Sin embargo, dichos grupos no viven en absoluto fuera de la realidad. De hecho, están perfectamente asesorados por destacados académicos y eminentes cerebros, cuyo firme conocimiento político y económico, les ha permitido abordar el cambio climático con atención. Por ello, quieren exponer sus puntos de vista a políticos interesados en implicarse a fondo.
Las organizaciones medioambientales más comprometidas consideran decisiva una acción global que conduzca al planeta a cero emisiones de carbono, la eliminación de combustibles fósiles y la reforma en profundidad de la agricultura, pero esos objetivos solo se podrá conseguir mediante acuerdos internacionales.
No obstante, la política climática deberá «convivir» con problemas sociales graves a nivel mundial —el desmoronamiento de las infraestructuras, una educación malograda y miserable, el desempleo, el empleo precario, la falta de empleo para gente muy preparada, el pluriempleo indigente…— y también con la necesidad de conservar lo que de valioso ha creado nuestra especie, como parques, algunas ciudades, museos, arte, música, ciencia, literatura, bibliotecas, universidades…
Por otro lado, solo las iniciativas de carácter global en las que participen todos los países —incluidos los más pobres— podrán frenar el cambio climático. Por ello, los ricos tendrán que plantearse el pago de la inmensa deuda que tienen con los pobres.
Con todo, resulta difícil que políticos, empresarios y público acepten esas propuestas, por muy convincentes que sean los planteamientos de los grupos más activos y por muy bien preparados que estén. Ciertamente, estos últimos solo ven factible que su proyecto tenga éxito mediante el diálogo y el respeto mutuo con las bases sociales, aun sabiendo que el camino es largo y arduo; pero saben que no hay ninguna otra opción.
El objetivo prioritario de los movimientos aludidos es la consolidación de una estructura democrática y un contrato social a nivel mundial instaurando reuniones de forma regular que solucionen los problemas que vayan surgiendo en el camino. De ese modo, si un auténtico cambio pasa por el abandono de los combustibles fósiles, los países pobres —en vías de desarrollo— deberían ser ayudados por los ricos, ya que son los responsables del desastre climático que padecemos.
Sería, por tanto, necesaria una nueva forma de gobernanza surgida del establecimiento de una institución que resolviese todo el conjunto de problemas gracias a la elaboración de acuerdos y su revisión, perfeccionamiento y supervisión, además de tener el poder suficiente para obligar a cumplir los acuerdos y aplicar las sanciones. Evidentemente, no podría surgir de entidades como Naciones Unidas o la Unión Europea, que se han granjeado el rechazo de la población de todo el planeta por no cumplir las expectativas puestas en ellos, sino de una alianza mundial de toda la humanidad para combatir al verdadero enemigo, los combustibles fósiles.
Su primera tarea consistiría en retomar los aspectos positivos de las reuniones y cumbres anteriores en un foro donde se debatiesen y estableciesen compromisos. Ante la gravedad de la situación, lo debería llevar a cabo un organismo que se reuniese con una periodicidad asidua y contase con información suficiente y completa para que la revisión fuese firme. Aun siendo su ámbito de actuación el cambio climático, debería incluir el apoyo socioeconómico a países en vías de desarrollo. Para avanzar, pues, se requeriría una alianza estable, una cooperación justa y una supervisión honesta y transparente. Sin olvidar que la estructura «crecentista» propia del capitalismo debe ser erradicada definitivamente si no queremos «perder la guerra» ante al cambio climático.
A pesar de los escépticos y del desconocimiento en que nos movemos, la planificación es posible y necesaria, porque las consecuencias pueden ser graves y el futuro de muchas especies está en juego. Por tanto, la política ha de ser pragmática y experimental, para ajustarse continuamente a los cambios que vayan llegando.
Ahora bien, para no agudizar los riesgos que conlleva cualquier alteración en las vidas humanas y en las economías, debería crearse una red de seguridad basada en un compromiso que respete los recursos con los que se cuenta para que protegiese tanto a la gente como a los países. Metafóricamente, podría tratarse de una especie de «economía de guerra» ante al cambio climático…
En resumen, esa democracia global debería basarse en una política de cooperación que desechase el capitalismo y condujese a un cambio profundo de las estructuras económicas. Para ello, los presupuestos tendrían que destinarse a «partidas» nuevas. Es decir, sustituir la dedicada a defensa para combatir enemigos y terroristas por otra centrada en neutralizar el cambio climático, enemigo mucho más letal que los dos anteriores. El billón de dólares que gastaron en defensa los diez países más ricos en 2015 podría ser una cantidad muy efectiva para combatir el cambio climático. Indudablemente, habría que hacer un estudio en profundidad de cuánto dinero destinar y cómo hacerlo. Posibilidades al respecto, hay muchas: subir los impuestos a los más ricos, potenciar a través de un buen abanico de políticas la vuelta al trabajo de los desempleados…
Finalmente, para profundizar en una democracia global, sería conveniente que los ámbitos nacionales reservasen espacios para que la ciudadanía se reuniese y conversase. Hablando más y mejor descubrirían cuáles son sus necesidades imprescindibles y a cuáles pueden renunciar. Asimismo, mediante la reflexión grupal, aprenderíamos a emplear nuestros recursos con más sensatez. No olvidemos —y así nos lo ha mostrado la historia— que, cuando la amenaza es clara, la gente renuncia a las diferencias y lucha por llegar a un acuerdo a través de la solidaridad, lo cual puede llegar a ser muy gratificante.
Pepa Úbeda
Hemos de aprender a unificar las prioridades clarificantes, desde el razonamiento histórico y sin soslayo alguno de las conquistas acumuladas en favor, ya que sustenta cualquier continuidad de una lucha eficiente por la MHDI, lejos de dejar que el silencio y el olvido se instale como un cáncer y consolide la impunidad que persiguen los criminales y sus cómplices.