El sábado 9 de noviembre, fui invitado a un conversatorio que es parte de una propuesta de formación política que orienta, entre otras activistas, Paola Gaona, quien por motivos de salud no se hizo al fin presente.
La organización nos propuso un conjunto de preguntas que tomaban como referencia la hegemonía y contrahegemonía provenientes de la filosofía de la praxis, cosechadas en la dureza de la cárcel fascista por el dirigente comunista italiano Antonio Gramsci.
Este intercambio y reflexiones diversas que comparto también ahora, coincidieron con la derrota a pocos días del descuadernado partido demócrata de Harris, Biden, Obama, y Clinton. Barrido por el populismo fascista de Donald Trump que, dizque en nombre de un republicanismo desvaído, preconiza el truhan probado en quiebras y promesas.
Este bufón de la política unido al empresario de X, condenado por un affaire pornográfico, donde mintió con tal de no afectar su nominación como candidato presidencial. Este subjúdice por otras causas consiguió ser presidente de nuevo, ocupará la cabeza del orden imperial que protagoniza de más de una guerra regional por interpuesta persona contra sus enemigos.
Progresismo, economía nacional y hegemonía
“Durante el primer semestre, la economía colombiana mostró sus primeras señales de recuperación en todos los componentes, acompañadas por una inflación que ha descendido gradualmente…” Jonathan Malagón, presidente de Asobancaria, ET, 10/11/24, p. 1.10.
Colombia está a menos de dos años de una nueva elección presidencial, bajo el gobierno que se autodefine como del cambio. El binomio Petro y Márquez reclaman ser portadores del progreso de un modelo de capitalismo contrahecho, hegemónico cuyo resultado “natural” es la nacional la segunda sociedad más desigual de la tierra.
En anteriores trabajos y reflexiones del Seminario Internacional Gramsci y el Foro Palabra y Acción, ya caractericé el proceso político colombiano, en su complejidad, como uno sujeto a sucesivas crisis de hegemonía, experimentadas tanto por la sociedad civil como política. Ellas son parte constitutiva, la expresión perversa de un proceso de crisis orgánica de larga duración que perpetúa una particular forma dominante de capitalismo dependiente y periférico que cumple cien años de existencia, 1924-2024.
Lo particular del bloque dominante y dirigente, – las menos de las veces -, es resolver sus sucesivas crisis de acumulación capitalista que enfrenta, valiéndose de la violencia legal e ilegal con lo que expande una “guerra social.”[1] Bajo estas condiciones de opresión y explotación, los grupos y clases subalternas responden con rebeldía, insurrección y resistencia. Entonces son detenidos, cooptados, transformados sus direcciones sin excluir los magnicidios políticos. Este es un repertorio que reinauguró el asesinato provocado y orquestado contra Jorge E. Gaitán.[2]
Siempre hasta hoy, dicho bloque de clase dominante altera, desvía, interrumpe el curso de la revolución democrática que posibilite instaurar el mercado capitalista abierto, competitivo, y no el placebo mono/oligopólico de corte político, extractivista y depredador que imprime el conocido curso a la explotación de la fuerza de trabajo y la expoliación de la naturaleza, cuestionado ahora por el gobierno de oposición del Pacto Histórico.
Esta revolución que posibilita la igualdad social es aplazada por el devenir de la guerra endémica, cuando el bloque dominante renunció a procurarse una dirección hegemónica de los subalternos. Porque rechaza o recorta al máximo cualquier amago de reforma que reclaman los gobernados subordinados a los partidos históricos, Liberales y Conservadores que intentan forjar el nuevo Estado y la nación excluyente a partir de las reformas del medio siglo diecinueve.
En dicho contexto socio histórico y político, global y local, hagamos un análisis de la situación presente. En interlocución directa con el quehacer de varios agentes políticos representativos que luchan por hacerse con la hegemonía. Quieren resolver la crisis de dirección política y económica que padecen los subalternos.
El ciclo de la crisis de hegemonía presente lo abrió el catastrófico devenir económico glocAL en septiembre de 2008. Estados Unidos experimentó el colapso de la especulación financiera inducida por las hipotecas subprime. Sin recuperarse del todo, el sistema fue sobre determinado una década después por la pandemia del COVID19 que peinó el globo, con efectos letales en Colombia, y la cadena de países de economías dependientes y periféricas, con grandes deudas internacionales.
