“El Procés ¿qué pasa en Cataluña?” que será publicada en las próximas semanas]
Resultado de imagen de mitin podemos catalunyaImaginar la dirección del Estado a través de un proyecto político de país es la tarea que aguarda a los llamados “estadistas”. La dirección del Estado va más allá de los programas concretos de gobierno y tiene que ver con la inserción del país en la historia, con sus geografías interiores y exteriores, así como con sus características culturales y con la estructura y articulación de sus grupos sociales. Como es normal, la dirección del Estado tiene implicaciones jurídicas.
Si asumimos esta definición provisional de las tareas del “estadista” que hoy sólo puede ser un príncipe colectivo, podemos concluir que uno de los grandes problemas de nuestros viejos estadistas a la hora de pensar el Estado en España ha sido la cuestión (pluri)nacional. Y nadie negará que la expresión más completa y evidente de este problema ha sido la dificultad para pensar la articulación de Catalunya en el Estado.
La experiencia de Estado de las derechas españolas durante los siglos XIX y XX (desde la Restauración, pasando por la dictadura de Primo de Rivera, por el bienio negro, la dictadura franquista, hasta las dos legislaturas de Aznar) configuró una visión estrecha y predominantemente autoritaria de la realidad española que directamente niega la plurinacionalidad de nuestra patria. Para la derecha española la diferenciación constitucional entre regiones y nacionalidades, así como el propio Estado de las autonomías, habrían sido soluciones inevitables que en ningún caso responderían a la realidad plurinacional. Para las derechas, asociar la palabra nación en el territorio del Estado a algo diferente a España es sencillamente inaceptable. Lo curioso es que los conservadores españoles siempre han identificado al Estado con la Monarquía y con las dictaduras, no con ninguna idea de país. Para nuestros conservadores el Estado, incluso en condiciones más o menos democráticas, siempre fue el régimen monárquico.
Cabría esperar que la experiencia de Estado de las izquierdas, bebiendo de reflexiones teóricas más interesantes, hubiera producido políticas de Estado que afrontaran la cuestión plurinacional, pero a pesar de algunos intentos, nunca lo lograron. Ni Cádiz ni la Gloriosa fueron experiencias duraderas y la breve experiencia de la II República, aunque implicó avances más que notables, fue clausurada por el resultado de nuestra Guerra Civil. A partir del fin de la Transición en 1982, el PSOE gestionó con cierta comodidad, en el marco del nuevo régimen político del 78 de monarquía constitucional, el modelo de Estado de las autonomías que funcionó gracias a la estabilidad brindada por los grandes partidos “nacionalistas” catalán (CiU) y vasco (PNV). Europa entonces emergió como una promesa que ilusionaba por igual a las elites de todos los partidos de régimen. Para fuerzas políticas como el PNV o CiU, al igual que para otras fuerzas políticas europeas de naciones sin Estado, Europa aparecía como solución de futuro al problema plurinacional de España.
En los últimos 10 años, al tiempo que la crisis económica ha puesto en cuestión la viabilidad del proyecto de la Unión Europea tal y como hemos conocido, en España la estabilidad de nuestro régimen político se rompió por dos flancos; el que abrió el 15-M y que tuvo como principal traducción electoral a Podemos y las confluencias y el que abrió el proceso soberanista en Catalunya.
Más allá de calendarios urgentes, de procesos judiciales e inhabilitaciones, de tensiones verbales y parlamentarias, de movilizaciones y de presiones unilaterales, a lo que se enfrentan España y Catalunya hoy es a la realidad de su historia, de sus relaciones y de la ausencia, por parte de los partidos políticos tradicionales, de propuestas políticas de Estado que vayan más allá de la independencia por un lado y del inmovilismo, por otro.
Desde que en el siglo XVII Catalunya, Portugal y Andalucía se resistiesen al proyecto de Estado de la monarquía de los Austrias, la tensión plurinacional ha perseguido a un Estado históricamente incapaz de darle una salida definitiva o duradera. La llegada de la dinastía borbónica en el siglo XVIII trajo un proyecto hipercentralista de estilo francés que fue permanentemente resistido y que fracasó. Los Borbones fueron, de hecho, incapaces de imponer desde el Estado una sola lengua, una sola cultura y un solo aparato institucional en España. Quizá la Guerra de Independencia en 1808 representó una de las pocas oportunidades de construir una identidad unificadora de España que, con todo, nunca hubiera podido ser uninacional, pero los liberales de entonces se enfrentaron al irresistible poder de una monarquía cuyo modelo de Estado patrimonialista y autoritario mantuvo a España en su excepcionalidad respeto a Europa.
