La derecha acusa al régimen de Maduro de infinidad de delitos, algunos ciertos, algunos creados en el laboratorio de su propia mendacidad; lo cierto es que los entramados de corrupción, abuso y graves delitos en la oposición no son pocos, como los casos que involucran a Pedro Manuel Mezquita Arcaya, ex cuñado de Corina Machado, al exministro del petróleo de Venezuela detenido por el gobierno de Nicolás Maduro, Sarkis Gabriel Yammine Ciammaricone y los nombres de notables empresarios vinculados al escándalo de “papeles de panamá” o al desfalco en la petrolera PDVSA o el lio de BANCAMIGA, cuyos principales accionistas fueron acusados de organización criminal, abuso de valores y bienes públicos, blanqueo de capitales y de participar en una red de prostitución que involucra a jóvenes venezolanas y extranjeras. Esta derecha no tiene autoridad moral para retar al gobierno y proponer el cambio que hoy reclama el país. La derecha solo puede prometer ruina, más corrupción y más violencia.
Y por el lado de los “camisa negra” de la izquierda dogmática, los portadores de ese radicalismo anacrónico justifican la falta de democracia en una fervorosa e incondicional simpatía popular, así sea parcial pero cierta (“el pueblo lo quiere, el pueblo lo votó, el constituyente primario ha hablado en las urnas”, etc.…) y prometen un proyecto revolucionario perpetúo, aunque duela, porque, según dicen, es el futuro que avizoró El Libertador, es el destino de una tierra libre, aunque factores ajenos a su control le impidan desarrollarse y aplicar su modelo ideal. No es culpa del gobierno, es culpa del bloqueo, aseguran. Entonces, la pregunta que hoy debería hacerse desde la izquierda que aplaude el despotismo de Maduro y acepta que se atornille en el solio presidencial durante más de una década, es la que nos plantea el maestro Darío Noguera “¿por qué un país que tiene un modelo supuestamente socialista es tan vulnerable al bloqueo de un país imperialista como los EEUU?”.
El fanatismo no razona, sea de izquierda o derecha, es incapaz de procesar la realidad y tomar distancia para asumir una posición consecuente con los planteamientos humanistas y éticos que dieron origen a su matriz ideológica. Cada sectarismo responsabiliza al otro de la debacle nacional y ninguno tiene el coraje de asumir, desde la autocrítica y la reflexión histórica, el costo de sus propios yerros. El sectarismo de la derecha habla del inexistente castrochavismo y la conexión Irán, Rusia y guerrilla de las FARC (aunque de esta poco quede), entre otros. El de izquierda se contenta con decir que Maduro lo ha hecho bien, ha gobernado de maravilla, contra viento y marea, ha llevado adelante el proyecto Socialismo Siglo XXI y mantenido en alto las banderas emancipadoras del prócer Hugo Chávez Frías. Para unos y otros el dolor de su pueblo es irrelevante, aunque funcional al interés político y financiero que los moviliza. Para la izquierda el desplazamiento de más de siete millones de venezolanos que se han visto obligados a abandonar su patria, cruzar trochas, selvas y caudalosos ríos en busca de oportunidades de vida en tierra ajena es inevitable, no es su culpa, nada tiene que ver con el buen gobierno, es el costo de mantener un proceso revolucionario atacado por el imperialismo yanqui. Para todo hay solución, dicen con cinismo. Y si la gente no tiene para huevos y carne que se coma a sus mascotas. Y el infame ministro para la Agricultura Urbana, Freddy Bernal, aclara: “El conejo no es una mascota, son dos kilos y medio de carne con alta proteína y sin colesterol”. Todos, especialmente los de abajo, deben aportar una cuota de sacrificio y sufrimiento por el bien de la patria. ¿Hasta cuándo? Pregúntele a Santa Barbara.
En once años de gobierno de Nicolás Maduro la calidad de vida de las personas no ha mejorado; el país no ha crecido en ciencia, tecnología, organización social, justicia, ni en producción, renta ni consumo. El PIB no ha aumentado ni la tasa de desempleo ha disminuido ni los índices de miseria. Ni siquiera se advierte evolución humana o cultural. La nación ha dormitado entre el dogmatismo y el odio, y atrapada en esa nefasta realidad bipolar ha dejado de crecer, de madurar, de interpelarse sobre su propio rol en esta historia desde un criterio profundo, una conciencia participativa deliberante y un compromiso histórico. La lectura simplista que hacen, y cómoda, además, es que Venezuela ha sido castigada por el imperio del norte, castigada por su valor, soberanía y autodeterminación; más que nunca es la víctima pasiva de un castigo inexorable aplicado por la invencible potencia. ¿Es en serio? “¿Es que acaso no hay países de los que se puede obtener ayuda? ¿O países con los que se puede abrir nuevos mercados? ¿Es que acaso ese tal socialismo no desarrolla las fuerzas productivas, ni siquiera al nivel que las “desarrolla” el capitalismo?, pregunta el profesor Noguera y agrega:
“Si Venezuela tuviera de verdad un sistema socialista, debería contar con las siguientes fuerzas ya no solo productivas sino políticas y sociales (que finalmente son también productivas):
1) Un proyecto político socialista internacional. ¿Lo tiene?