Para hoy, Colombia continúa una recuperación en lo estructural favorecida, primero, por la reforma tributaria, la marcha a la baja sostenida de la inflación que está en 9,75 %, y el IPC en 6,8%. Tanto que el pronóstico que hace el presidente de Asobancaria, Jonathan Malagón, es que el PIB cerrará este año con una cifra cercana al 1,8 por ciento.[3]
Subalternos, movimientos y disputa hegemónica
“Una clase es dominante en dos modos, es decir dirigente y dominante.” Antonio GRAMSCI, Q 1, 44, 41.
Bajo este horizonte, los participantes en el panel, quienes provienen de los movimientos sociales, intervienen en el conversatorio. El exsenador Feliciano Valencia del Mais, nos precisa que en el movimiento indígena participa como Nasa; pero existen también 115 pueblos/culturas que hablan 69 lenguas originarias; están organizados en cinco plataformas.
Los indígenas están compuestos por 2 millones de personas, autoridades propias, autónomas que gobiernan dentro de los territorios, en los resguardos con jurisdicción especial, en el marco de la Constitución. Insiste, en todo caso, que son catalogados como minorías en el marco del territorio nacional; llevan 53 años de autonomía, con valores, costumbres y derecho propio, y en lucha contra el poder hegemónico.
En materia política, su corriente impulsa un proyecto hegemónico, y en materia estratégica se hacen alianzas. La minga social y popular es una prueba de ello, y, en fecha reciente, la participación en el Pacto Histórico. El método es la pedagogía regular, las alianzas con otras fuerzas, con las universidades públicas, con las empresas privadas, y el esfuerzo permanente por construir una economía propia.
De otra parte, Laura Torres, activista en el movimiento Libres, lesbofeminista, abortera y defensora de D.H. Es expresión de la sociedad abigarrada que somos,[4] parte de un movimiento plural de raigambre urbana, donde las comunidades originarias no son el núcleo de auto-organización.
Igualmente, unos y otras son integrantes, sí, del estallido social que marca una cota en la mutación en el sentido común dominante. Todos estos procesos colectivos tienen relaciones conflictivas con el gobierno actual, pero le apuestan al cambio sin renunciar a la crítica.
Este feminismo no puede olvidarse tampoco del reconocimiento y auto reconocimiento en el escenario electoral del poder constituido. Aunque en la pasada elección con más de 220.000 votos no tuvieron un resultado satisfactorio. Libres quiere ser parte de una alternativa hegemónica. Hoy por hoy realizan una resistencia “contrahegemónica”.
Ella nos recuerda que los feminismos no solamente han cuestionado de manera firme al patriarcado a diestra y siniestra. También la historia del movimiento a nivel internacional nos muestra cómo en la Francia del siglo XVIII se hizo parte de la lucha política electoral.
Ahora bien, en lo económico se vive la explotación y se resiste a ella, contra la división social capitalista del trabajo, y de modo particular, contra los mayores efectos sufridos por las mujeres racializadas, cuya discriminación y explotación son aún mayores.
Sin embargo, Laura insiste en que romper lo instituido es en extremos difícil, porque los que sostienen y controlan el orden tienen la mayoría de recursos en demasía. En todo caso, es necesario un proyecto hegemónico alternativo que confronte a la avanzada fascista.
Al respecto, dice, que tiene que fortalecerse y ampliarse el trabajo popular. Pero, sin olvidar la sobrevivencia, ante la amenaza permanente de la guerra, cuando la impunidad en el país es del 98 %. Es urgente y necesario atender a la salud mental y física agravadas en la población en general por la guerra y la violencia social de tantos años.
Es imperativo el cuidado de la tierra, preservarlo, promoviendo las juntanzas, que rechazan las prácticas de violencia sufridas también intra movimientos de resistencia. Eso sí, sin sacrificar las diferencias que existen, incluso, al interior de los distintos feminismos, y la izquierda nacional.
Isabel Fajardo, defensora de D.H, activista, feminista, secretaria de la Corporación Demos, en su condición de litigante consecuente con las causas subalternas, no desconoce la importancia de lo estructural, esto es, la lucha por la hegemonía económica. Pero subraya la necesaria la lucha por los derechos tanto sociales como colectivos.
