El sueño del Papa Francisco formulado en la Fratelli tutti de una fraternidad sin fronteras y de amistad social (n.6), base para un nuevo orden mundial, se funda en la conciencia de que estamos en una emergencia planetaria. Las amenazas a la vida y a la sostenibilidad de la Tierra lo llevaron a decir: “estamos en el mismo barco; o nos salvamos todos o nadie se salva” (n.32).
Para eso debemos cambiar forzosamente: hacer una transición de paradigmas, es decir, pasar del paradigma dominante que creó la modernidad, del ser humano amo y señor (dominus) de la naturaleza, que no se considera parte de ella y por eso puede explotarla como le parezca, al paradigma de hermano y hermana (frater) por el cual el ser humano se siente parte de la naturaleza, hermano de todos los seres y con la misión de guardarla y cuidar de ella.
En razón de esto, propone como base de sustentación de su propuesta las virtudes ausentes o vividas solo de manera subjetiva en el paradigma de “amo y señor”: el amor universal, la amistad social, el cuidado de todo lo que existe y vive, la solidaridad sin fronteras, la ternura y la amabilidad en todas las relaciones entre los humanos y con la naturaleza. Ella universaliza tales virtudes que antes eran privadas.
Por tanto, su alternativa se alimenta de lo que es esencial y lo mejor del ser humano, aquello que nos hace ser humanos. El Papa se da cuenta de lo inusitado de su propuesta, reconociendo: “parece una utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo” (n.190).
Realmente hay voces de científicos y sabios que nos avisan de los peligros que corremos. Enumero algunos para concretar y dar carácter de urgencia a la propuesta del Papa, casi al límite de la desesperación, no obstante su fe indestructible y su enraizada esperanza en “Dios, apasionado amante de la vida” (Sab 11,26; Laudato Si n.77 y 89) Por causa de lo atrevido de su propuesta recurre también a aquello sin lo cual la vida no tendría futuro: la virtud y el principio esperanza. “Invito a la esperanza que nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive” (n.55).
La esperanza tiene una base objetiva: el carácter virtual de la realidad. El dato objetivo no es todo lo real. También pertenece a lo real lo potencial y lo utópico, lo que aún no es pero puede ser. El dato actual nos dice que estamos comportándonos como el Satán de la Tierra, como lobos unos con otros, rehenes de la cultura del capital, de la competición sin límites y del consumismo desenfrenado. Pero este dato no lo es todo ni estamos condenados a perpetuarlo. Dentro de nosotros existe también lo potencial y lo utópico viable, de ser los cuidadores de la vida, hermanos y hermanas unos de otros y con todos los demás seres de la naturaleza.
Tal propuesta es enfáticamente predicada por la Fratelli tutti. Ese potencial forma parte de nuestra realidad. Y si está potencialmente en ella, puede ser activado, puede ser hecho proyecto personal y político, y puede inspirar prácticas que darán un sentido salvador a la historia. La esperanza nos salvará de la desesperación y de la destrucción. Vale la pena esperar siempre contra toda esperanza. Mientras tanto, tomemos conciencia de los graves peligros que pesan sobre nuestro destino, como nos confirman los mejores nombres de las distintas ciencias de la vida y de la Tierra.
Damos solo algunos ejemplos:
El genetista francés Albert Jacquard nos dice «que estamos fabricando una Tierra en la cual a ninguno de nosotros nos gustaría vivir. Debemos apresurarnos porque la cuenta regresiva ha empezado» (Le compte à rebous a-t-il commencée?, 2009).
Norberto Bobbio, notable jurista y filósofo, aunque melancólico por temperamento, creía en las virtualidades de dos grandes revoluciones de Occidente: la de los derechos humanos y la de la democracia. Ambas servirían de base para su propuesta de un pacifismo jurídico y político, capaz de resolver el problema de la violencia como lógica del antagonismo entre los Estados. Pero los eventos del terrorismo globalizado, derrumbaron las convicciones del viejo y respetado maestro. En una de sus últimas entrevistas declaró:
«No sabría decir cómo será el Tercer Milenio. Mis certezas caen y solo agita mi cabeza un enorme punto de interrogación: ¿será el milenio de la guerra de exterminio o el milenio de la concordia entre los seres humanos?».
Al final de su vida, el gran historiador Arnold Toynbee (+1975), después de haber escrito diez tomos sobre las grandes civilizaciones históricas, dejó consignada esta opinión sombría en su ensayo autobiográfico Experiencias, de 1969:«Viví para ver el fin de la historia humana tornarse una posibilidad intra-histórica capaz de ser traducida en hechos, no por un acto de Dios sino del hombre».
Las advertencias de Martin Rees, astrónomo real del Reino Unido son muy serias. Con base en muchos conocimientos a los que tiene acceso afirma en su libro La Hora Final: alerta de un científico (2005): «La humanidad está en mayor peligro del que haya estado en cualquier otra época de su historia… nuestra oportunidad de sobrevivir hasta el fin de este siglo no pasa del 50% » (203.205) .
También es momento de citar, por su gran autoridad, la advertencia de uno de los mayores historiadores del siglo XX, Eric Hobsbawn, en su conocido libro-síntesis La Era de los Extremos (1994). Concluyendo sus reflexiones, considera:
«El futuro no puede ser la continuación del pasado… Nuestro mundo corre el peligro de explosión e implosión… No sabemos hacia donde vamos. Sin embargo una cosa es clara: si la humanidad quiere tener un futuro que valga la pena, no puede ser a base de prolongar el pasado o el presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base, vamos a fracasar. Y el precio del fracaso, o sea, de la alternativa a un cambio de la sociedad, es la oscuridad» (p.562).
La pandemia de la Covid-19 nos deja una grave advertencia: si continuamos agrediendo la naturaleza y a la Tierra puede sucedernos algo todavía peor: otros virus más letales que el de la Covid-19 podrán asaltarnos. Esta situación suscita una indagación humanista y filosófica: ¿es posible tener todavía esperanza en el ser humano, en el sentido de ver y sentir al otro como hermano y hermana? ¿Puede él mejorar desde el punto de vista de las relaciones sociales, de la moralidad y de la humanidad o estamos condenados a vivir nuestra tragedia histórica hasta el fin, hasta nuestra autodestrucción?
El Papa Francisco en sus encíclicas ecológicas no excluye semejante tragedia (Cf. Laudato Si n.161). Seguramente no hay ninguna respuesta cabal para interrogaciones tan radicales, pero si en la pos-pandemia no iniciamos una transformación sustancial en la forma de producir, distribuir, consumir y en la forma de relacionarnos con la naturaleza, entonces sí podemos vernos sorprendidos con la destrucción de gran parte de la humanidad, o de toda ella. La Madre Tierra, entre dolores por perder hijos e hijas queridos pero rebeldes, continuará su trayectoria alrededor del Sol, pero sin nosotros.*
Leonardo Boff, ecoteólogo, filósofo ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra: una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amor y amistad social, que será publicado en breve por la editorial Vozes.
Traducción de Mª José Gavito Milano
Leonardo Boff
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/211407?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
Foto tomada de: https://www.alainet.org/es/articulo/211407?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
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