«En el principio fue la competición…»
El juego político parlamentario ha sido distinto según se tratase del Reino Unido o el continente europeo. Al otro lado del Canal, la política fue, durante mucho tiempo, un «juguete» en manos de la aristocracia, así que tenía más de deportivo que de gubernativo. A este lado, los herederos de la Revolución Francesa, como buenos plebeyos, pretendían que los partidos fuesen otra cosa. Si bien el «Juramento del Juego de la Pelota» de los diputados del tercer estado —burguesía y pueblo llano— tuvo lugar en la Pista Real de Tenis de Versalles —donde se entretenía la nobleza francesa—, porque se les impidió el acceso a la sala del Hôtel des Menus Plaisirs, que era donde se realizaban las sesiones de los Estados Generales de Francia. Así que algo de deportivo, sí que tuvo, aunque de forma tangencial.
El totalitarismo parlamentario
Los libros de historia nos cuentan que la democracia entró en nuestro cada vez más ninguneado continente gracias a la Revolución Francesa. Sin embargo, el «Terror» no fue muy democrático. Se trató de un periodo de violencia respaldado por el Estado durante la Revolución Francesa en el que se multiplicaron las ejecuciones públicas y los asesinatos en masa de miles de «sospechosos» contrarrevolucionarios, entre septiembre de 1793 y julio de 1794. Con el «Terror», entró el totalitarismo en Europa.
¿Son los partidos un bien o un mal social?
Antes de decidirlo, deberíamos saber en qué consiste el «bien». La filosofía política nos dice que se basa en la verdad, la justicia y la utilidad pública. ¿Actúan los partidos políticos de acuerdo con este principio? o ¿es para ellos prioritario?
Muchos aducirán que es más importante la democracia —el poder de la mayoría— que la consecución del bien. Sin embargo, ese poder de la mayoría está cada vez más en manos de la extrema derecha, que no apoya, precisamente, la protección de los derechos de esa mayoría. Además, tampoco podemos olvidar que la democracia no es un «bien», sino un medio para la consecución del bien. Por tanto, solo lo «justo» —propio del bien— es legítimo, mientras que el crimen y la mentira, que aparecen con frecuencia vinculados a los gobiernos considerados democráticos, no.
Razón y Pasión políticas
Según El contrato social de Rousseau, la razón distingue y elige la justicia y la utilidad, mientras que la pasión se decanta por el crimen y la mentira. Asimismo, afirmó que la razón es idéntica en todas las personas, mientras que las pasiones difieren. Desde luego, las mías difieren de las de Musk y Trump. También aseveró Rousseau que la voluntad de justicia común a toda una nación no es mejor que la voluntad de justicia de un solo individuo; es decir, una mayor cantidad no equivale a una mayor adhesión a la justicia. Lo podemos constatar en países con mayorías parlamentarias de extrema derecha, aunque aseguren que les mueve dicha voluntad de justicia. Si bien la voluntad común de todo un pueblo está más cerca de la justicia si neutraliza las voluntades privadas y, por tanto, las pasiones particulares.
Para que una Constitución democrática sea buena, el pueblo ha de estar en una situación equilibrada y ha de cumplir la voluntad general del pueblo, porque solo así se adecuará a la justicia. ¿Cuántos pueblos hay ahora mismo en el planeta en una situación equilibrada y que cuenten con una Constitución avalada por la mayoría?
La «voluntad general» de un pueblo solo puede expresarse cuando toma conciencia de esa voluntad. Únicamente así desactivará las pasiones colectivas, fuente de crímenes y mentiras peores que las pasiones individuales.
En cuanto a las pasiones, solo con que una se apodere de un país, todo él adquiere el adjetivo de «criminal». ¿La Alemania nazi quizás? Y, si son varias las pasiones colectivas, entonces nos encontraremos con varios grupos criminales. ¿La guerra en la antigua Yugoslavia?
Las pasiones «no piensan» y, como se enfrentan entre ellas, no pueden neutralizarse. Sus peleas se exacerban y el fragor es tan diabólico que no podemos oír nada. ¿Es lo que está ocurriendo en el Parlamento español?
¿Elegimos el bien en política o elegimos a partidos que dicen representarlo?