Advierte que es necesario transformar el ámbito del derecho y sus prácticas partiendo de lo establecido, sin abandonar nunca esos escenarios. Porque es el tiempo de la disputa hegemónica para procurar una orientación democrática del derecho, los derechos y las prácticas alternativas.
Aunque ella interviene para insistir en lo que denomina el litigio estratégico, que no se queda en las causas individuales, y, en específico, en cómo avanzarlo en términos de una justicia alternativa cuando enfrenta con DEMOS el duro campo de batalla de los D.H.
Isabel y su corporación rescatan también la memoria, y combaten otras formas de separación y de desigualdad social. Así las cosas, tanto Isabel como los otros contertulios aceptan la comprensión de la hegemonía como una praxis integral según la piensa Antonio Gramsci. Por lo demás, él reconoce como marxista que en últimas toda hegemonía es económica, sin ser por ello determinista.[5]
Hegemonía, contrahegemonía y más allá.
“En este punto el grupo hasta ahora subalterno puede salir <<de la fase económico corporativa para elevarse a la fase de hegemonía político-intelectual en la sociedad civil y volverse dominante en la sociedad política>>. Antonio Gramsci, Q 4, 38, 457-60.
“…el concepto cuarentochesco de la guerra de movimiento en política es precisamente aquel de la revolución permanente: la guerra de posición, en política, es el concepto de hegemonía.” A. Gramsci, Q 8, 52, 973.
Ahora respondo a la reflexión propuesta sobre movimiento social y hegemonía en Colombia, a la luz de Antonio Gramsci, y los estudiosos de su obra. Parto del marco de la presente coyuntura estratégica, a dos años vista de la elección presidencial.
Distingamos en lo conceptual entre la expresión hegemonía y contrahegemonía. La paternidad del segundo término provino no de Gramsci, sino que es una creación más o menos afortunada de sus estudiosos e intérpretes, movidos seguro por las nuevas situaciones histórico políticas posteriores al triunfo de la revolución bolchevique, así como los fracasos de la revolución mundial a lo largo del corto siglo XX.[6]
Otro tanto sucede con la noción “subalternidad” que no se encuentra en ningún texto del simpar sardo, pero sí es una expresión usada y difundida por muchos de los cultores de los estudios subalternos,[7] que arrancaron con fuerza en la década de los ochenta con los historiadores poscoloniales hindúes. Esta corriente encuentra réplica en las universidades norteamericanas una década después con John Beverley[8] y otros investigadores en las ciencias sociales.[9]
También es relevante establecer que Gramsci no emplea la expresión contrahegemonía; en cambio sí propone una hegemonía alternativa, toda vez que discute la estrategia de guerra de posición y asamblea constituyente con el objetivo de la revolución.
En el marco de la revolución permanente probó su conocimiento militar táctico Federico Engels, asistiendo al campo de batalla de aquella confrontación.[10] Después del triunfo y límite experimentados por la revolución rusa en su fase expansiva, la época cambió y aprendió de la gran guerra en Europa durante la I Guerra Mundial.
Aquella táctica militar de la guerra de posición se tradujo en el terreno político por la III Internacional con la dirección de Lenin, no sin debate. Tuvo la aceptación de Gramsci, quien la entendió en política la guerra de posición y buscó implementarla en lucha contra el fascismo en su corto pasaje por el parlamento italiano. En la cárcel la observó en los regímenes parlamentarios de cuño liberal en Europa, empezando con la República de Weimar, donde fracasaron los intentos insurreccionales de los espartaquistas.
Ahora bien, la guerra de posición según Gramsci pone en el centro el problema teórico práxico de la hegemonía.[11] Él establece el signo político de una nueva época cuando la revolución permanente es elaborada y superada en la fórmula de la hegemonía civil en la nueva coyuntura internacional de cara a los fracasos revolucionarios en Italia, Alemania, Hungría.
Esta experiencia política de luchar por la hegemonía en el teatro principal de la sociedad civil hace época no solo en Europa de la segunda posguerra, sino también en la América Latina, desde las postrimerías del siglo XX.[12]Aquella categoría que se extrajo del moderno arte militar en que el movimiento deviene siempre más guerra de posición.[13]
En esa América de comienzos de los ochenta [14], había todavía dictaduras militares, la operación Cóndor, y el ascenso revolucionario en Centroamérica. Era, igualmente, un tiempo calificado como “crisis del marxismo” que obligó a reconocer la presencia de otros sujetos políticos y renovadas formas de organización política.[15]
Aquí se revisó la producción del Gramsci de la cárcel.[16] Él era concluyente cuando observaba la no correspondencia política de la revolución permanente y la moderna democracia de masa <<como organizaciones estatales como complejo de asociaciones en la vida civil>>. Se refería a los organismos llamados privados de la sociedad civil, mediante los cuales se ejerce la dirección de la sociedad toda.
