También es falso que las únicas causantes de la inflación hayan sido la pandemia de la COVID-19 y la invasión de Ucrania por Putin. Como lo es asegurar que la subida de los tipos de interés es la solución.
¿Qué factores estructurales han provocado la inflación actual?
Organismos internacionales y líderes políticos
Como indicaron antes de la pandemia y de la invasión de Ucrania los líderes políticos y organismos como el FMI, la Reserva Federal de los EEUU, el BCE y medios de comunicación como el «The New York Times», la inflación era la más elevada de los últimos cuarenta años. No obstante, predijeron que la subida de precios sería meramente temporal. Se ha constatado que estaban equivocados y, además, que cometieron errores de gran calado. Por un lado, habían infravalorado la inflación; por el otro, hubiesen podido evitar sus consecuencias si los técnicos adecuados la hubiesen analizado teniendo en cuenta una multiplicidad de factores.
Por el contrario, optaron por ocultar sus flagrantes equivocaciones y les echaron la culpa a la pandemia de la COVID-19 y a Putin. Ni se les pasó por la cabeza resolver los graves problemas derivados.
Ya se ha dicho que, según los «expertos» de los organismos internacionales citados, la pandemia fue el factor que desató la inflación. Ciertamente, tuvo una incidencia importante, pero se les «olvidó» recordar que la inflación era ya muy elevada antes de la COVID-19. Asimismo, afirmaron que los programas de ayuda y rescate de los gobiernos mediante importantes inyecciones monetarias para sofocar los efectos de la pandemia aumentaron aún más la inflación. Sin embargo, investigaciones posteriores de gran alcance han demostrado que, sin esas inyecciones, el colapso económico global hubiese sido terrible. Además, los países en los que las inyecciones gubernamentales fueron considerables la subida de precios ha sido mínima.
Incidencia de la COVID-19
Los confinamientos
Aunque no fueron iguales en todos los países porque dependían de las directrices de los respectivos Gobiernos, terminaron por imponerse en todo el planeta.
El efecto más inmediato fue que miles de industrias y empresas dejaron de producir o redujeron radicalmente su actividad.
A continuación, llegó la reducción de oferta de bienes de servicios y, en consecuencia, la subida de los precios de los recursos esenciales.
Con todo, hubo muchas más causas y más variadas. Unas, vinculadas a la pandemia; otras, estructurales y anteriores a la pandemia. Entre las primeras, el tan radical confinamiento decretado en China —la mayor exportadora mundial de mercancías— afectó de manera brutal a todo el planeta. Ahora bien, todos los confinamientos provocaron una escasez generalizada de materias primas elaboradas y productos intermedios y finales y un aumento de la demanda en algunos sectores a consecuencia del teletrabajo y el comercio electrónico.
El transporte
Fue otro sector afectado de forma acentuada pero no tan vinculado a la pandemia. Se vio inmerso en un desacople de procesos, el bloqueo de rutas, los retrasos generalizados, los acaparamientos y la falta de transparencia.
El proceso derivó en el cierre de empresas, la imposibilidad de recuperar la producción anterior a la pandemia, el aumento de pedidos mediante una gestión preventiva incorrecta, y el acaparamiento y la renuncia de docenas de miles de empleados a volver a su trabajo anterior a la pandemia. Todo lo cual elevó los costes e incidió en la inflación.
El abandono de empleo
Se produjo tras la pandemia por parte de millones de trabajadores y a nivel mundial, a pesar de un índice de desempleo importante.
Durante el confinamiento, los trabajadores se hicieron conscientes de la creciente explotación de que eran objeto debido a la política de flexibilización de los mercados laborales a partir de los 1970, que había originado trabajos agotadores. El trabajador se veía ante la tesitura de aceptar el modelo laboral que se le presentaba o perder el empleo. Se acompañó de la aparición de falsos autónomos, contratos sin límite de horas, horas extraordinarias no pagadas e incumplimiento de las leyes laborales.
