En esos avatares de la política y la economía mundial se fueron transformando durante cuatro décadas, las condiciones de relativo bienestar que a través del tiempo se habían ganado como resultado de la lucha social y popular; mientras se implementaban las reformas constitucionales para el desbaratamiento y saqueo de la estructura del Estado Social de Derecho, la concentración del capital en grupos de poder, hegemonizaba los circuitos de las relaciones económicas a nivel nacional e internacional. Todos los sectores de bienes y servicios fueron intervenidos, quitándole la potestad soberana del Estado como primer responsable del cumplimiento de sus fines, relegándolo a un simple administrador de hacienda de ostentosos patrones e intermediario mandadero en la elaboración y ejecución de adaptaciones normativas. De esa forma, buena parte de los servicios públicos básicos comprendidos en los sectores de salud, obras, bancos, comunicaciones, educación, energía, acueductos, pasaron a manos privadas, supuestamente por su eficiencia, capacidad y conveniencia; para muestra de esos desvencijados negocios de lo público, la empresa Electrificadora del Tolima que fue vendida por veinti-cinco-mil-millones de pesos ($25.000.000.000) a comienzos de los años 2000, hoy la avalúan en un billón de pesos ($1.000.000.000.000 – un millón de millones). Como este caso, los réditos para los mercaderes privados en todos los negocios fueron, son y seguirán siendo exponencialmente ventajosos para unos pocos a costa del bien y patrimonio público.
Con la llegada de la virulenta pandemia, se ha desatado la necesaria discusión sobre lo que vendrá luego de esta crisis económica, humanitaria, social, política, ambiental. Algunos académicos, líderes políticos y analistas alineados en los postulados del sistema, han querido matizar las consecuencias de la realidad mundial, llamando a concebir un capitalismo nuevo, menos voraz, uno de “compadres” según lo dicho por un profesor de economía en una emisora de radio universitaria. En este punto del escrito, cabe compartir un mensaje de la creatividad popular: “El desempleo y la pobreza es culpa de los capitalistas, no del coronavirus”. Los nerviosos privilegiados y asustados pensadores de derecha, se están esforzando por buscar adaptables hipótesis que justifiquen el status quo, ante la posibilidad de que los hechos lleven al reconocimiento del valor que tiene los principios de un modelo social donde el centro de atención y beneficios sea la población y no el capital (los capitalistas). Es un discurso finamente elaborado que a pesar de su ambigüedad y sesgo, puede permear la opinión de las mayorías ancladas en el conformismo, la superficialidad de razonamiento y la ignorancia política.
El neo-capitalismo es en esta época, la receta conveniente del establecimiento que garantizaría el sostenimiento de la economía del macro-mercado como regulador de las relaciones en la sociedad. La cuestión no está en descalificar el mercado como concepto y precepto, dado que la humanidad a través de su historia, ha requerido usar del intercambio de productos para poder satisfacer sus necesidades básicas; la conmutación de bienes y servicios con sentido social a través de los mecanismos legítimos de canje, permite la distribución equitativa de los frutos de la naturaleza y la creación humana, resolviéndose de esa forma las necesidades básicas para la sobre-vivencia y el progreso colectivo: eso es el Social-ismo (conjunción del prefijo más usado cuando se habla de derechos – SOCIAL y el sufijo que denota su doctrina). Mientras en la otra orilla, la permuta de bienes y servicios percibido desde el valor del patrimonio y el dinero como fuentes de inversión y acumulación, habilita los canales institucionales para la concentración del poder económico, permitiendo la prosperidad exclusiva e híper-vivencia de un puñado de opulentos: eso es el Capital-ismo (término donde el prefijo CAPITAL, se emplea para exaltar las ventajas del sistema, hacia la riqueza de individuos y clanes privados).
Lo que hizo la covid-19 no fue más que traslucir la aguda crisis civilizatoria por la que se despeñaba la humanidad. La inestabilidad de la economía mundial, la deuda pública, la recesión global, los crecientes índices de pobreza, la depredación de la naturaleza, la contaminación ecológica, la privatización de bienes y servicios, ya venía dando cuenta de las consecuencias de aplicar este sistema económico capitalista, incapaz de resolver las necesidades de la toda la población. Ahora, como consecuencia de sus propias dinámicas, se desnudan todas sus flaquezas estructurales al paralizarse los circuitos del gran mercado, por lo que afanosamente se aprestan a concurrir ante el Estado Nación, como salvavidas del empresariado privado. Y mientras se manifiestan señales de recuperación, los centros de poder capitalista se disponen a paliar su crisis ofreciendo inyecciones económicas a Estados y organismos internacionales, que como en otros momentos trágicos de la historia, solo serán paños de agua tibia para el cáncer organizacional que padece. La solución de fondo a la crisis humanitaria mundial no pasa por que se reformulen las tesis del sistema, invitándose a desarrollar un capitalismo con nueva vestimenta, ni induciendo falsas esperanzas a los pobres para que se asocien y se cooperativicen; mientras que en la sociedad de clases prime relaciones económicas inequitativas y se permita la concentración de la riqueza en algunas manos, no se generaran los contextos sociales, económicos y políticos indispensables para el desarrollo de toda la sociedad.
“Viva el capitalismo” fue la expresión del interlocutor radial luego de que el profesor universitario defendiera la economía de mercado capitalista. A buena parte de quienes son críticos del sistema les cuesta casarse con el amparo a un modelo alternativo, tal vez por temor, timidez, pena, confusión; pero la teoría de la economía política y la experiencia de sociedades que realmente lo han experimentado, nos permite reconocerle al vocablo SOCIAL, su sentido altruista en la pretensión de lograr el beneficio de la sociedad humana. Detrás de la otra bandera, la liberadora, la digna, la necesaria, se puede decirlo sin culpas, ni sonrojo: “Viva el socialismo”.
Oscar Amaury Ardila Guevara
Foto tomada de: Elespectador.com
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