Al final del siglo en el subcontinente se constituyen, emergen en el campo de la disputa política <<las trincheras y fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posición: esto hace solo parcial el elemento del movimiento o que antes era toda la guerra>> (ibid.) Vino luego la caída y/o la sustitución de las dictaduras militares en el cono Sur, así como el fracaso de la ofensiva guerrillera en Centroamérica, con la excepción de Nicaragua, que pasó pronto a una experiencia electoral, donde el sandinismo triunfante aceptó el posterior triunfo electoral de Violeta Chamorro.
La disputa hegemónica que Gramsci ubicó de modo preponderante en la sociedad civil europea desarrollada,[17] para diferenciarla de la sociedad política. En América Latina se generaliza después de la guerra de guerrillas, la batalla por la hegemonía civil, según las particularidades de los países. Se estudian las superestructuras complejas, sociedad civil y política, ya no una superestructura, cuando aquí se conforma también el llamado estado integral, sobre todo, durante y después de la II Guerra Mundial.[18]
A la existencia de este fenómeno y su proceso René Zavaleta lo caracterizó primero en su estudio de sociología e historia política en Bolivia, aprehendiéndolo en el complejo de una sociedad abigarrada integrada por un Estado aparente. Esta es la fórmula que organizó varias trayectorias populistas con la conformación de un Estado compromiso en Brasil, Argentina y México,[19] durante el tiempo económico de la sustitución de importaciones para el despegue industrial.
Revolución democrática, estallido social prolongado y Neoprogresismo
Con el antecedente histórico analítico de esta perspectiva metodológica de cuño gramsciano, aboquemos el actual entendimiento de la fragmentada transición democrática colombiana, con atención al fenómeno de la hegemonía y el movimiento real que la pone a prueba en los marcos actuales de lo instituido y más allá.
El proceso democrático subalterno permanecía interrumpido y bloqueado por la extensión de la guerra social desde arriba respondida por resistencias guerrilleras desde abajo. Vino luego el intento democratizador de los años ochenta con el triunfo de Belisario Betancur interrumpido brutalmente.
Al poco tiempo, en un primer ejercicio de gobierno/oposición, en lucha contra el terrorismo de los carteles de la droga, el asesinato de candidatos presidenciales de signo progresista, la ciudadanía desembocó en el ejercicio constituyente de 1991, legitimado en las urnas por el conteo extraoficial de la séptima papeleta.
Pero, el constituyente de 1991, con los arreglos impuestos por el primer presidente neoliberal, César Gaviria y la dupla de constitucionalistas liberales, Cepedín y De la Calle, la reforma a lo impuesto en 1886-1903, fracasó en conjurar el proceso de la guerra de resistencia subalterna insurgente.[20]
Pero, el degenerarse acelerado de la estrenada democracia representativa, cuya constitución no fue objeto de referendo, condujo a que lo pactado por tres elites, que no se opusieron a la ofensiva militar inaugural contra las Farc-Ep, condujera a la instauración de un régimen para-presidencial. Este dispuso la ofensiva militar contra la insurgencia subalterna, luego del fracaso de una nueva negociación de paz en San Vicente del Caguán.
Después del periplo guerrero que se marca con el despeje del Caguán que se prolonga con la política pública de guerra entre los años 2002-2007, la insurgencia de las Farc-Ep pasa a la defensiva estratégica con acciones guerrilleras. A partir de 2008 se produce una resistencia civil de los movimientos sociales que se opuso la continuación de la guerra social con los desastres humanos que produjo. El Movice y la Mane se convierten en fulminantes y primeros animadores civiles de esta resistencia que marca una línea en la disputa por la hegemonía en las trincheras jurídicas nacionales e internacionales.
Para el 2010, este frente cívico y popular obtiene las primeras victorias en materia de D.H, y contra la aplanadora neoliberal en lo social, cuando el movimiento estudiantil universitario paró la contrarreforma a la educación superior, pero no logró el triunfo de su propuesta alternativa bloqueada en la casamata de un Congreso dominado por la derecha y la reacción.
