Su obra, sin embargo, fue rápidamente olvidada en los tumultos de los grupos intelectuales, encandilados con los diversos “giros” que desplazaron a la teoría legada por Marx en nombre de la libertad, la pluralidad, la posmodernidad y el dominio del mercado. En meses recientes, sin embargo, un grupo de jóvenes –la mayoría comprometidos con la formación política en las filas del actual partido gobernante– emprendió la tarea titánica de releerlo, formando para ello el Seminario Poulantzas en México.
Para ellos, el griego expresa un antídoto ante los ánimos celebratorios del estadocentrismo que son moneda corriente entre los favorecidos por el cambio de régimen político, pero también un baño de realidad ante una coyuntura que coloca a importantes sectores de la sociedad ante una apertura política de cambio, politización y discusión pública. El gesto de los compañeros –de múltiples formaciones y experiencias políticas previas– expresa el espíritu de la obra de Poulantzas, en particular de las tesis contenidas en Estado, poder y socialismo, el último libro del marxista.
¿Qué vieron en la obra de Poulantzas estos jóvenes que los convocó a reunirse, de manera disciplinada y sistemática, una vez por semana durante casi tres meses alternando con sus tareas cotidianas de trabajo de base? Primero destaca una noción histórica y materialista del Estado. Conscientes de que no es posible actuar políticamente sin contribuir a una definición y redefinición del mismo, asumen que el Estado es una construcción histórica, cuya persistencia responde a configuraciones de la lucha política.
Así, el Estado es definido como la condensación material de relaciones de fuerza, es decir, que éste no se entiende al margen de la activación de los sectores de la sociedad, quienes lo moldean y son moldeados por él.
Esto, que parece fácil de enunciar, expresa una irrenunciable perspectiva de abandonar el instrumentalismo y el lenguaje concomitante que habla de una inherente “naturaleza” de clase de las instituciones humanas. Con esta definición Poulantzas colocó en el centro la dimensión histórica del Estado y su constante reconstrucción a manos de los sectores sociales, ellos mismos cambiantes, que ganan o pierden presencia en los combates políticos concretos.
El segundo elemento que los jóvenes del seminario encontraron como productivo fue el concepto de selectividad. Con esta noción, el griego aludía al proceso histórico-material de aceptación o rechazo, en contextos institucionales determinados, de demandas y perspectivas.
Así, aunque los estados tendieron a ampliar el espectro democrático durante el siglo XX, la selectividad operante –una especie de memoria del poder– impedía la presencia activa y decisiva de sectores racializados.
O, caso contrario, cuando la perspectiva plebeya comenzó a moldear las relaciones e instituciones sobre el eje de la lucha política de masas, la selectividad opera en favor de que los actores políticos sufran procesos de blanqueamiento de su imagen o indumentaria.
La selectividad no es, así, sólo un conjunto de procedimientos y formas rituales que tiene el poder para verificarse a sí mismo, sino sobre todo una forma de concebir el poder y su relación con la sociedad. Selectividad es un concepto fundamental, pues muestra que el Estado no es moldeable de manera infinita, y que en él existen núcleos duros que son difíciles de cambiar, por más que exista un espíritu de reforma del mismo.
El tercer elemento destacado en las reuniones semanales del seminario fue el de la perspectiva del socialismo democrático. Aunque Poulantzas puede ser ubicado en la constelación del denominado eurocomunismo, esta localización requiere matices. El griego hizo parte de los esfuerzos que buscaron restaurar el peso de la tradición democrática y republicana dentro de los marcos igualitarios del socialismo. De tal manera que socialismo y democracia, para él y tantos otros de su generación, no eran corrientes antagonistas, sino aspectos de un mismo proceso.
Para Poulantzas el socialismo democrático era, ante todo, la conjunción de los esfuerzos autogestionarios al margen del Estado, que convivían con las formas de democracia directa y, estos, además con los mecanismos de representación asociados a la forma republicana. Socialismo democrático era, entonces, una distribución del poder en diversas escalas y planos, las cuales debían ser siempre alentadas: así, una mejor representación no va en contrasentido de la autogestión y ambas deberían favorecer mecanismos de participación directa de grandes mayorías.
Socialismo democrático no era ni una dictadura de partido, ni el gobierno de una vanguardia, mucho menos el puro dominio del Estado sobre la sociedad; sino un proceso que disputa, desborda y modifica al propio Estado, desde esfuerzos operados en escalas variadas.
Lo que los compañeros que construyeron el seminario encontraron en las reflexiones en torno al marxista fueron la base para pensarse a ellos mismos en el conjunto de la disputa por el Estado, siendo claros de los límites de los esfuerzos de modificación del régimen político, pero también activos participantes de un moldeamiento que puede avanzar a condición de una presencia activa en los debates de nuestro tiempo. Hallaron algo que no puede ni debe ser olvidado por las generaciones actuales ni las venideras, esto es, que la lucha política siempre es, al mismo tiempo y de manera contradictoria: dentro del Estado, contra el Estado y más allá del Estado.
Jaime Ortega, Investigador UAM
Foto tomada: Rebelion
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