No obstante, el abandono laboral no afectó del mismo modo a todos los sectores. Los más perjudicados por la dureza de las condiciones de trabajo fueron el transporte por carretera y la descarga de contenedores. Fue donde hubo más renuncias por parte de los trabajadores, si bien los márgenes de beneficios empresariales habían aumentado enormemente; y ese sí que es un importante factor de aumento de la inflación.
La respuesta de las empresas
Fue exagerada en muchos casos, porque abusaron de aprovisionamientos, con lo que agudizaron aún más los desajustes. El resultado fue el elevado encarecimiento de los precios y la acumulación excesiva de sobrantes. Dicha actuación también propició la inflación.
En el caso de Amazon y Walmart —las compañías del sector más potentes del mundo— no tuvieron en cuenta el comportamiento del consumidor, que volvió a los hábitos anteriores a la pandemia y que, además, ante la subida de precios que le había vaciado los bolsillos, disminuyó su demanda.
Los auténticos desencadenantes de la inflación
Por muy influyente que haya sido la pandemia, es totalmente irreal considerar que haya sido el único. Ahora bien, sí que lo fue la expansión global de la COVID-19, pero por culpa de los líderes políticos y los organismos internacionales no tuvieron en cuenta factores mucho más poderosos.
En primer lugar, se sabía desde hacía mucho tiempo —incluso había aparecido en más de una película— que existía la posibilidad de que una pandemia como la que padecimos ocurriese y, sin embargo, los líderes mundiales no hicieron absolutamente nada —es decir, no realizaron ninguna inversión previa que hubiese podido proporcionar seguridad y certidumbre— y lo trataron como un hecho totalmente imprevisto.
En segundo lugar, las crisis económicas de los últimos 40 años —muy graves algunas— han supuesto un aumento de la escasez de recursos que han ido debilitando progresivamente los sistemas de apoyo público: sanitario, servicios públicos, investigaciones científicas, cultural, educativo, coberturas laborales, igualdad, pensiones de jubilación… Ante la gravedad de la pandemia, se tuvo que recurrir por la vía de urgencia a los servicios privados, que aprovecharon su situación de privilegio ofreciendo servicios mucho más costosos. Fueron otro desencadenante de la inflación.
En tercer lugar, la renuncia a un tipo de trabajo por parte de tantos trabajadores no se debió a su escasez, sino a la alienación laboral que padecían desde hacía tanto tiempo y que les hizo proclamar «¡basta!» a los que estaban en peores condiciones.
En cuarto lugar —y quizás sea el factor más grave—, los problemas de aprovisionamiento, los fallos logísticos, las estrategias de desregulación y la presión del poder financiero son auténticos «cánceres» de una economía global que han incrementado la inflación.
En resumen, las elevadas subidas de precios se deben a factores económicos estructurales que ya habían aflorado antes de la pandemia y los desencadenantes de su aceleración han sido: la creciente concentración de grandes empresas en grupos cada vez más reducidos en los mercados, la generalización de la especulación financiera no controlada y el coste del deterioro medioambiental.
La caída de la competencia
Es la causa más importante de la inflación actual. Su desaparición de los mercados se debe al dominio y manipulación de empresas muy poderosas que han podido así aumentar indefinidamente y a voluntad sus márgenes de beneficios.
Los ejemplos más relevantes son el transporte marítimo y la energía. Han conseguido tal aumento de precios que sus márgenes de beneficios empresariales se han disparado. Sin embargo, los costes han recaído por completo en los consumidores.
El transporte marítimo
Es el sector más influyente y extendido de concentración de poder en pocas empresas. Su incidencia ha sido tan formidable que se ha extendido a otros ámbitos cercanos: contendores, líneas de transporte, control de terminales portuarias, etc.