Después vino el paro agrario nacional al que el presidente Juan Manuel Santos negó la existencia, continuando la estrategia negacionista, que reinauguró el presidente Uribe Vélez,[21] quien había negado con cinismo criminal las ejecuciones extrajudiciales, 6402 probadas ante la JEP. Pronto se hacía pública la nueva negociación de la paz con las Farc Ep, que no interrumpió el asesinato fuera de combate del principal interlocutor de la insurgencia subalterna, Alfonso Cano.
La revolución democrática volvió a ganar momento en un nuevo ciclo, animada por la presencia de un nuevo sujeto plural, la multitud que resistía a la guerra, donde el proletariado perdía centralidad, y la ganaba un nuevo sujeto, la multitud subalterna constituida por los nuevos movimientos sociales con el activismo de las mujeres, los jóvenes, los indígenas, el Movice, la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos.
Este despertar estuvo coronado por la dramática marcha de la alegría digna del maestro Gustavo Moncayo, quien partió de Sandoná (Nariño) para exigirle cuentas al presidente Álvaro Uribe Vélez en la Plaza de Bolívar.[22] Rechazaba el riesgo de muerte de su hijo, y tantos otros miembros de las fuerzas armadas de una república contrahecha afectada por una inocultable corrupción política.
El ciclo de la resistencia in crescendo cosechó triunfos en los poderes constituidos; ganó elecciones de alcaldías importantes. Empezó con los triunfos del PD en la ciudad capital, después que se proclamara el Polo Social en el auditorio León de Greiff en la Universidad Nacional con el que se dio paso a una unidad mayor, regional y nacional. Vinieron también triunfos en algunas gobernaciones. Tampoco cesaron las movilizaciones, los paros, y las protestas regionales y locales con direcciones descentradas y autónomos que oxigenaron los nuevos mecanismos de participación y representación.
Todas estas fuerzas acumuladas y en movimiento confluyen en la prueba ciudadana, estudiantil, magisterial y popular de un segundo paro cívico nacional. Esta acción multitudinaria vino antes fortalecida por la defensa de los Acuerdos de Paz de La Habana y Cartagena, que se habían cocinado en arduas deliberaciones con la insurgencia guerrillera de las Farc-Ep entre los años 2010-2016. Fue necesaria una gran movilización nacional por la Paz, luego de perdido el plebiscito por la Paz, contra el que el partido de la guerra en retirada ensayó con éxito inesperado las bodegas de propaganda negra, y la estrategia descarada y criminal de las fake news.
La convocatoria en este proceso de lucha contrahegemónica lo lideraron los colectivos de mujeres, jóvenes universitarios, obreros, organizaciones sociales urbanas realizaran una juntanza con cabeza de playa en Bogotá, para que el sorprendido presidente de la paz neoliberal, Santos, siguiera adelante sin tomar en cuenta la votación adversa.
Hasta ganar, con esta multitud movilizada en calles y plazas, la batalla en el poder legislativo donde tenía mayoría, donde hizo nuevos recortes, para lograr la aprobación final de unos segundos Acuerdos, después del Tratado de Neerlandia, que fue el primero de los grandes acuerdos que pusieron fin a la última guerra civil del siglo XIX.[23]
(Continúa)
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[1] Estos ciclos sucesivos, después del triunfo de alianza conservadora contra el radicalismo, en la guerra de los mil días, que abrió un periodo de prosperidad capitalista dependiente, con una paz relativa interélites. Esta se rompe en la disputa presidencial bipartidista de 1946. Los subalternos articulan una propuesta popular más allá del pacto gobernante que se prolongaba bajo diversos regímenes de coalición después de la derrota político militar del brevísimo gobierno cívico militar de 1854. Entonces el general bolivarista José María Melo, y la dirigencia cívico plebeya de Lorenzo María Lleras (1811-1868), secretario de la Sociedad Democrática Republicana de Bogotá (1838/1846), de filiación santanderista, resistieron a la imposición del libre mercado capitalista que aupaban Inglaterra y Estados Unidos.
[2] Al inicio del siglo XX, terminada la guerra civil de los mil días, el colofón sangriento fue el asesinato del general Uribe, a las puertas del Capitolio, en Bogotá por dos campesinos sacados del “inepto vulgo” como era calificado el pueblo raso por el conservatismo en el poder.
