia machista: “Está bien que la palabra de las mujeres se libere, pero estáis preparando un curioso modo de vida para las futuras generaciones”. “Señoras y señores, nuestro nuevo ministro de la Justicia. Voy a vomitar, ahora vuelvo”, afirmaba en Twitter la militante feminista Caroline De Haas, recordando unas declaraciones machistas de Dupond-Moretti en las que aseguraba que algunas mujeres “lamentan que ya no las silben” por la calle.
Macron dijo en 2017 que haría de la igualdad entre hombres y mujeres la “gran causa de su mandato”. Esta promesa, en realidad, resultó un simple barniz morado teniendo en cuenta su pobre balance en este sentido y el perfil de algunos de sus ministros. Además, ha designado al frente de la secretaría de Estado de Igualdad, que en Francia continúa sin ser un ministerio, a la empresaria Élisabeth Moreno (nacida en Cabo Verde), presidenta de Hewlett Packard (HP) en África, quien encarna un feminismo liberal bastante moderado.
Deja un comentario