Hoy que me encuentro preso en mi finca de 1500 hectáreas, afectado por el coronavirus y por un encierro que no merezco y me avergüenza ante la sociedad, me dirijo a las cabezas de las familias prestantes de Colombia, dueñas de las mejores tierras del país, propietarias de los bancos y de las grandes empresas nacionales, aliadas y socias de poderosos conglomerados capitalistas transnacionales, para hacer mi ejercicio de defensa política y moral, y a la vez, contarles a los colombianos del común y al mundo entero lo que ha sido mi vida y mi lucha en defensa de mi honor, mi familia, la propiedad privada y la patria querida, que es mi terruño del alma.
Como todos ustedes saben me vi involucrado desde muy joven en tres actividades que determinaron mi vida: el Servicio Público, al ser parte de la clase política dueña de la burocracia estatal; el Narcotráfico, al ser integrante de una familia de campesinos medios que al querer ascender socialmente se vio involucrada en esa actividad que había sido informalmente legalizada por el político colombiano más importante de la segunda mitad del siglo XX, Alfonso López Michelsen; y la Vida Delictiva, que se inició cuando fui director general de la Aeronáutica Civil y me involucré en los negocios ilegales de las mafias que dominaban el país.
Debo decir en cuanto a mi vida política que a pesar que hice parte del liberalismo nunca compartí las ideas y las prácticas clientelares de esa agrupación política. En secreto fui construyendo un ideario de tipo nacionalista de carácter elitista. Soñaba con una Colombia a semejanza de la Gran Nación Paisa. Nuestros asesores y estudiosos concebían esa patria basada en la imagen del Gran Cauca del siglo XIX. Medellín sería la Popayán del siglo XXI, renovada y convertida en lo que el general Tomás Cipriano de Mosquera siempre imaginó con la visión adelantada que tenía en su tiempo. Progresaríamos y podríamos darle a nuestro pueblo mestizo, indio y negro todo el bienestar que se merece pero dentro de una concepción del desarrollo en donde los grandes propietarios y emprendedores pudiéramos garantizar condiciones para la inversión productiva, la seguridad democrática y la inclusión social. No la igualdad y todas esas ideas obtusas del socialismo y el comunismo que demostraron durante el siglo XX que conducen al empobrecimiento de toda la sociedad al acabar con la empresa privada que es el eje del progreso. Cuba, Nicaragua y Venezuela son la evidencia de esa verdad.
Por todo lo anterior odiaba secretamente a toda esa casta parasitaria que dirigía los partidos políticos colombianos que habían heredado la actitud de una oligarquía improductiva, incapaz, perezosa, cobarde y arrodillada, que no tenía ningún sentido de dignidad ante la gran nación estadounidense y que se derretía ante las pretensiones de cualquier funcionario o empresario gringo o europeo que se interesara frente a cualquier negocio o inversión en nuestro territorio. En realidad yo era anti-oligárquico pero no anti-elitista. Es por lo anterior que en el imaginario de nuestro pueblo la propuesta uribista ha sido más anti-oligárquica que la de la izquierda, y por ello, nosotros somos los que realmente hemos liderado las reivindicaciones de los pequeños y medianos productores, especialmente del sector agrario. No obstante, debo reconocer que nuestra desgracia consistió en que para derrotar a la guerrilla nos tocó ceder en muchos de nuestros principios. Para poder gobernar nos vimos obligados a llegar a acuerdos con toda clase de políticos corruptos y, debo confesarlo, perdimos el norte de lo que era nuestro proyecto. Con ello contribuyó la misma guerrilla, que se había convertido en un grupo de gente desclasada, amagaban con una lucha de clases que nunca se concretaba y a quienes en realidad acorralaban era a los campesinos medios y ricos, sector social al que mi familia pertenecía.
Y aunque en realidad no fui yo quien organizó a los grupos paramilitares que surgieron en el Magdalena Medio a principios de los años 80s, de una alianza entre grandes terratenientes, carteles de la droga, políticos regionales cansados de la opresión de la guerrilla, y el mismo Ejército Nacional, al fortalecerse la fuerza armada y violenta de las Farc que asumió la estrategia de Carlos Ledher de apoyarse en las ganancias de la cocaína para financiar la revolución, no tuvimos más camino que el de unificar a los diversos grupos de Autodefensas que habían surgido en todas partes del país, y ayudamos a armar a los paramilitares usando las leyes existentes para crear las Convivir. Todo el mundo sabe que eso fue así y que el Estado era incapaz de detener a las guerrillas, hasta el colmo de que funcionarios de los EE.UU. llegaron a plantear en El Caguán a los comandantes farianos la constitución de una república en el sur de Colombia, siempre y cuando les garantizaran la explotación de petróleo y otros recursos naturales en diversas zonas de esa región. A ese nivel de debilidad la clase política oligárquica y tradicional había llevado a nuestra patria.
Hoy mi defensa se basa en hacer conocer la verdad. Toda la clase dominante de nuestro país en su momento estuvo de acuerdo con la estrategia paramilitar. No solo contamos con el apoyo de nuestros empresarios sino del gobierno de los EE.UU., quienes desde mucho tiempo atrás habían estado detrás de diversos experimentos de ese tipo. Toda la clase empresarial se ha alimentado de la economía del narcotráfico y transaba por debajo de la mesa con Pablo Escobar, González Gacha o los hermanos Rodriguez Orejuela. Luego, nos dimos cuenta que podíamos utilizar a las guerrillas para desalojar a indígenas, negros y campesinos mestizos de muchas regiones del país en donde habían ricos yacimientos de recursos naturales, y además, podíamos usar el narcotráfico para ir y venir por todo el territorio nacional, alimentando una guerra irregular totalmente controlada. Lo demás, todos ustedes lo conocen.
Que cometí graves crímenes, ahora no los niego. No obstante, si me van a condenar deben sancionar antes que todo a quienes me convirtieron en un “defensor mafioso del gran capital”. Todos y cada uno de quienes participaron de alianzas secretas o públicas para asesinar dirigentes sociales muchos de los cuales nada tenían que ver con la guerrilla, deben parar en la cárcel. O todos en la cama o todos en el suelo. Ahora comprendo a los jefes de las guerrillas que no confiaban en el proceso de paz de Santos, y por eso llamo a todo el pueblo colombiano a exigir una justicia que coloque las cosas en su justo lugar. Desde El Ubérrimo, que quiere decir “tierra de la abundancia”, llamo a mi pueblo a la reconciliación y a la verdadera paz.
Fernando Dorado
Foto tomada de: https://www.wradio.com.co/
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