Un nuevo Acuerdo se torna obligado y necesario para las fuerzas del SI y el No, para Santos, Uribe y las Farc. El camino de la guerra está cerrado. Volver a ella significaría una “Guerra de Autodestrucción Mutua Asegurada”. El acuerdo de paz como lo queríamos la mitad de los colombianos que fuimos derrotados por el NO ya no es posible. Fuimos arrojados del paraíso del gran acuerdo inicial.
El concepto de Guerra de Destrucción Mutua Asegurada (MAD) surgió en lo más caliente de la Guerra Fría. Una doctrina militar según la cual, si un país con capacidad nuclear ataca a otro país con armas nucleares, el resultado final será la aniquilación para ambas naciones. Blanco sobre negro, si, por ejemplo, Estados Unidos ataca a otro país con armas nucleares, Estados Unidos no estaría en condiciones impedir un contraataque de su rival, con lo cual recibiría el efecto devastador de un ataque nuclear, con todas sus consecuencias. Esta teoría sirvió de argumento al incremento de la carrera armamentista por parte de Estados Unidos y Rusia, como una estrategia encaminada a persuadir al otro de los efectos letales y de destrucción mutua que tendría iniciar una guerra nuclear.
Quienes están sentados en la nueva mesa de muchas patas saben muy bien que un rompimiento significaría embarcarse en una guerra de autodestrucción mutua. Tendríamos asegurada nuestra lenta pero segura autodestrucción como sociedad. Si volviéramos de nuevo a la guerra seguramente no quedaríamos completamente destruidos. Seguiríamos con nuestra guerra endémica, degradada, inútil, pérdida de antemano, sin un ganador, todos perdedores. “Autodestrucción” que no desean ni Santos, Ni Uribe, ni los partidarios del Sí y del No, ni las Farc, y por supuesto los colombianos
Volver a la guerra significaría para Santos una estruendosa como inmerecida derrota. Ha dedicado cuatro años, mal contados, a construir un acuerdo de paz y a fe que ha logrado inculcar en el ánima colectiva la tesis del maestro Estanislao Zuleta: “solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra es un pueblo maduro para la paz”. Santos nos ha colocado en la senda de una paz posible y cierta, después de no pocos fracasos y reveses. El presidente jugó sus cartas en un plebiscito aprobado por el congreso y avalado por las Corte. Desgraciadamente fue derrotado en las urnas, con mentiras y todo, una derrota aceptada y reconocida por el propio Santos.
Resultaría absurdo, una paradoja histórica, que en su condición de Nobel de Paz, Santos tuviera que reiniciar operaciones militares contra las Farc. Un absurdo inimaginable, pero perfectamente posible si el retorno a la guerra se impusiera.
Perdería también la coalición de gobierno, mejor pagaría sus culpas, por mantener un apoyo formal y desganado a la paz, sus preocupaciones centrales siempre fueron obtener el mayor número de prebendas y mermelada posible a cambio del respaldo al proceso de paz. En el plebiscito no movieron la maquinaria, ni movilizaron con dadivas y dineros a los caciques de pueblo, se limitaron a una o dos acticos electorales como por no dejar la cosa y dejarse ver.
Perdería la imagen y la credibilidad internacional del país. Los inversionistas verían como un gran riesgo invertir en un país sumido en la larvada y desgastante guerra de siempre.
Perdería también Uribe. Cargaría sobre sus espaldas la imborrable responsabilidad de haber sido el enterrador de la paz. Un descredito para toda la vida, semejante al que toda la vida cargó Laureano Gómez como el gran instigador y promotor de la violencia de los años 50, o el estigma que sierpe acompañó a Gabriel Turbay de haber sido el responsable de que Gaitán no llegara al poder en1948 y la ola de violencia que se desató desde entonces.
También corre el riesgo de perder en un nuevo Referendo el 50% ganado por el No y por allí derecho las elecciones del 2018. Las fuerzas del No son variopintas, con intereses diversos. Tiene caudillos en trance de pescar en el rio revuelto de la renegociación de los acuerdos. Pastrana, el ex procurador Ordoñez y Martha Lucia van por lo suyo. Las fuerzas de las iglesias cristianas NO pueden ser consideradas todas ellas como rebaño de Uribe. Cada pastor tiene su feligresía y su arca para los diezmos.
El actor más interesado en un nuevo acuerdo de paz son, más que nadie, las Farc. Reiniciar una obligada guerra sería su mayor descalabro político. Fracasarían en el más serio y sostenido esfuerzo por encontrar una salida política ante el fracaso de su estrategia de toma del poder por la vía armada. Las derrotas militares y políticas que le infringió el régimen de Uribe y el propio Santos, en su condición de ministro de Defensa y como presidente, las obligaron a reconsiderar su estrategia y decidirse a salvar el capital político y militar que les quedaba.
Las condiciones de las Farc para reiniciar la guerra hoy le son profundamente adversas. Cuando se rompieron las negociaciones del Caguana, era una guerrilla victoriosa y en crecimiento. Su Estado Mayor y sus fuerzas estaban intactas y a la ofensiva. Hoy es una guerrilla debilitada militarmente, consciente y convencida de que el único camino que queda es la negociación política.
Las Farc saben muy bien que el gran acuerdo firmado con Santos, ampliamente favorable para sus aspiraciones, ya no es posible. Jugó su suerte al plebiscito y lastimosamente perdió. Ahora tendrá que hacer concesiones para hacer viable un nuevo acuerdo. La guerrillerada que en el Caguán festiva celebró con Marbel, ahora en los llanos de Yarí celebró con Maluma y el Doctor Krapula su esperado ingreso a la vida política y a la sociedad. Después de un arduo trabajo político e ideológico para convencer a sus hombres de que el camino es la acción política sin armas, no será fácil convencerlo y disponerlos para volver a la guerra.
Un nuevo acuerdo de paz hoy es posible. Los riesgos para las partes involucradas y el equilibrio de fuerzas lo hacen posible. Ninguna de los acores está en condiciones de imponer hegemónicamente sus condiciones. Tampoco son posible las astucias jurídicas o el chantaje moral. Ninguna de las partes está interesada en correr con los costos de reavivar la guerra. Como lo indicó la escritora Laura Restrepo, “No hay NO que por SÍ no venga”.
El camino de la guerra está cerrado. Volver a ella significaría una suerte de suicidio colectivo, volver al purgatorio de una guerra inútil. Unos a librarla, la gran mayoría a padecerla, otros a sacarle réditos políticos, y otros a observarla en la comodidad de sus hogares en la sintonía de Caracol y RCN.
Hernán Suárez
Columnista de las 2 Orillas, Asesor editorial
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