Mi primer desencanto fue con el peronismo y más concretamente con el sindicalismo peronista. Por aquel entonces yo era obrerista. Venía del Bloque Socialista (Salomón Kalmanovitz, Camilo González…) y de la Unión Revolucionaria Socialista (Humberto Molina, Carlos Jiménez…). Pronto los trotskistas argentinos me demostraron que algunos dirigentes sindicales peronistas salían por las noches a matar muchachitos montoneros y del Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT. Que el candidato presidencial peronista, Ítalo Argentino Lúder, tenía lazos con los fascistas y en 1975 había facultado a las Fuerzas Armadas a asesinar subversivos sin fórmula de juicio… y más otras historias oscuras. Terminé simpatizando con el Partido Intransigente de Oscar Allende, dudando del obrerismo y del peronismo de entonces.
Con el tiempo, he seguido con pena la trayectoria triste de la decadencia argentina. No solo económica y social, sino política y hasta cultural. Ya no deslumbran los economistas argentinos ni sus pensadores. Solo algunos psiquiatras, cineastas y cronistas, así como el gran Messi. Todo parece haberse fermentado lentamente hasta llegar al señor Milei.
No obstante, me llegó un texto de Mario Santucho (https://revistacrisis.com.ar/notas/tema-del-revolucionario-y-la-victima), hijo del comandante guerrillero Mario Roberto Santucho, muerto en combate en 1976, texto que me reconcilió con la cultura y el pensamiento argentino. Por algún lado debe comenzar el reverdecer del gran pueblo argentino, así sea por la crítica constructiva, no solo de la dictadura militar y del militarismo de los movimientos insurgentes, y por la crítica de las políticas neoliberales y de la corrupción e ineptitud de los gobiernos posteriores, sobre lo que ya existe gran consenso, sino por la crítica profunda del propio pensamiento de izquierda.
Sí. En esencia Santucho, así como otros hijos de revolucionarios de los años 60 y 70 del siglo pasado, se arriesga a problematizar el relato del heroísmo de sus padres (la madre fue secuestrada en el mismo combate en que cayó su padre y permanece desaparecida) y más aún, a cuestionar la condición de víctimas y de victimización en que el progresismo ha encasillado a los revolucionarios que fueron masacrados por los regímenes dictatoriales del Cono Sur, y en general de Latinoamérica.
Va más allá Santucho hijo: cuestiona la lectura simplista de separar, ética y moralmente, las condiciones de víctimas y de victimarios, dadas las mediaciones no solo de la tortura y de la propia lucha armada, sino de los propósitos en juego de los actores en la confrontación armada. ¿Cuándo una víctima se convierte en victimario y viceversa, no solo por venganza sino por la propia condición humana, dada la fragilidad de la naturaleza humana ante la crueldad de la tortura o de la propia dinámica de la confrontación armada?
Hasta allí el ensayo de Santucho resulta dramático, doloroso y revelador, pero parece más cercano a la literatura o la psiquiatría que a la política. Al contrario, la lectura del mismo en realidad cuestiona de fondo la estrategia de la lucha armada para acceder al poder, como fue el cometido de la juventud revolucionaria en la segunda mitad del siglo pasado, y al contrario propone otra forma de gestionar la lucha revolucionaria que permita más horizontabilidad y participación popular, ante los riegos del autoritarismo vertical y yo diría, del burocratismo ramplón y conservador a nombre de la izquierda.