Desde entonces, cada vez que en España ha emergido una crisis de régimen, Catalunya ha aparecido como una de las referencias claves de esa crisis. Las guerras carlistas en los territorios vascos y catalanes tenían más que ver con la protección de sus fueros y con una resistencia comunitaria a un tipo de modernización homogeneizante, que con el problema dinástico y toda la conflictualidad política, desde las revueltas cantonales hasta el surgimiento de movimientos políticos específicamente catalanistas, vasquistas y en menor medida galleguistas desde finales del XIX, han expresado una tensión centro-periferia que es consustancial a España y que no se agota en las llamadas “nacionalidades históricas”.
Catalunya, como comunidad nacional que mira culturalmente hacia el Mediterráneo, con una burguesía industrial y comercial que ocupaba un papel intermedio entre la España agraria y la Europa desarrollada y con un movimiento obrero culturalmente mestizo y muy avanzado políticamente, ha sido siempre una pieza clave del cambio político en España.
De hecho, durante todo el XIX y las primeras décadas del XX, todas las expresiones de resistencia al régimen monárquico-conservador de carácter primero liberal, después republicano y finalmente popular tras la irrupción política del movimiento obrero, tuvieron en la resistencia al centralismo una de sus banderas fundamentales, que volvería a expresarse en el breve periodo de la II República que empezó a proclamarse precisamente en Catalunya.
La dictadura franquista ignoró desde el terror político una realidad que estuvo viva en la lucha antifranquista y que el partido político de la clase trabajadora más avanzado de Catalunya y de España, el PSUC, había entendido desde los años treinta. La realidad re-emergió con fuerza cuando se recobraron una parte de las libertades democráticas, obligando a una solución institucional que ni fue de Estado ni de régimen constitucional y que se articuló como pacto político que llenaba un vacío de la Constitución. Aquel acuerdo se llamó Estado de las autonomías.
En aquellos tiempos, con un ejército sin cultura democrática y vigilante, es probable que no fuera posible ir mucho más allá de la diferenciación constitucional entre regiones y nacionalidades del texto del 78 y del “café para todos” del Estado de las autonomías. Pero hoy, la crisis en Catalunya es la prueba de que es necesario pensar en nuevas fórmulas para afrontar la plurinacionalidad de España. Lo que hoy revelan las élites de los viejos partidos dinásticos del 78 y su nuevo complemento anaranjado es, básicamente, su incapacidad para pensar el Estado y España. Pero algo parecido le ocurre a las viejas derechas “nacionalistas” catalanas, que emprenden caminos erráticos que les llevan a buscar apoyos en senadores trumpistas en EEUU al tiempo que su ingenua fascinación con Europa choca con la cruda realidad.
Nada cabe ni ha cabido esperar nunca de las derechas españolas y de sus nuevas versiones anaranjadas que se empeñan en negar cual avestruz la realidad plurinacional de España. Pero lo que ha enquistado el problema es que las mentes más lúcidas y avanzadas de la familia socialista catalana, que al menos allí sí comprendían su propia realidad nacional, han desaparecido y hoy su partido, el PSC (ese que el señor Heredia quería disolver) no sabe ni cómo plantear el debate a un PSOE atrincherado en la mediocridad de una dirección que sencillamente no entiende España y mucho menos su realidad plurinacional. Piensen en Heredia y recuerden a Pasqual Maragall y entenderán a lo que me estoy refiriendo.
Tal vez, hace años, ese debate en las izquierdas se hubiera podido plantear en términos federales. Es indudable que desde el siglo XIX, el federalismo fue en España la bandera primero de las burguesías progresistas liberales y republicanas y después de las organizaciones de la clase trabajadora. Y qué duda cabe que un proyecto federal hubiera podido ser viable en las décadas que siguieron a la Transición, incluso en los términos que planteaba Azaña como reconstrucción de España.
Pero a día de hoy, con lo que ha llovido en Catalunya, pensar el Estado pensando en España supone asumir el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro en referéndum y, a partir de ahí, discutir en Catalunya y España un modelo de Estado plurinacional que no solo reconozca a Catalunya como nación, sino que apueste por una configuración estatal que asuma de una vez la realidad plurinacional de nuestra patria y pueda articularse también mediante dispositivos administrativos nuevos con un proyecto de país asociado a la justicia social y a la soberanía popular. Pensando en eso, las fuerzas políticas catalanas hermanas de Podemos han hablado de república catalana en España. A mi me parece que debemos ir más allá. Quizá el espíritu republicano deba dejar de ser una nostalgia asociada a símbolos del siglo XX y transformarse en un impulso constituyente. Ese impulso late en España desde el 15M. Quizá el espíritu republicano no sólo sirva para pensar Catalunya, sino que también nos dé algunas claves para pensar, como estadistas, una nueva España social y plurinacional.
Pablo Iglesias Turrión
Secretario Gral. de @ahorapodemos y diputado en el Congreso. Profesor honorífico de la UCM.
Twitter: @Pablo_Iglesias_
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