2) Un fuerte aparato productivo, con base en energías limpias, en manos de la clase obrera y sus aliados sociales, ¿Lo tiene?
3) La gran propiedad territorial, es decir la tierra, en manos del campesinado, en particular del más pobre. ¿La tiene?
4) La banca y el capital financiero nacionalizados. ¿Los tiene?
Y hay más, pero menciono solo estos cuatro ítems. Hasta donde yo sé cualquiera de estos y todos en su conjunto, no solo están lejos de lograrse, sino que ni siquiera los tiene en su agenda el famoso socialismo del siglo XXI. Si así fuera, ninguna clase de bloqueo le funcionaría al Imperialismo yanqui. Tengámoslo por seguro…”
Negar le decrepitud de la agenda de gobierno de Maduro no le hace bien a nadie, ni siquiera a quienes se obstinan en perpetuar la degradación a la que este proyecto arrojó al que fuera uno de los países más prósperos -aunque también desiguales- de nuestra América. Y no es que la realidad fuera mejor bajo el control de una derecha excluyente y corrupta. No. Cuando Chávez llegó al poder en 1998 se propuso regenerar la política, derrotar la miseria, conquistar la justicia social, superar la siempre la violenta bipolaridad política entre Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958, y escribir una nueva y mejor página en la historia de Venezuela. Y casi lo logra, pero extraña y sorpresivamente murió tras impulsar importantes aciertos sociales y cometer graves errores políticos, entre ellos: legar el mando del proyecto a un hombre con baja formación académica e intelectual, demasiados desatinos verbales, y poca cercanía con sectores esenciales para lograr la estabilidad social y económica que se requiere para avanzar.
Maduro, el ungido, llegó, se instaló y se quedó. No corrigió errores, los afianzó, no llamó a la unidad y en lugar de ello optó por profundizar la brecha y excluir a una parte del país. Ahora, en medio de un proceso electoral espurio, cuestionable y de unos resultados -sean cuales fueren- nefastos para el pueblo, la derecha, la extrema derecha, responsable de abusos, intentos golpistas y manipulación mediática, intenta sacar ventaja de la degradación política para adueñarse de lo que no le pertenece mientras la izquierda, ahogada en sus propias babas, maniobra torpemente y se niega a entender la coyuntura nacional y global. Las dos fuerzas asfixian al país, y cada cual tirando para su lado amenazan con despedazarlo y llevarlo a una guerra fratricida en la que, como siempre, el pueblo pondrá muertos, sangre, dolor y lágrimas. Ni unos ni otros están capacitados para conducir a Venezuela a puerto seguro, ni ética ni política ni humanamente pueden responder con sensatez y conciencia social a esta delicada coyuntura. Desde sus cómodas y arbitrarias posiciones, ambas han convertido en vampiros despiadados de su propio pueblo, han frenado toda opción de crecimiento y lo han condenado al ostracismo y la ruptura. El daño es profundo, y pasarán varias generaciones para que la nación logre superar su propia fractura y desarticulación social.
Venezuela necesita hoy más que nunca, y con urgencia de una tercera fuerza política decidida, audaz y creativa, capaz de convocar la unidad sobre la premisa de rescatar al país de su miseria social, política y moral. Es imperioso que surjan nuevos liderazgos sin casaca, marca ni padrino; juventudes vibrantes, pensantes, estructuradas, ansiosas por cambiar el curso de la historia y darle una oportunidad de vida a las viejas y actuales generaciones, y un país posible a las que han de venir. El cambio necesita un tercer camino, y lo necesita ahora.
//El “Tun tun, que se debe escuchar hoy no es el de la represión, sino el de aquel amable villancico que anunciaba la llegada de ¡Gente de paz!
Maureén Maya
Foto tomada de: Reuters
Oscar Gomez says
Ingenuidad a raudales. Muy bonito lejos de la realidad.