Según la democracia, el pueblo puede expresar su voluntad en los problemas propios de la vida pública. ¿Han conseguido los votantes que los partidos a los que votaron cumplieran su promesa de solucionarlos? ¿Se han preocupado los partidos de hacer cumplir la voluntad general? ¿Le dan los partidos a los ciudadanos la oportunidad y los medios para conseguirlo?
Ciertamente, los partidos políticos solo nos permiten desenvolvernos en el ámbito de los intereses particulares, aunque alientan de forma sistemática las pasiones colectivas —malignas per se— en la resolución de los problemas públicos.
¿Son los partidos políticos totalitarios?
Para no serlo, deberían guiarse por la verdad, la justicia y el bien público. Sin embargo, ¿qué características los definen?: son máquinas de fabricar pasiones colectivas, ejercen presión colectiva sobre los seres humanos y, su primer y único fin es el propio crecimiento sin límite alguno. Las tres propias del totalitarismo.
La tercera característica podría aplicarse a todos los colectivos, que quieren dominar a los de su misma especie. No persiguen la consecución del bien —fin en sí mismo—, sino potenciar pasiones que presentan como fines cuando, en realidad, solo son medios: imponer su criterio, obtener poder, crecer económicamente, potenciar los nacionalismos y muchos más.
Todo fin —como el bien— está relacionado con el pensamiento. Todo lo que está relacionado con los medios, pertenece a los hechos, que pueden ser buenos o malos. Los partidos políticos están relacionados con los medios, porque son un instrumento al servicio de distintas concepciones particulares del «bien público».
La vaguedad ideológica de los partidos políticos
¿Podemos nosotros o pueden los políticos exponer de forma precisa y clara la ideología política de un determinado partido? ¿Es comparable una ideología política a, por ejemplo, una doctrina filosófica o religiosa? Cualquier ideología política no es ni individual ni colectiva, ya que está por encima de ambos, mientras que una doctrina filosófica o religiosa, sí.
El fin de un partido político no es el bien público —concepto muy difícil de pensar—, sino ser en sí mismo, lo cual puede conducir a la idolatría, una pasión. ¿Son necesarios los ejemplos?
Poder político y mentiras
Todo partido político asegura que solo podrá ejercer el bien público si tiene mucho poder, pero no aclara qué cantidad de poder necesita porque cualquier cantidad le parecerá insuficiente una vez obtenido.
Como todo partido es un fin en sí mismo, se siente impotente de continuo, ya que siempre le parece que su poder es escaso y necesita más para ejercer el bien. No obstante, si consigue el poder absoluto en su propio Estado, la democracia desaparece. Además, aún le quedan los restantes Estados del planeta donde imponerlo. Otro rasgo, pues, de totalitarismo.
Solo hay un bien público verdadero y, si cada partido lo siente como algo distinto, es porque se trata de un concepto vacío, ficticio, irreal… Toda realidad —y el bien público verdadero lo es— tiene un límite, mientras que lo que no existe, no tiene límite. Por eso, los partidos persiguen hasta el infinito la imposición de su «bien público» particular. Aquí, totalitarismo y mentira van de la mano.
Totalitarismo vinculado al crecimiento de los partidos
La gente que simpatiza con un partido determinado no suele plantearse que haya de tener un poder total. A lo sumo, que su crecimiento sea ilimitado. Sin embargo, si ese crecimiento se debe a la defensa de su bien particular, cuando crecen varios partidos que defienden cada uno el suyo, es imposible que no choquen entre ellos. En ningún momento piensan en fusionar todos sus bienes particulares en uno solo. Si se defienden distintas formas de bien, es porque no hay una auténtica noción del bien.
Asimismo, resulta muy cuestionable que los miembros de un partido y sus adeptos vinculen su crecimiento a la posesión de la auténtica noción del bien. Nada más alejado de la realidad, ¿acaso los partidos de extrema derecha están en posesión del bien?
Con todo, lo realmente grave es que los partidos obliguen a toda la población a aceptar su noción del bien como la única adecuada solo porque sean muchos. Demuestran así que son organismos públicos que matan el sentido de la verdad y la justicia.
En el fondo, el proyecto de un partido político consiste en teorizar, asentar su teoría y proclamarla para someter a la ciudadanía a sus objetivos.
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1Jugando el partido, es el título de una novela de Ian Buruma en la que el criquet actúa como una metáfora de la política.
2Célebre frase de la tragedia shakesperiana Hamlet, para aludir a la corrupción política.
Pepa Úbeda
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