Transcribo de forma aleatoria algunos de los textos, tal vez para animarlos a su lectura y a interpretaciones más justas que la mía:
“Entre las operaciones teóricas que desplegamos durante aquel comienzo de
siglo hubo una, precisamente, que consistía en ajustar cuentas con la
generación de nuestros padres. Aunque ellos habían alcanzado un grado de
audacia extraordinario, desafiando al poder al punto de entregar la propia
vida por la causa, nos animamos a cuestionar varias de sus concepciones con
desenfado y sin solemnidad. “Para ser como ellos, hay que cambiar”, dijimos” (…)
“Invertir el orden de los factores era nuestra propuesta: la clave del cambio
social está en la multitud rebelde y en los contrapoderes que se despliegan
desde abajo, no tanto en las vanguardias iluminadas o los dirigentes
carismáticos. La garantía de una transformación virtuosa radica en la
comunidad organizada, decidida a emanciparse y capaz de crear nuevas
imágenes de felicidad, mientras que la dinámica del enfrentamiento bélico
suele subordinar e incluso tiende a interrumpir esa energía popular, porque
confronta al poder con sus mismas armas. Las nuevas insurgencias
mostraban cómo la alternativa al capitalismo surgía de la producción de
afectos en los territorios y de la potencia de la cooperación horizontal, antes
que en la captura del Estado por parte de unos pocos amos liberadores.” (…)
“Javier Milei acaba de cumplir un año en el gobierno. Su gestión puede
considerarse exitosa si la valoramos desde sus propios términos, aunque la
mayoría del pueblo argentino la esté pasando muy mal. Se convirtió en un
fenómeno mundial gracias a la radicalidad con que impugna al orden
estatuido. Y a diferencia de la mayoría de los políticos progresistas, que se
moderan al llegar al poder, la extrema derecha parece decidida a capitalizar
el malestar social y el odio contra las élites.” (…)
“La inaudita captura del imaginario revolucionario por parte de la
internacional populista está plagada de contradicciones e inconsistencias,
pero resulta verosímil entre otras cosas por la ruptura de sus principales
referentes con todo aquello que huela a “corrección política”. Hay en esa
desfachatez un eficaz cuestionamiento a la hipocresía liberal, que proclama
derechos universales y produce cada vez mayor desigualdad e injusticia.” (…)
“El traidor y el héroe pueden ser la misma persona, lo cual es desquiciante. Pero la elaboración colectiva construye un mito que neutraliza la contradicción y se impone a los propios actores. Estos últimos son piezas conscientes de un juego cuyas reglas resultan inmutables. La heroicidad fundante de una voluntad nacional queda preservada, aunque en su seno anide la incongruencia. La verdad no tiene que ver con lo real en sí, sino con su lógica. A veces se asemeja a un ardid, linda con el engaño, que se alimenta de nuestra secreta complicidad.” (…).
“Alcanzamos así el punto de madurez de la
perspectiva progresista: el ideal revolucionario fue apenas un delirio de
juventud que estuvo lejos de lograr sus objetivos, y encima sirvió a la
dictadura como excusa para destruir las conquistas democráticas. Y menos
mal que no triunfaron los paladines del izquierdismo, porque muy
posiblemente todo hubiera sido peor.” (…).
“La deriva genocida del Estado sionista es una demostración
patente de que la condición de víctima no posee dignidad en sí. A diferencia
del sujeto proletario de Marx o del oprimido de Fanon, que portan en su
seno el potencial de una emancipación general y por lo tanto la posibilidad
de una sociedad nueva, la víctima carece de dialéctica superadora. Para salir
de la posición de impotencia, deben transmutarse en perpetradores.” (…)
“Hubo maneras muy dignas de curar las heridas provocadas por el genocidio,
incluso las más dolorosas. Ninguna de ellas consiste en aceptar el cómodo rol
de víctima que las cínicas democracias realmente existentes nos ofrecen. Hay
que mirar a la verdad de frente, sobre todo cuando es amarga, a sabiendas de
que no existe reparación posible. Porque nuestra única venganza consiste en
ser felices. Y la felicidad colectiva sólo se conquista a través de una lucha
incesante, que en determinado momento se convierte en un combate. Como
en el aquí y ahora.” (…).
Volviendo a lo mío, tuve otros desencantos en Argentina. No aprendí a bailar tango ni milonga. Y dos novias me dejaron tirado, una porque le conté que me encantaba la música de Neil Diamond y resultó que ella era palestina. La otra no me dijo por qué. Pero fue culpa mía.
Jorge Pulecio
Foto tomada de: France 24
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