Con la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez, estamos, los nadies y las nadies, los Aurelianos y las Aurelianas, los colombianos todos, ante una segunda oportunidad sobre la tierra en un mundo convulso. Francia Márquez lo personifica en su autenticidad, en su hermosa negrura, en su origen, en su lenguaje, en sus portentosas batallas. El uno, de Ciénaga de Oro, Córdoba, y la otra, de Suárez, Cauca, es decir, de la Colombia profunda y desplazada por siempre de las posibilidades de la paz, la concordia, el progreso, la tierra y el pan.
De ese tamaño es el enorme terremoto político que vive la sociedad colombiana con el triunfo de la dupla del Pacto Histórico. De ese tamaño es la victoria que celebraron, como nunca antes, los colombianos en los confines del territorio ante una elección presidencial. De ese tamaño es la responsabilidad.
El triunfo electoral de Gustavo Petro habla bien de la democracia colombiana que por primera vez, ante el empuje del movimiento popular y sin una guerrilla desalmada que le ha hecho un inmenso daño al país y a las causas democráticas-la victoria de Gustavo Petro es hija del proceso de paz de la Habana-, tuvo que ceder el espacio del poder político por fuera del estrecho círculo plutocrático de los viejos partidos Liberal y Conservador, responsables de la debacle colombiana pero que, sin embargo, son necesarios, siguen jugando un papel, para conformar el Gran Consenso Nacional para lograr concretar las reformas necesarias que tanto, en el ámbito Interno como en el externo, son indispensables para darle paso a la economía descarbonizada que reclama el planeta.
Está llegando el momento en que el mundo no va a requerir mas petróleo, ni carbón, ni gas, en las proporciones que hoy demanda, por los portentosos avances de la ciencia y de las tecnologías asociadas a su avance sin pausa, por tanto, es imprescindible, categórico, irrenunciable, avanzar hacia el cambio de la matriz energética y darle vuelo a la economía de la inteligencia, a la economía del siglo XXI.
La herencia que recibe el nuevo gobierno es un legado perverso en todos los frentes: un campo en ruinas, producto de la devastación del agro, que debido a ello, y ante una coyuntura internacional difícil, nos obliga a comprar afuera los alimentos que dejamos de producir por voluntad propia con un dólar caro, que tiene los precios al alza de los productos básicos, quitándole así el trabajo y el pan de la mesa a más de doce millones de colombianos y al resto, del 39% de pobres y vulnerables que somos, hace que no puedan proveerse una dieta suficiente y sana que contribuya a la preservación de la salud y al robustecimiento y el desarrollo del cerebro de los niños. Según el Dane, el 37% de los colombianos no comen tres veces al día.
Una industria disminuida y debilitada en las aguas turbulentas del libre comercio, y a consecuencia de estos dos males autoinflingidos, un desempleo del 12.1%. Una economía atada al petróleo, igual que Venezuela, y sobre la que aún hoy, se basan los presupuestos macroeconómicos que amparados en la reglas anquilosados y mohosas de la austeridad fiscal someten a la nación a una enorme incertidumbre que solo conducen a parecernos a los países más atrasados y dependientes del mundo.
Regiones enteras del país inmersas en una encrespada ola de violencia y criminalidad producto de haber hecho trizas el acuerdo de paz, de insistir en la inútil y desenfocada guerra contra las drogas, de haber roto los diálogos con el ELN y de, arrodillado ante el imperio, que hace agua, desarrollar una política de enemistad con el gobierno venezolano que, dada las mutaciones de la geopolítica mundial nos coloca en línea de fuego de una conflagración universal que el propio Biden ha dicho, es cada vez más posible.
Duque se va del poder absolutamente solo y derrotado mientras que Biden propicia la normalización de las relaciones con el gobierno de Maduro. Es el precio de la indignidad. Mientras Biden habló a los dos días con el nuevo presidente de todos los colombianos, Duque imploró durante siete meses que lo recibieran en la Casa Blanca.
Los empresarios nacionales deben entender que la debacle de la economía y de la precaria vida social del país también es su responsabilidad. Todos los gobiernos anteriores han gobernado para sus intereses. Aquí lo que ha habido, como lineamiento central de las políticas macroeconómicas, es una economía empresarial privilegiada sobre las necesidades más primarias de los colombianos y que se traduce en una frase contundente que resume todos estos años: la economía va bien, el país va mal.
Los empresarios, desde la Andi, hasta los gremios agropecuarios, pasando por los gremios de las empresas petroleras, deben entender que el país no es una empresa. Es más importante la sociedad como un todo que los intereses privados de las empresas, por legítimos que sean. La Constitución que nos rige, lo dice: la propiedad tiene una función social.
La economía al servicio exclusivo del empresariado es lo que ha fracasado en las últimas tres décadas, y desde siempre, en la vida colombiana. Los empresarios nacionales, absurdamente, no han entendido que sus actividades necesarias con su corolario de ganancias que nadie les discute y que son una retribución a su espíritu innovador y de riesgo, tienen mejores realizaciones en una sociedad rica que con una sociedad empobrecida.
Deben entenderlo y pagar impuestos en las proporciones necesarias para que, desde el Estado, las acciones tendientes a reducir la desigualdad y la inmensa pobreza de las mayorías colombianas tengan lugar, y los colombianos ingresos suficientes con que mover la demanda, con que mover la rueda de la economía que potencia sus ganancias y poder hacer posible el ideal democrático benthoniano de la mayor felicidad para el mayor número.
La victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez con su programa visionario que traspasa los lindes del territorio nacional debe tener un espacio en la vida colombiana. No sólo se abre una amplia avenida para Colombia sino también unas relaciones con Estados Unidos en pie de igualdad y con respeto mutuo. Nadie gana con un estado de pugnacidad, de violencia verbal y física que nos pueden llevar a nuevos ciclos de violencia. Gustavo Petro es el hombre indicado para la difícil coyuntura de estas horas del mundo y de Colombia. Su amplia hoja de vida que pone de manifiesto la excluyente, difícil y complicada historia reciente de Colombia, así lo demuestra. Con Gustavo Petro podemos construir una era de paz.
Desarrollar el capitalismo incluyente es imperativo en Colombia y la ideología liberal de la igualdad, la fraternidad y libertad tiene un amplísimo espacio en Colombia. El Pacto Histórico debe entender esto con todas sus consecuencias y llevar la paz a sus cuarteles. Hay que mirar hacia adelante y no hacia atrás, sin mezquindades, sin reclamos inútiles y absurdos. Roy Barreras y Armando Benedetti jugaron un papel clave en la victoria y no llegaron al Pacto Histórico ayer. Son indispensables como Alejandro Gaviria, la gran reserva del futuro, como Rudolf Hommes, como Cecilia López Montaño, como Alfonso Prada, como Luis Fernando Velasco, Juan Fernando Cristo, etc. El Pacto Histórico no puede ser inferior a su enorme responsabilidad.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: Noticias Caracol
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