Esas mismas élites que a pesar de ver el respaldo dado a la Minga durante su recorrido desde el convulsionado departamento del Cauca, hacia la Capital, insisten en un modelo de desarrollo extractivo insostenible ecológica, étnica y territorialmente. Esa idea de desarrollo está fincada en un viejo anhelo moderno, en el que los indígenas, los afros y los campesinos siguen siendo vistos como comunidades atrasadas, premodernas, e incluso, ignorantes, sucias y pecaminosas.
Estamos ante la clara evidencia de un enfrentamiento entre dos racionalidades: la de una élite que, acompañada por cientos de miles de <<blancos>>, cree ciegamente en un desarrollo económico, en virtud del carácter precapitalista y rentista con el que asumen el control del Estado; y en el otro lado, están aquellas comunidades que en mayor medida han sufrido la persecución y la violencia simbólica y étnica de aquellos que, ubicados en un plano moral superior, desdicen del proceso de mestizaje del que son hijos, a pesar de que se consideran blancos.
Es el caso de Iván Duque Márquez, quien no solo despreció a la Minga, sino que dejó claro que su paso por la presidencia tuvo como objetivo afianzar un conflicto ontológico-étnico en ciernes. La actitud displicente asumida por Duque y su gobierno atiza odios desde la orilla ideológica que él representa, pero también anima y despierta sentimientos de solidaridad en millones de citadinos que saben que en buena medida su bienestar y su seguridad alimentaria está garantizada en el trabajo de las comunidades que hacen parte de la Minga.
Años de República parece que pasarán en vano en una sociedad que aún mira con desdén a las comunidades campesinas, afros e indígenas. La reacción de una señora que vocifera e insulta a la Minga desde su vehículo, es la expresión y el efecto claro de lo poco que hemos avanzado en el camino de encontrarnos en las diferencias. En lo dicho por la energúmena señora también se evidencia la vergüenza que cientos de miles de colombianos aún sienten por ser el resultado de un evidente proceso de mestizaje.
El 21 de octubre, una vez más, se moviliza esa Colombia que busca cambios estructurales en las maneras como operan el Estado y el mercado y se expresa la sociedad.
La movilización del 21 de octubre deberá servir para que los líderes de los sectores de la izquierda democrática, de los progresistas y de los liberales, por fin hagan coalición para derrotar en las urnas a eso que se llama el “uribismo”, que no es otra cosa que la genuina expresión de esa élite que no solo busca arrasar con la biodiversidad, sino que insiste en aniquilar las ontologías de los pueblos ancestrales y de las comunidades campesinas. De esa coalición, por supuesto, no podrán hacer parte Sergio Fajardo y todos aquellos que sean allegados a Uribe y que tengan responsabilidades por asumir en la construcción de hidroituango.
Son tan fuertes y legítimos los reclamos de los marchantes, que el miedo al contagio con el virus (covid-19) pasa a un segundo plano. Y los gremios y el periodismo bogotano en lugar de ver la legitimidad de la Minga indígena, afro y campesina, se atreven a calificar como irresponsables a quienes se movilizan. Y lo hacen, mientras guardan silencio frente a los contagios que sí se produjeron cuando se activó la jornada sin IVA en varias ciudades del país. Ese doble rasero es propio de aquellos que desde sus lugares de privilegio otean, acríticamente, los efectos negativos que vienen dejando por todo el territorio nacional y que logran encubrir como externalidades del desarrollo.
Este Paro Nacional del 21 viene impregnado de la dignidad de los indígenas, de los afros y de los campesinos. Sin duda, es un Paro con sabor a Minga.
Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo
Foto tomada de: https://www.semana.com/
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