El gobierno de Petro es un gobierno utópico. No de las utopías que acompañaron al nacimiento del capitalismo y proponían una sociedad alternativa, socialista o comunista, en la cual se eliminaban los males que genera este modo de producción; tampoco comparten las utopías de Saint-Simon, Fourier y Owen que promovían, así fuera sin suficiente sustento, el paso a una sociedad socialista. La utopía del gobierno de Petro es menos ambiciosa: consiste simplemente en proponer medidas que mejoren un poco la situación de los trabajadores sin cambiar los elementos fundamentales de la sociedad capitalista.
El gobierno de Petro no propone eliminar el trabajo asalariado y suprimir las clases, para buscar una igualdad en cuanto al lugar de las personas en el proceso productivo. No propone suprimir una forma de producción basada en la anarquía de productores privados dispersos que no se coordinan para satisfacer necesidades humanas y que en vez de cooperar compiten ferozmente entre ellos. Tampoco, como hemos señalado en artículos anteriores, se fija metas significativas en materia de crecimiento económico, distribución de la riqueza y del ingreso, garantía de un trabajo digno o mejoramiento de los salarios reales y relativos y de los ingresos de la mayoría de los trabajadores. Las metas en todos estos asuntos son pobres.
A lo más que aspira el gobierno Petro es a mejorar algunas condiciones laborales y el acceso de la población más pobre a servicios como educación, salud, agua potable, pensiones y vivienda. Aspira a que los esclavos asalariados y por cuenta propia tengan un nivel de vida un poco mejor. Esto se logra con un conjunto de reformas y la puesta en marcha o reorientación de programas y un gasto público más redistributivo.
No es realmente mucho, a pesar de lo cual las reformas enfrentan una fuerte oposición de los capitalistas y sus voceros políticos en el Congreso y los medios de comunicación. Desde una perspectiva ideológica general se trata de mostrar a Petro como un comunista o socialista, como un radical de izquierda, como un enemigo de la empresa privada y como un peligro para la estabilidad del país. Esto es comprensible en el marco de la lucha política y del dominio ideológico del capitalismo. Aunque son medidas tibias que se han puesto en marcha en la historia del capitalismo incluso con mayor profundidad, la búsqueda de un mayor protagonismo del Estado y de funciones colectivas en lugar de prestación de servicios privados es fuente de preocupación para los capitalistas y sus voceros, que no quieren ceder nada de sus privilegios.
A un nivel práctico y muy concreto, las reformas afectan las ganancias de algunos sectores o grupos de empresas en particular. Los capitales invertidos en la salud y las pensiones no quieren que disminuyan sus ganancias y hacen la mayor resistencia posible; los capitalistas de diferentes tamaños y sectores no quieren que mejoren los ingresos de los trabajadores, por cuanto esto implica necesariamente una reducción de sus ganancias. Los trabajadores, no olvidemos, son para los capitalistas un costo, que hay que reducir, a toda costa. Sus conciudadanos, libres e iguales en la Constitución Política, al interior de las empresas son simplemente una mercancía cuyo precio hay que disminuir tanto como sea posible.
A un nivel más general la ampliación del Estado, especialmente en lo relativo a la realización de actividades y transferencias monetarias a los trabajadores más pobres, no les gusta mucho a los capitalistas. Les parece muy bien el gasto estatal en defensa, policía, fiscalía, justicia y cárceles, o los subsidios a capitalistas en problemas, pero les desagrada profundamente cuanto se trata de aliviar las condiciones de vida de sus compatriotas menos favorecidos por la fortuna. A pesar de que el capitalismo se fundamenta en la propiedad privada y en la competencia entre los capitalistas particulares, el desarrollo de la producción capitalista ha conducido, inevitablemente, a ciertas formas de socialización. Por ejemplo, al concentrarse la producción han surgido las grandes empresas por acciones, que son una forma colectiva de organización de la producción en la cual los capitalistas propietarios no cumplen necesariamente una función y son reemplazados por una burocracia que cumple en su nombre las funciones de dirección, coordinación y explotación; en buena medida, en las grandes empresas, los capitalistas se han ido convirtiendo en una población superflua. Se enriquecen a partir de las ganancias, pero no son necesarios en el proceso productivo.
