La sociedad del cambio y el proyecto que la transforma es superior al Gobierno del cambio que comprende este periodo. El Gobierno que preside Petro dependió y ha dependido de una voluntad de cambio, no al revés: la voluntad de cambio no surgió, ni dependió de su Gobierno. Es el deseo popular que con determinación decidió iniciar una época transformadora. Petro y su gobierno fueron el efecto de todo esto, no la causa.
Al uribismo y sus voceros de prensa, que están tan contentos celebrando un supuesto desmoronamiento del Gobierno, que hablan de fragmentación, división, etc., y que con ello desde ya creen que retomarán fácilmente la dirección del poder ejecutivo el otro año, les digo: la voluntad de cambio permanece aún. La sociedad decente ha dicho basta y no va a dar un paso atrás. Reconoce como un grave error retornar a sus políticas de muerte bañadas en sangre y cocaína. El país ha entendido que debe insertarse en la dinámica política y económica de los modernos, incluso, que debe transitar más allá del modelo liberal del viejo capitalismo democrático, que está agotado.
La modernidad democrática del siglo XXI piensa en la naturaleza, en la crisis ambiental, en los migrantes, los trabajadores y en los derechos sociales y económicos de los ciudadanos. Asuntos que para la derecha ni siquiera son problemas. La autonomía individual sin oportunidades sociales, sin redistribución del ingreso y la riqueza, no es más que una libertad falsificada. El neoliberalismo vive de esta falsificación y por eso ha construido la idea del sujeto independiente expresado en categorías tales como la de sujeto emprendedor, empresario de sí mismo, jefe sin horario, etc., con las que hábilmente se ocultan la penuria y la precarización de los desempleados y los autoexplotados. No se es en absoluto libre porque un amo ejerza su poder tirano esclavizándose a sí mismo.
Por otro lado, aquellos que “desencantados” reivindican su posición de izquierda para resaltar una condición más pura y radical frente al progresismo “revisionista” y liberal, déjenme decirles que una etiqueta no es que haga mejor a nadie, ni sirve para transformar las cosas. Además, existe una diferencia no pequeña entre el revolucionario y el izquierdista puritano: este se aferra a ideas y consignas absolutas y asume como escándalo la acción que no se adhiere a sus principios puros de política. Son revolucionarios de salón y socialistas de café que prefieren renunciar a la revolución antes que lanzarse con resolución a la lucha y la pelea decidida en un momento en que no tenemos fuerza para ganar solos. El revolucionario, por su parte, no teme el derrumbe de la autoridad simbólica de los fetiches ideales adorados por sectarios y dogmáticos. Todo lo contrario, en vez de convertir su idea en una convicción paralizante, se vale de instrumentos ideológicos fundamentales como guía de estrategia y táctica en su lucha política por la conquista del poder para establecer la paz, la democracia, la igualdad y la libertad social. ¿Acaso Lenin no se alió transitoriamente con los mencheviques en las huelgas y protestas contra el gobierno del Zar Nicolás II? Combatamos primero al enemigo, y una vez derrotado podemos discutir el camino que deba seguirse.
Este Gobierno surgió de un estallido que sin embargo no pudo rebasar el marco de un Estado que se ha consolidado como un régimen de corrupción. El Gobierno de Gustavo Petro no es hijo de la revolución, sino de una revuelta. Su nacimiento, desarrollo y el ejercicio actual de su poder se lleva a cabo dentro de los límites de ese mismo Estado. ¿No nos corresponde a nosotros la instrucción y formación del movimiento popular, si es que de verdad queremos ser tan radicales que queramos propiciar una revolución; no tenemos hoy una responsabilidad mayor para entender las cosas y actuar conforme a un plan preparatorio de liberación? Quienes haciendo alarde de posturas radicales y purezas ideológicas quieren apartarse del actual Gobierno poniendo como excusa su desilusión anticipada deben comprender que sus afanes de hacer revoluciones por decreto son fatuas pretensiones de engreídos que creen estar por encima de la historia.
Se equivocan quienes piensan que un Gobierno está por encima del Estado del que es prisionero. Asimismo, se equivocan quienes creen que el Estado es una entidad al margen de las clases o situado por encima de las clases. ¿Y cómo exigirle a un Gobierno que actúe por encima del Estado cuando ni siquiera cuenta con el respaldo masivo popular organizado decidido a enfrentar las clases que le oprimen? La lucha política del pueblo organizado como clase en sí y para sí debe culminar en la transformación de su organización política en organización de Estado. Esto es propiamente la revolución, pero es un proceso. No un decreto ni una ley.
Debe remarcarse la necesidad de anteponer el interés común como una de las condiciones más importantes de la acción orientada a la realización del proyecto progresista que dé lugar a una sociedad distinta. ¿Qué puede ser hoy más importante que la voluntad de construir sólidos cimientos para iniciar el cambio en un país injusto asediado por el hambre, la guerra, la desigualdad, y preso de las más temibles y asesinas pretensiones de unos cuantos ambiciosos?
Realizar grandes cosas es difícil, y mandarlas más difícil todavía. Qué lamentable espectáculo ofrece la actitud petulante del pequeñoburgués moralizante que con el pretexto de la propia e individual indignación sacrifica un proyecto nacional lleno de futuro para regocijarse en la autocomplacencia de la autoridad moral. No pueden dominar y sin embargo actúan como si ejercieran el poder. ¡Cuándo la superioridad moral, que habla y juzga desde un alto pedestal, ha servido para entender y actuar bien en política! Pero el prejuicio pequeñoburgués no comprende esta verdad y abriga la ilusión de que la construcción de la república democrática es la “democracia pura en el gobierno de los puros”.
David Rico Palacio
Foto tomada de: The Washington Post
Iluminante!!