¿Por qué fracasan en la política, se pregunta contrito, Eduardo Lora, “personas que le han dedicado su vida a estudiar la economía del país, es decir, a entender el funcionamiento de los individuos, el país, las empresas y las instituciones en las actividades relacionadas con el uso de los recursos productivos, la provisión de bienes y servicios de todo tipo y el bienestar privado y social? Y se responde: “La razón principal es que el electorado no escoge a los presidentes por su experiencia o sus conocimientos, sino por qué tan bien reflejan las emociones y los ideales de los votantes. La formación de los economistas choca de frente contra esto. Para funcionar como economista, uno tiene que dejar de lado las emociones y atenerse en lo posible a los datos. Todo economista aprende (o, al menos, debería aprender) que casi todo lo que suena ideal es inviable en la realidad, y que no hay atajos para llegar a la tierra prometida. Los economistas se entrenan para tener sentido de prioridades y para reconocer las restricciones que impone la realidad.”
Y a continuación descalifica, desde su infalibilidad, cualquier asomo de discrepancia contra las verdades únicas: “Petro tiene el arrojo para prometer fantasías y el temple para hablar con toda convicción de cosas que no entiende”. Solo ellos tienen la verdad, solo ellos entienden a los hombres y a la economía. Si no se hace lo que dicen, que es lo que el país ha hecho durante décadas en materia de política macroeconómica, el país entraría en una catástrofe, caería en el más infame populismo. Lora debe saber que no todos los economistas colombianos piensan como él. Esa afirmación es una generalización absurda, sesgada, mentirosa, no ética.
Para este sumo sacerdote de la economía única, sus sabios consejos traducidos a políticas públicas en nombre de una tecnocracia sin tacha e infalible, lo llevan a él y a sus amigotes a ese inmenso lodazal de la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social, un sumun de la economía de la responsabilidad macroeconómica, de la austeridad, de la omnipotencia del Banco de la República, del largo plazo, pócima amarga que beben todos los días las gentes pobres del pacifico colombiano, de la Guajira, del Catatumbo, de los pobres y pobres extremos de las ciudades y pueblos de Colombia.
Y cuyos resultados prácticos evidencian que los más ricos llenan todos los días sus arcas, aún en plena pandemia, mientras que a los pobres solo les queda la vana esperanza de irse para el cielo al final de sus días, a la espera del orden económico que los lleve al paraíso, quizás perdido para siempre.
¡Tómese un tintico Lora en su muelle silla de su cómodo apartamento mientras elucubra una ecuación econométrica que avala su verdad que quiere imponer a toda la sociedad: La seguridad democrática ha devenido en el auge de los carteles nacionales y extranjeros de drogas y regiones enteras del país están en manos de fuerzas irregulares que ya sobrepasan a la de los hombres que entregaron sus armas en el escamoteado proceso de paz colombiano.
La confianza inversionista se ha traducido en que la inversión extranjera solo invierte en compras de empresas ya existentes mientras la debacle industrial y agrícola del país sigue su curso. La cohesión social quedó hecha trizas porque el país mayoritario se levantó indignado contra unos de sus áulicos, el exministro Alberto Carrasquilla, el de los bonos del agua, diseñados para tumbar un centenar de municipios y el de la reforma tributaria que entregaba más exenciones al exclusivo club de los potentados del país y que después fue premiado con un puesto en la Junta Directiva del Banco de la República, uno de los máximos premios para Lora y sus amigotes.
Lo primero que debería observar Eduardo Lora-tan agudo el- es que el resultado de la gestión de esos extraordinarios personajes en su paso por los más altos engranajes tecnocráticos de la institucionalidad del país, nos ha heredado el cuadro desolador de una Colombia descompuesta, la nación más desigual del continente en compañía de Haití y el Salvador, con una economía destruida con una miríada de pobres y pobres extremos, con un sistema pensional que deja por fueras a más del 60 por ciento de la población, con unas ciudades invivibles por la inseguridad que se traduce en los indicadores de violencia más altos del mundo después del Congo. ¿De qué se ufanan Lora y sus áulicos?
De lo que se olvidó Lora expresamente es que su alabada experticia técnica sin alineamientos también es política. En este caso, política vergonzante, a la que se han aferrado desde la implementación del Consenso de Washington a raíz de la eclosión de la
Unión Soviética donde entrábamos al mundo perfecto del mercado con una clara intencionalidad política: denigrar de las políticas keynesianas de intervención del estado y de las económicas dirigidas para que el laissez faire, laissez passer y sus agentes se despacharan a placer. Fukuyama en estado puro. Esas políticas han resultados en un absoluto fracaso.
Como lo explica con claridad el profesor Luis Carlos Reyes en el diario El Espectador, Lo técnico también es político, (04/28/2022): “…Buscar que el manejo de los asuntos de interés general sea ajeno a la “política” es una ilusión. Las entidades como el Banco de la República, el ministerio de Hacienda o el Departamento Nacional de Planeación pueden incidir sobre el interés general únicamente porque una serie de decisiones políticas les ha otorgado las facultades de las que gozan. Por tanto, los técnicos de estas instituciones harían bien en tener presente cuál es su misión política y ejercerla a cabalidad, en vez de pretender que su poder emana del más allá, como el derecho divino de los reyes de antaño…al fin y al cabo, el poder emana del pueblo y no de la técnica. ”
Lo que no observan Lora y sus conmilitones es que lo que pasa en el mundo-crisis ambiental, pandemias, guerras, crisis de las cadenas de suministros, el reemplazo del trabajo humano por las maquinas, desigualdad en ascenso- ya no tiene respuestas suficientes ni soluciones desde los estrechos marcos de la economía clásica y neoclásica sustentadas en la más irrestricta defensa de la propiedad privada.
Por ello es que los correlatos de estos sabios caen en el vacío y solo logran el desprecio de la gran mayoría que ve en su trágica vida del rebusque y la exclusión la expresión de esas políticas que sólo han servido para enriquecerse ellos, al servicio de los más oscuros intereses del capitalismo de compinches que ha incubado la ultrajante sociedad del 1%.
Deberían entender Lora y sus amigos: “Estoy convencido de que una parte del malestar democrático contemporáneo proviene del excesivo empoderamiento del conocimiento económico con respecto a otras ciencias sociales y a la esfera cívica y política. Este empoderamiento es, en parte, consecuencia de su tecnicidad y de la creciente complejidad del ámbito económico. Pero también es el resultado de una tentación recurrente por parte de los profesionales de este campo, ya trabajen en la universidad o en el mundo empresarial, de apropiarse de un conocimiento y de una capacidad analítica que no tienen”. Tomas Piketty. Capital e ideología, Pág. 1232.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: contextomedia.com
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