[3] Ver el ET, 10/11/24, p. 1.10.
[4] Tal como el sociólogo boliviano René Zavaleta caracterizaba a la sociedad de su país en la década de los 70 y 80 del siglo pasado.
[5] Esta es la base de la particular teoría de la lucha de clases que construyó Carlos Marx en los enjundiosos estudios económico políticos hechos durante más de una década en la segunda mitad del siglo XIX. Así lo consignó de forma suscinta en una célebre carta que dirigió al corresponsal comunista Joseph Weydemeyer director de Die Revolution en la ciudad de New York.
[6] En ese sentido es posible encontrar el uso del término contra-hegemonía en la corriente de los estudios subalternos por obra de Ranajit Guha, y los intelectuales asociados a la revista del mismo nombre. Igualmente, en América Latina, el sociólogo e historiador Massimo Modonesi (2023), en Gramsci y el sujeto político. Subalternidad, autonomía y hegemonía. Akal/Unam., emplea dicha expresión. Lo hace también Guido Liguori cuando hace una presentación de los Estudios Gramscianos.
[7][7][7] El historiador colombiano Mauricio Archila hizo una reseña en los comienzos del siglo XXI de los trabajos de Ranajit Guha y Partha Chatterjee, titulada Lecturas Postcoloniales publicada den ACHSC/28.
[8] Beverley, John (1999). Subalternity and Representation. Arguments in Cultural Theory. Duke University Press, Durham.
[9] Rabasa, J., Sanjinés, J. y Carr, R. (eds). (1994). Subaltern Studies in the Americas. Dispositio/n, 19(46).
[10] Esta caracterización se retoma en las discusiones de la II y III Internacional, y en ésta de modo particular cuando la expansión de la revolución proletaria mundial fracasa a las puertas de Polonia. Trotski, influido por Parvus, estudioso de la economía política burguesa, y las ondas largas del desarrollo capitalista, es un publicista de la revolución permanente. Aquel transforma a la revolución permanente en una categoría hermenéutica y le dedica el libro homónimo (1930).
[11] Gramsci había señalado que el problema de la hegemonía existía “in nuce” en Lenin, cuando, p.e., en particular propuso como estratega político las dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, y con ello luego la relevancia de un gobierno obrero y campesino.
[12] Es famoso el seminario de Morelia, México, “Hegemonía y alternativas políticas en América Latina”, que apareció como libro cinco años después de su realización.
[13] Ciccarelli, Roberto (2009). Revolución permanente, en: Dizionario Gramsciano. Carocci. Roma, p. 728.
[14] ochent
[15] Un golpe de estado aplastó la experiencia de corte socialista de la Unidad Popular en Chile en septiembre de 1973.
[16] Ya se tenía la edición crítica de los Cuadernos de la Cárcel en italiano, dirigida por Valentino Gerratana, que varios de los intelectuales asistentes conocían de primera mano.
[17] Diferente de la Rusia de la anteguerra que calificó de “gelatinosa” y en proceso de formación
[18] En Europa este Estado integral empezó a delinearse durante la primera posguerra para responder tanto al desenlace y la reconstrucción de la guerra primero, y a la depresión del sistema capitalista con el crack de Wall Street.
[19] Al respecto hubo los estudios del sociólogo dependentista brasileño Francisco C. Weffort, 1937-2021.
[20] Fue la respuesta a la guerra social promovida por las elites bipartidistas para detener las acciones insurreccionales y de resistencia de la década de los años veinte del siglo pasado protagonizadas por las masas proletarias de la ciudad y el campo movilizadas, y el PSR que trató de orientar y dirigir este temprano despertar de la revolución democrática de base obrera y popular.
[21] Reiterando los peores años de la gran Violencia bipartidista cuyas huellas tocaron a un sinnúmero de familias subalternas en la Colombia martirizada y resistente.
[22] Consulta de Herrera Zgaib, Miguel A, et al (2007). El 28 de mayo y el presidencialismo de excepción en Colombia. Grupo Presidencialismo y Participación. Unijus, U. Nacional, Bogotá.
[23] Jaramillo Carlos Eduardo (1991). Los guerrilleros del novecientos. Fondo Editorial CEREC. Bogotá.
Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD, Director Grupo Presidencialismo y Participación, MinCiencias, Unijus.
Foto tomada de: AS Colombia – Pachito Galbana/Instagram
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