Para muchos analistas el movimiento campesino se había extinguido, por la imparable migración y el crecimiento de las grandes ciudades, por la expansión del modelo neoliberal de la mano de la agroindustria, la minería y la guerra, por las fracturas producidas en debates ideológicos, decían unos, por la incapacidad de asumir los retos pragmáticos que supuso la realización del proceso constituyente decían otros, porque las organizaciones se burocratizan con el tiempo y pierden la conexión con las realidades territoriales planteaban otros más.
Lo que aquí propongo brevemente lo fui descubriendo con el tiempo, la cercanía y la distancia en algunos casos y durante el tiempo que mi propio andar me llevo a conocer las luchas y movimientos campesinos de otras latitudes para intentar interpretar las fragilidades y potencias de lo que aquí podría haber ocurrido.
Un punto de partida, descubrir el funcionamiento de los movimientos sociales. Leopoldo Múnera utilizaba entonces un símil bello y complejo para descubrir los movimientos sociales, el de los fractales. Unidades esplendidas de la geometría espacial, que suponen que una articulación de compleja armonía puede estar formada por unidades idénticas, que pueden tomarse de forma independiente, pero al estar juntas en un momento y situación espacial definida, conforman una armoniosa unidad reflejo de sí mismas pero distinta y poderosa, en la medida en que recoge por un instante, definido en el tiempo y el espacio, la potencia de todas las demás para crear algo nuevo.
Como todos las comparaciones no es perfecta pero es una forma, sin duda poderosa, de explicar la capacidad de los movimiento sociales de construirse valorando la diversidades que lo conforman como estructuras idénticas, no por el hecho de ser iguales sino por lograr el equilibrio de las fuerzas para construir la unidad. Como las corrientes de agua que terminan por formar un gran río pero sin perderse a sí mismas en la inmensa totalidad.
Hoy en día, pienso que el movimiento campesino al igual que las comunidades de las que deviene no ha sido una estructura inmóvil y expectante, al contrario es un movimiento que ha aprendido y recreado en su interior la fuerza de otras agendas, de otros movimientos, de otras luchas y se verá su fuerza cuando asuma que cada una de ellas no es distinta del todo sino parte de la fuerza que conjuga su unidad.
El movimiento campesino aprendió y creció en los últimos años del movimiento feminista y en la voz de las mujeres rurales las agendas de la autonomía y el cuidado. Han sido las mujeres las que han denotado que para la construcción de la soberanía alimentaria no basta con denunciar las inequidades o demandar inclusión o transformación de las agendas políticas. La autonomía se concreta también en el saber y el poder hacer como un ejercicio pragmático para controlar las voluntades y lograr así verdaderos cambios.
También ha sido la fuerza y las voces de las mujeres quienes han dimensionado el trabajo y la economía, más allá de las fuerzas productivas monetariamente reconocidas. Valorando así la economía del cuidado y su potencia para la reproducción económica, social y de la vida en general.
Allí se han juntado con el movimiento ambiental para argumentar y visibilizar la posibilidad de las comunidades campesinas hacia la construcción de un modelo de relación con la naturaleza, distinto al del crecimiento y acumulación sin límite. Un modelo donde ser y existir con dignidad en el mundo rural pasa por cuidar y respetar la vida, que hace posible la existencia misma y la reproducción de las comunidades.
Es donde aparecen con fuerza propuestas de modelos productivos alternativos a la revolución verde como la agroecología que suponen un modelo integral de vida vinculados a los circuitos agroalimentarios o sistemas de abastecimiento de proximidad como les llaman otros. Apuestas estas que le permiten al movimiento campesino reinventarse en sus propuestas y construir modelos propios de ser, de construir territorio.
Hoy las definiciones del campesinado recogen también a las comunidades étnicas, en Colombia indígenas, afrodescendientes, raizales y palenqueras. Una versión simplista y fragmentadora podría pensar que el movimiento campesino pretende capturar la agenda étnica del país, mi percepción es que las plataformas rurales han aprendido e incorporado de las agendas étnicas, de sus reivindicaciones, que sin perder la lucha por la tierra proponen la construcción y defensa de los territorios. Asumiendo así una reflexión que desborda la lectura institucional del territorio desde un campo administrativo de gestión y supone la construcción de relaciones políticas, sociales y culturales con la tierra.
La lucha por la tierra se fortalece con la agenda territorial con el cuidado de no caer en una lectura simplista del desarrollo territorial, dispersando la atención en agendas locales que resuelven problemas sobre necesidades puntuales, postergando o en el peor de los casos entregando a otros la posibilidad real de construcción territorial
Las agendas de las plataformas rurales se han movilizado finalmente sobre el tema alimentario (soberanía y autonomía alimentaria, así como el derecho a la alimentación) en el marco de un derecho integrador que vincula agendas rurales y urbanas. Poderosas en el sentido de entender que lo que sucede en la ruralidad no es solo un asunto de las comunidades campesinas, sino que es un asunto de todos, puesto que la garantía de su existencia integral, gana en la defensa no solo productiva, supone la garantía de nuestra propia existencia en las ciudades.
Lejos de conducir a un percepción utilitarista del campesinado entender estas articulaciones supone ganar en la defensa de sus reivindicaciones, construir un crisol poderoso que en algún momento termine por defender al unísono la garantía integral de la vida comunitaria, familiar y colectiva del mundo rural campesino como parte de lo que somos todos.
La potencia de esta articulación se prevé desde hace varios años pero se vuelve claramente tangible en momentos de tensión dados por situaciones de coyuntura como la que vivimos hoy por el COVID-19 pero también por la guerra o los bloqueos alimentarios. Están surgiendo iniciativas de articulación que aún es un reto andarlas pero que pueden llegar a ser grandes ríos de transformación y cambio social
La construcción de paz se logra desde la capacidad de respetar agendas de sectores distintos e integrarlas en una propuesta efectiva de cambio que se materialice en agendas que logren cambios políticos concretos y transformadores, desde las agendas locales a las regionales y nacionales.
La construcción de la paz no tiene una sola agenda es integral pues obedece a la incapacidad de transformar verdaderamente los conflictos sociales, económicos, políticos, ambientales y culturales de un país, que no solo le ha dado la espalda al mundo rural en su modelo de crecimiento capitalista, sino que ha sido incapaz de crear agendas comunes sectoriales y urbano rurales en el campo de acción de la movilización y la transformación.
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Elementos presentados para la ponencia central en el programa del lunes 8 de junio Aula Abierta. Universidad Nacional de Colombia
Juliana Millán Guzmán, Antropóloga y MS Ambiente y Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia, abordaje de temas alimentarios desde los campos de la seguridad, soberanía y autonomía alimentaria en construcción de políticas públicas, desde los sectores populares, como agendas de paz (2004-2009), evaluación y apoyo a procesos de trabajo en comunidades campesinas y étnicas de México (2010-2012). Coordinación del sistema Distrital de plazas de mercado en Bogotá D.C (2013) acompañamiento a procesos locales y articulación de organizaciones regionales, nacionales e internacionales en los campos de economía solidaria y soberanía alimentaria (2014-2020) Acompañamiento político del trabajo de incidencia de sindicatos de la industria agroalimentaria (2018-2020). Actualmente Dirección Política de la Asociación de Trabajo Interdisciplinario ATI, parte del equipo metodológico de acompañamiento de la Mesa Nacional PDET y Enlace de Articulación y Movilización de la Red Nacional de Agricultura Familiar, RENAF.
Foto tomada de: PAX en Colombia
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