Tras la derrota, los rojos soportaron en su propio suelo 40 años de exclusiones y vejaciones de la dictadura militar-católica de Franco, con la que nuestras autoridades se entendieron de maravilla. Como todavía la sociedad española no condena en forma unánime la crueldad excesiva del Estado Franquista – mientras la alemana pidió perdón por el nazismo desde las más altas jerarquías estatales –; los miles que padecieron en prisiones, o escaparon y murieron fuera de España, parecen fantasmas sin reivindicación histórica.
La suerte de los judíos fue distinta. Sacaron ventaja del remordimiento colectivo por el holocausto, y obtuvieron que la resolución 181 del 29 de noviembre de 1947 de la ONU dividiera Palestina en dos estados: uno palestino y otro judío, más la zona internacional de los lugares sagrados de Jerusalén. Al Estado judío se le asignaron 14 mil kms2, y al árabe 11.500, pese a ser notoriamente mayoritaria su población, a la que nadie consultó. Y el 15 de mayo de 1948, día en que terminó el “mandato británico sobre Palestina”, el viejo terrorista Ben-Gurión proclamó el Estado de Israel, cuando aún no concluían los entierros de las víctimas que su grupo masacró en Deir Yassin 36 días antes.
Por ambos motivos los estados árabes vecinos declararon la primera guerra a los israelíes, que produjo la primera ola de refugiados palestinos. En reacción a la crueldad del ataque expansionista en Deir Yassin, la ONU dictó la resolución 194 del 11 de diciembre de 1948, para que los palestinos regresaran a sus hogares, y manda a Israel indemnizarlos por los bienes ocupados y dañados. Por supuesto, Israel no cumplió la resolución.
Tampoco obedeció la 242 de 1967 que ordenaba “la retirada del ejército israelí de los territorios ocupados durante el reciente conflicto”, y el respeto a la integridad de los dos estados; ni la 3236 de 1974, ni la 446 de 1979. Ésta reiteraba que “la creación de asentamientos por parte de Israel en los territorios árabes ocupados desde 1967” carece de validez legal, y exhortó a la potencia ocupante a que “respete escrupulosamente los Convenios de Ginebra relativos a la protección de personas civiles en tiempo de guerra”; y la llamó a que desista de toda acción que “ocasione el cambio del estatuto jurídico y la naturaleza geográfica, y que afecte apreciablemente la composición demográfica de los territorios árabes ocupados desde 1967, incluso Jerusalén, y, en particular, que no traslade partes de su propia población civil a los territorios árabes ocupados.” Israel no escuchó el llamado.
Al contrario, la desafió, y en 1980 proclamó a Jerusalén “unificada” como capital de su Estado. Esta medida forzó al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas – con la única abstención de USA –, a dictar la resolución 478 que “no reconoce” la decisión unilateral; llama a todos los miembros de la ONU a acatar esta decisión, y les pide retirar las representaciones diplomáticas que hayan establecido en Jerusalén. Sin embargo, fiel a la “tradición diplomática” de nuestro país, el presidente Iván Duque trasladó nuestra embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Con razón, la última semana de ese gobierno, el “sanedrín” bogotano con Bessudo a la cabeza – los ojos anegados de emoción –, le agradeció ponerse contra la causa Palestina, y por los contratos de concesión que recibió; sin que ninguna de las cadenas de prensa criticara semejante desobediencia a la resolución 446 de la ONU.
La gran prensa colombiana ha estado siempre del lado de Israel; y silencian el sufrimiento de cerca de 5 millones de palestinos en Gaza, Cisjordania, o el este de Jerusalén. Pero elevaron el coro de sus voces y titulares para protestar al gobierno Petro cuando pidió a Israel respetar en Gaza las leyes de la guerra. La participación empresarial judía en la pauta es cuantiosa, y ninguno de sus propietarios y directores se resiste al activo cabildeo de esa comunidad, que se revuelve agresiva contra quienes señalan las fechorías inhumanas de Israel en Palestina después del 7 de octubre.
Niegan que en su invasión militar en pos de Hamas están cometiendo genocidio. Han asesinado niños, niñas, mujeres y ancianos, destruido hospitales y cometido excesos por venganza. Los redactores y columnistas de siempre aplauden a Netanyahu cuando con tono bíblico anuncia: “estamos haciendo llover fuego sobre ellos”, y piden a los que exigen parar la masacre ponerse “del lado correcto de la historia”. Majaderos, de ese lado creyeron estar más de 20 millones de alemanes mientras persiguieron a los judíos, y también a los gitanos, los socialistas, los homosexuales y lisiados que nadie nombra, pues la propaganda continua del sionismo se tomó la memoria del holocausto. El plan nazi de exterminio al pueblo judío fue una guerra étnica y religiosa, desde luego; como Israel la comete contra los árabes musulmanes en Gaza.
Las imágenes de los miles de muertos civiles que con desprecio mata Israel – sin sumar los cientos de miles victimizados en 70 años de guerra con los musulmanes –, hacen pensar que se han desvanecido las razones de Estado que, en derecho, autorizan a Israel a perseguir los ejércitos irregulares de Hamas. Sin embargo, algo me dice que los soldados israelíes de hoy, y los políticos de Israel que ordenan exterminar palestinos en Gaza, nada tienen que ver con aquellos desgraciados indefensos que padecieron el holocausto. Son otros.
[En memoria de mi amigo el pintor asturiano Manuel Calvo Abad, y del vasco Jesús Pujana Echeandía, mi profesor en San Simón, republicanos ambosÁlvaro Hernández V
Foto tomada de: Los Angeles Times
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