Han creado un auténtico monopolio que controla gobiernos, partidos políticos y organismos internacionales. Contrariamente a lo que se podría deducir, no ha supuesto un abaratamiento de costes para la población, sino todo lo contrario. En efecto, los «megabuques» han resultado ser muy poco efectivos como transportes y la carga y descarga de productos encarece aún más los precios.
En realidad, su objetivo no es ser más eficaces ni potenciar sociedades más igualitarias, sino maximizar sus beneficios y tener mayor capacidad de negociación a la hora de fijar tarifas.
Tampoco les preocupan en absoluto los enormes riesgos inherentes a ese tipo de transporte y evaden toda responsabilidad. Ahí tenemos los continuos desastres medioambientales provocados por naves de enorme calado que no parecen tener dueño…
Eso sí: en 2021, la industria global obtuvo beneficios de 160.000 millones de dólares, cifra cinco veces superior a la del periodo 2010-2020. No hay duda de que se han convertido en auténticos «cárteles».
Energía
Su precio se disparó tras la pandemia. En consecuencia, la electricidad —fuente de energía en manos de oligopolios que cuentan con muchos privilegios e imponen precios abusivos— también se disparó hasta tal punto que supuso una parte substancial de la subida general de precios.
Dicha subida se debe a causas coyunturales —encarecimiento del gas y subida del precio de los bonos de CO2—, pero son sobre todo estructurales: falsear la competencia, conseguir que los gobiernos les den mayor poder, restringir la intervención estatal, evitar ser controladas.
Los oligopolios de la energía eléctrica han impuesto el principio de que el mercado de la energía eléctrica es de libre competencia y, por tanto, son las empresas las que imponen el precio sin restricciones de ningún tipo y siempre al alza.
Su defensa del «liberalismo» se basa en cuatro principios falsos:
Primero: la luz no es un bien como cualquier otro de consumo, sino de primera necesidad.
Segundo: los mercados eléctricos de los países europeos no son de libre competencia, porque están controlados por 4 empresas.
Tercero: los oligopolios imposibilitan una auténtica política energética común.
Cuarto: el sistema de precios «marginalista» impide que haya un precio estable, porque las empresas del oligopolio manipulan mercados y precios. Además, el sistema «marginalista» de precios frena la incentivación de la entrada de nuevas empresas de tecnologías más baratas, como ocurre con las renovables.
Sin una política pública que favorezca las inversiones, las empresas del oligopolio no permitirán la entrada de otras. Y difícil está, porque la política europea ya desmanteló en su momento el sistema público de la energía, que funcionaba muy bien, frente a los oligopolios privados, que se han quedado sin competencia pero que han adquirido enormes privilegios.
Empresas de bienes alimentarios y de consumo imprescindible
Disfrutan de tanto poder en los mercados que pueden aumentar sus márgenes de beneficios sin perder clientela. De hecho, han aumentado sus beneficios a niveles mayores que los obtenidos antes de la pandemia.
Ciertamente, los salarios aumentaron como respuesta a la subida de precios, pero fueron aumentos irrisorios, mientras que los inmensos beneficios obtenidos por las empresas les permitieron fidelizar a su clientela invirtiendo mucho en marketing y publicidad.
Asimismo, las empresas empezaron a fusionarse, con lo que la competencia efectiva desapareció y los mercados se concentraron aún más. El resultado ha sido un aumento descontrolado de precios y, como consecuencia, que sus márgenes de beneficios empresariales se hayan elevado exponencialmente. Ya tenemos, pues, otro potente factor inflacionista.
Oligopolios e inflación
Ha pasado a ser el «matrimonio de conveniencia» perfecto.
En efecto, la inflación ha terminado convirtiéndose en una excusa para los oligopolios, cuyas empresas disfrutan de una demanda «inelástica» —la que apenas disminuye a pesar de la subida de precios— que les permite subirlos injustificadamente.
___________________
1 Información obtenida en Más difícil todavía, obra de Torres López, Juan (Ed. Deusto).
Pepa Úbeda
Deja un comentario