Francisco
Una vez puesto en conocimiento, por parte del gobierno nacional, a la sociedad civil, política y en general a todo el pueblo colombiano, el nuevo Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera firmado el noviembre 24 de 2016, en el Teatro Colón de Bogotá D.C., entre el Gobierno Nacional y el grupo rebelde FARC-EP, los colombianos entramos en una nueva sintonía que amerita oír y pensar reiteradamente que el silenciamiento de las fúsiles por parte de la insurgencia levantada en armas FARC-P y la consiguiente respuesta, en ese mismo sentido, de la fuerza pública legítimamente constituida, es un hecho, muy a pesar del desagradable suceso bélico, entre una patrulla de la guerrilla y el ejército nacional, con un saldo lamentable de dos personas (guerrilleros) muertas. Por eso, es indispensable la urgencia del trámite en la Corte Constitucional del llamado fast track y la implementación del nuevo Acuerdo, para que las FARC-EP lleguen pronto a las zonas veredales acordadas y se inicie de una vez por toda la ruta trazada en el Acuerdo: el fin de la guerra entre el Estado y las FARC-EP.
No obstante las pocas voces disonantes, radicales de extrema derecha y admiradores de la guerra, siguen opinando, analizando y agitando con sus acostumbradas falsedades sonoras y cinismos descarados e impúdicos, que el nuevo acuerdo no recoge las propuestas de los que votaron No en el plebiscito del pasado 2 de octubre. En contraste, el otro país, las víctimas directas del conflicto armado, las que han vivido y sufrido en carne propia los rigores de la guerra interna, están en una dinámica procesual distinta, de solidaridad y apoyo a un acuerdo pronto entre el gobierno nacional y la insurgencia fariana. Así lo vienen manifestando públicamente, a través de los medios masivos de comunicación, eventos académicos y religiosos, foros, análisis y hasta en el recinto del Congreso de la República.
Y por otro lado, se demostró, cuando por espacio de cuarenta y nueve días, la iniciativa de jóvenes residentes en Bogotá D.C., de instalar un campamento por la paz en la Plaza de Bolívar, exigiéndole al gobierno nacional “ACUERDO YA”, se tomó no solo la atención de los bogotanos, sino que confluyeron espontáneamente, gentes que votaron por el SÍ, por el NO y los que se abstuvieron, los indiferentes o hastiados de la polarización política (que fue el 63%, la tasa de abstención más alta en varias décadas). Y el ánimo se extendió a otras ciudades del país.
En esa oportunidad, como en muchas otras ocasiones registradas en la historia de Colombia, los jóvenes dejaron atrás los discursos ideológicos del fundamentalismo político y religioso, y sus obvios resultados: un fanatismo peligroso, extremista, homicida, exacerbado con mentiras y argumentos sin contextos a los colombianos. Los jóvenes de los campamentos de paz, dieron nuevamente una gran demostración para concertar voluntades y pensamientos diversos en torno a una salida negociada del conflicto armado. Los jóvenes se conocieron y compartieron sueños y utopías, vida y experiencias académicas, científicas, culturales e ideológicas dentro del marco de un mutuo respeto, camaradería y solidaridad, no perdieron la esperanza de avanzar y construir en medio de las diferencias y la diversidad, espacios de convivencia, procesos pedagógicos y diálogos desde la no violencia, hasta último momento, y a pesar de la soberbia e injusticia ejercida por el alcalde Peñalosa al ordenar el desalojo del campamento por la paz de la Plaza de Bolívar, bajo el amparo de las sombras de la madrugada fría bogotana, recordando tiempos pasados cuando el despotismo y la arbitrariedad de las dictaduras (civiles y militares), y de regímenes impopulares ordenaban operativos nocturnos para deshacerse del inconformismo social por los resultados de una corrupta y mafiosa administración pública alejada de las masas, de las mayorías…
¡Hay que evaluar las profundas lecciones de los jóvenes campistas por la paz!
Las víctimas del conflicto armado y los jóvenes campistas por la paz, con su causa noble llegaron, se ganaron y entraron en el corazón de los colombianos, enseñan, entre otras cosas, en sus silencios, alegrías, cantos, presión social sin violencia e intervenciones que este conflicto armado colombiano, combaten jóvenes (parafraseando una frase que no sé su autoría) de clase humilde: hijos de campesinos, indígenas, obreros que no se conocen, ni se odian, pero que se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian pero no se matan…; que no debemos perder la esperanza de construir una nueva Colombia, una nueva oportunidad para reconciliarnos sinceramente con todos los actores y sectores sociales comprometidos con una historia y realidad distinta, con verdades en construcción, con verdades que se diluyen y con nuevas verdades…
Alberto Anaya Arrieta
Magister en Teología. Especialista Ambiental
Deja un comentario