El Catatumbo está conformado por ocho o diez municipios, no hay consenso, y en el imaginario nacional existe la idea de que Tibú es el centro de la región. No es así, distinto es que los altos funcionarios y personalidades sólo llegan hasta allí para enviar mensajes al extenso territorio, dado los intereses geoestratégicos como la frontera con Venezuela y el petróleo, pero también por razones logísticas: este municipio es el más cercano a Cúcuta, cuenta con una base militar robusta y tiene pista de aterrizaje, condiciones necesarias para entrar y salir sin mayores dificultades, el resto de territorios no. Los ex presidentes Juan Manuel Santos e Iván Duque estuvieron allá, pero los motivos estuvieron relacionados con el orden público y la seguridad militar, pero no caminaron las calles ni saludaron al pueblo, no salieron de las instalaciones asignadas por temor, por no romper el protocolo o quizás, porque sus comunidades no revisten importancia.
Dos días después de su posesión como presidente de Colombia, Iván Duque visitó a Tibú acompañado de su ministro de Defensa y altos oficiales de la Fuerza Pública para inaugurar una planta de aceite de palma de algún empresario y ofrecer más pie de fuerza para garantizar la seguridad a la región. Históricamente las menciones de los ex mandatarios nacionales referidas al Catatumbo han gravitado alrededor de la necesidad de llevar más fuerzas militares, fumigar y erradicar los cultivos de coca, acabar con los grupos terroristas y ofrecer carreteras que nunca se concretaron.
El presidente Petro sobre pasó esos paradigmas programáticos y de forma. Rompió la barrera geográfica, inclusive, un par de días después de haber sido retenidos y abaleados los carros de su seguridad personal en el corregimiento del Aserrío en Teorama. Llegó en medio de la lluvia, caminó las calles del Tarra sin protocolos, acompañado del ministro de Defensa, la ministra de Agricultura, el ministro del Interior, el Alto Comisionado de Paz, el Director de la UNP y mandos militares y policiales, en medio de la multitud de sus gentes abrazadas de algarabía y euforia por tan extraordinaria visita, donde los escoltas perdieron el control de su protegido. Allí encontró unas comunidades felices, organizadas, esperándolo con sus guardias campesinas y grupos artísticos coloridos y armónicos que con sus cantos y bailes le dijeron a él, a su comitiva y al país, que el Catatumbo no solo es coca, guerrilla e inseguridad.
A diferencia de los mandatarios anteriores, Gustavo Petro tocó a los y las campesinas, les dio la mano, plasmó besos en mejillas de mujeres adultas que con sus sonrisas y miradas tiernas le dijeron lo mucho que han sufrido por la violencia. Recibió un papelito y un secreto al oído de una de una niña que sin duda tenía claro quién es su presidente. Conmovido por tan multitudinario recibimiento, después escuchó en un consejo de seguridad amplio a los alcaldes de toda la región, a líderes y lideresas sociales, iglesia y otros sectores. Allí plantearon sus principales preocupaciones, pero también sus propuestas para resolver los problemas. Fue una reunión amena, cargada de buena energía y esperanza.
Antes de subir al helicóptero de regreso a Bogotá, volvió al pueblo y en medio de la muchedumbre que lo esperaba con paciencia y en medio de la lluvia, dejó en público las principales conclusiones para que la población las analice y decida sobre ellas, que las piense desde adentro de la región, por ejemplo, qué tipo de sociedad quieren construir en el futuro inmediato. Pero también le habló a los grupos armados ilegales y los invitó a hacer la paz a través del diálogo y contribuir a la construcción de un territorio que transforme la economía ilegal de la coca, por una legal de la producción alimentaria.
A diferencia de los discursos tradicionales de gobiernos nacionales, Petro no habló de militarizar más al Catatumbo, ni de asperjar con glifosato y erradicar forzosamente los cultivos de coca. No prometió nada, como es costumbre. Invitó a sus habitantes a pensarse entre ellos y ellas mismas, una región distinta, a pasar de la era de la violencia a la era de paz, para lo cual, podrán empezar por realizar un dialogo regional que permita el encuentro de todas las voces, por contradictorias que sean, y avanzar en una idea común de región. Planteó la posibilidad de construir la Universidad del Catatumbo, inclusive en el Tarra, propuesta que arrancó fervorosos aplausos, camino que permitiría a los y las hijas de familias campesinas llegar a ser médicos o generales.
Los mensajes del Presidente Petro a una de las regiones más estigmatizadas, violentadas y excluidas del poder central, fueron múltiples: simbólicas, políticas, económicas, sociales y culturales. No se trató de una visita más. No fue el arribo de un candidato en campaña electoral, sino de un mandatario nacional recién posesionado y en ejercicio de sus funciones constitucionales. Sus palabras dieron en el corazón de los procesos organizativos que históricamente han buscado la construcción de la vida digna en el Catatumbo, pero que han encontrado oídos sordos en el Estado colombiano. Su visita avivó la esperanza y optimismo de los y las catatumberas, esa llama que nunca se ha apagado, por difíciles que sean sus realidades, por complejos que sean sus problemas y soluciones. Ese viaje histórico al corazón del Catatumbo marca un punto de inflexión en la exuberante, temida y noble región. Desafiar al destino e intentar convertir ese laboratorio de guerra en un laboratorio de paz, se convierte en interesante tarea.
Diana Sánchez, Directora Asociación MINGA
Foto tomada de: Infobae
Carlos Emilio Aguirre Martinez says
Un gobierno del pueblo con el pueblo y para el pueblo, parte la historia de Colombia con los cambios necesarios para consolidar a Colombia como potencia mundial de la vida…