De igual forma, las necesidades colectivas dentro del capitalismo (carreteras, energía, puertos, manejo de la moneda y el crédito, necesidad de satisfacer las necesidades de la población en pobreza extrema) así como la tendencia a las crisis, ha hecho que se desarrolle un conjunto de funciones cuyo peso es elevado en todos los países que se realizan bajo una perspectiva colectiva y no de búsqueda de ganancia particular. Obviamente esto se hace al servicio del capitalismo en su conjunto dado que el Estado tiene como función principal garantizar las condiciones externas de funcionamiento del sistema, pero de todas formas tiene un carácter distinto. Huele a socialismo. No lo es realmente, pero se parece. El que un Estado se encargue de los trenes, la construcción de carreteras, el transporte público, la generación de energía, la producción de petróleo, etc., significa que ramas productivas escapan al control directo de los capitalistas y a la generación de ganancias. Por esto, la lucha constante por privatizar lo que se encuentra en manos del Estado o por impedir que se estaticen nuevas ramas de producción.
El propio capitalismo sin quererlo muestra que la producción social podría ser realizada por formas no capitalistas y evidencia que la clase capitalista en buena medida se ha convertida en una clase parásita que extraer a los trabajadores un excedente enorme todos los años.
En esta perspectiva, los capitalistas y sus voceros, los políticos en el Congreso y los periodistas en los medios de comunicación, hacen todo lo posible por combatir las propuestas de reforma, así sean tímidas, recurriendo a todo lo que esté a su alcance.
Hay ciertos cambios que no se pueden lograr dentro del capitalismo, como la igualdad mediante la supresión de las clases o la garantía de derechos incluidos en la Constitución Política como trabajo digno para todos y todas, salarios e ingresos que garanticen una vida digna, propiedad de medios de producción para todos. En otros casos se pueden lograr ciertas cosas: la educación, la salud, el agua potable, la vivienda, podrían ofrecerse en mayor cantidad y con mejor calidad para los trabajadores, especialmente los más pobres. Aquí las restricciones son menores, aunque también existen, pero el asunto se resuelve según la fuerza de las partes en contienda. En las empresas capitalistas en forma directa se trata de la lucha por la magnitud relativa y absoluta del salario; en el caso del Estado se trata de una lucha con respecto al salario indirecto.
Todo parece indicar que los capitalistas y sus voceros tienen más fuerza y por eso van a predominar sus intereses. Quizá acepten uno que otro cambio menor y se logre, como dice Héctor Riveros, que se aprueben las reformas, pero peluqueadas. Los trabajadores no están suficientemente organizados ni parece ser que compartan plenamente las reformas que propone el gobierno Petro. El intento realizado hasta el momento de convocar a manifestaciones callejeras de apoyo ha obtenido resultados muy lánguidos. La enorme protesta social durante el gobierno de Duque parece haberse adormecido.
No se trataría en este caso de protestar contra el gobierno de Petro por parte de los trabajadores. Se trataría de protestar contra el sistema que se resiste a reformas tan básicas, nada revolucionarias. La clase trabajadora francesa ha dado un ejemplo interesante en su resistencia a la reforma de Macron en materia de pensiones y en particular a su propuesta de aumentar la edad de pensión. Se han presentado no solamente enormes manifestaciones de protesta sino también un conjunto amplio de huelgas en sectores estratégicos, que contribuyen a que no solamente se paralice la movilidad transitoriamente, sino a que se afecten sectores productivos capitalistas. La clase trabajadora colombiana podría contribuir a que se aprobaran las reformas sin tanta peluqueada. Bastaría con copiar las estrategias de la clase trabajadora francesa para exigir su aprobación junto con, por ejemplo, una reforma universal para todos.
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Agencia de Periodismo Investigativo
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