Todo ello sazonado con frecuentes declaraciones públicas en las que despotricaba contra Putin y repetía que él no estaba dispuesto a respetar las “líneas rojas” trazadas por Moscú, en cuanto a la clase de armamento enviado por Occidente a Ucrania. En especial, las líneas rojas las referidas a los misiles de crucero de largo alcance con capacidad de ataques a profundidad en el territorio ruso. La más reciente trasgresión ocurrió la semana pasada, cuando un Mirage 2000 interceptó en Ucrania un misil ruso. Episodio que podría como la primera prueba de Skyshield, el plan barajado por la OTAN, de imponer un régimen de exclusión aérea en los cielos ucranianos, garantizado por 120 cazas de los países de la OTAN y destinado a anular la superioridad aérea que hasta la fecha ha ostentado las fuerzas armadas rusas en el teatro ucraniano. El derribo del misil ruso es una advertencia: hoy derribamos misiles rusos, mañana derribaremos a los aviones rusos que los lanzan, sino respetan la exclusión aérea. A nadie se le escapa que la puesta en funcionamiento de dicho escudo traería consigo la guerra abierta de las potencias europeas con Rusia.
Son muchas las explicaciones de la enconada beligerancia del presidente francés. La más común es la de los críticos que dicen que obedece a una megalomanía de tal tamaño, que le hace creer que es un nuevo Napoleón dispuesto a encabezar la coalición de ejércitos europeos dispuestos a derrotar por fin Rusia. Sus críticos menos fantasiosos, piensan que su frenético activismo en el marco de la guerra en Ucrania, es una fuga hacia adelante, una manera de esquivar el embrollo de la política nacional francesa, en la que solo las divisiones aparente o realmente insalvables impiden que se le someta a juicio político y se le destituye. Dada la manera como se ha burlado de la Constitución y Ley y ha actuado en contra la voluntad de las mayorías populares. El lunes pasado, los maestros franceses sumaron una nueva jornada de protesta a los centenares que han protagonizado los más diversos sectores sociales del país galo.
Yo no descarto que tengan razón estos críticos, pero creo que hay otras razones mucho más importantes que justifican el belicismo de Macron. Entre ellas la que tiene que ver con la economía, y más específicamente con los negocios de la banca Rothschild. Como quizás recuerden, Trump puso recientemente al descubierto que la “ayuda” militar suministrada al país eslavo por la Unión Europea, ha consistido en préstamos a su gobierno, entregados cobrando altas tasas de interés (13%). Préstamos concedidos por la banca Rothschild – y por otros mega bancos de la City de Londres – cuya cuantía es difícil de determinar, dada la opacidad de estas operaciones y el escaso y nulo interés de la prensa económica occidental por airear el asunto. Pero aún así, cabe formular la hipótesis de que el total debe rondar hasta la fecha los 150.000 millones de euros y que la participación de la banca Rothschild en dichos préstamos debe ser significativa. La beligerancia de Macron la explicaría el hecho de que, desde el comienzo del conflicto, quiso tener un papel importante, tanto político como militar, en la evolución del conflicto ucraniano. Tanto para contribuir a que el gobierno de Zelenski se endeudara con Rothschild, como para garantizar el pago de los servicios de la deuda en un país cuya economía se ha ido desplomando, como resultado conjunto de la guerra.
Cabe especular con que Rothschild, y el resto de la banca de Occidente, confiaran en las previsiones formuladas por el presidente Biden de que, las exigencias de la guerra, unidos a las demoledoras sanciones económicas, políticas y diplomáticas impuestas por el Occidente colectivo, postrarían la economía rusa hasta el punto de promover multitudinarias protestas sociales y una crisis política de tal magnitud que precipitaría la caída del Putin y el advenimiento de un régimen político, “amigable” con Occidente. A tres años vistos del inicio de la guerra y con las fuerzas armadas ucranianas al borde del colapso, ha quedado en evidencia el carácter ilusorio de este pronóstico. Como lo fueron los pronósticos ciertamente optimistas de Napoleón y de Hitler, que emprendieron la guerra contra Rusia creyendo que la derrotarían en pocos meses. Por lo que es previsible que la cúpula de la banca Rothschild y de todos los otros bancos con deuda pública ucraniana, estén muy preocupados por qué va a pasar con esa deuda. ¿Habrá default? ¿Y si se produce, quien asumirá las pérdidas? Y para agravar sus preocupaciones, Trump, con su habitual brutalidad, declaró urbi et orbi que Ucrania debía pagar por todo lo que Estados Unidos había invertido en ella, entregándole el control de los recursos minerales del país, incluidas las estratégicas tierras raras. A sabiendas, porque es imposible que no lo supiera, que dichos recursos ya habían sido entregados a la Gran Bretaña. De allí las encendidas protestas de Paris y Londres por la exclusión de Europa de las negociaciones de Washington con Moscú. Ha sido la forma de decirle a Washington que no podía arrebatarles así porque si, ese preciado botín. Que ellos tenían velas en ese entierro y que tenían que negociar con ellos el reparto del mismo. Botín, que, por otra parte, podría ser el salvavidas de los banqueros de Londres y Paris dueños de la deuda pública ucraniana, en caso de que se produzca el temido default.
La conexión que hago entre el rampante belicismo de Macron y los intereses de la banca Rothschild no es arbitraria. Macron es una criatura de este gigante financiero, cuyos dirigentes decidieron un día que era necesario tener un presidente salido de sus filas. Eligieron a Enmanuel Macron, un joven y prometedor ejecutivo de la firma, le comunicaron sus intenciones al “socialista” François Hollande, entonces presidente de la república francesa, quien lo nombro, en agosto de 2014, ministro de economía para que se pusiera al frente de su política económica neoliberal. En mayo de 2017, menos de tres años después, este perfecto desconocido en la política francesa, fue elegido presidente de la república. Gracias a la magia de una habilidosa campaña publicitaria ampliamente orquesta por los medios franceses, generosamente financiada tras bambalinas por Rothschild.
Carlos Jiménez
Foto tomada de: BBC
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