1. Un penetrante joven sociólogo del trabajo
Para empezar, tengo que decir que me acerqué a Touraine debido a dos amigos y maestros en lugar de haberlo hecho en algún curso de pregrado. El primero fue Luis Ignacio Sandoval, que conocí en 1993 como activista del movimiento por la paz y promotor del desarrollo legislativo de los mecanismos de participación ciudadana que se constitucionalizaron en 1991, mientras dirigía el Instituto Sindical María Cano, fundado a principios de la década de 1980, aunque para entonces ya no ejecutaba proyectos de educación e investigación con los sindicatos. Pocos años después conocí a Julio Puig, tal vez en 1995, en la Escuela Nacional Sindical, del que era socio fundador.
En los casi treinta años que por fortuna compartí una estimulante conversación con Lucho, estuve siempre contagiándome para leer a su intelectual de cabecera, y sí que lo fue, pues lo siguió en las distintas etapas de su obra, desde su periodo de compromiso con el movimiento obrero hasta su deriva postsocialista, aunque con su apropiación a su búsqueda de una salida democrática al alargado conflicto armado colombiano. En cuanto a Julio, que llegó a Colombia en 1968 después de las inmensas manifestaciones parisinas, en las que participó en calidad de estudiante de doctorado en sociología. Aterrizó al departamento de sociología de la Universidad Nacional de Colombia con una carta de recomendación de Touraine, quien certificaba su investigación sobre la división del trabajo, realizada para optar a su doctorado. Con él he conversado desde entonces sobre teorías, metodologías e historia y coyuntura política, y a diferencia de Touraine ha continuado hasta hoy con preguntas e investigaciones sobre el mundo del trabajo. En los últimos años me ha hablado de una investigación que viene realizando sobre sindicalismo y populismo durante estas últimas tres décadas.
Con esas conversaciones en mente me fui acercando a la obra del pensador francés, pero sin pretender leer sus cientos de artículos en revistas científicas, sus más o menos cuarenta libros, ni sus incontables entrevistas y artículos de prensa. Pero en mis tiempos de doctorado, en el curso de Actores laborales, con Enrique de la Garza, fue cuando con las lecturas recomendadas y su catedra magistral del 4 de febrero de 2005, atisbé al Touraine esencial, con todo lo que tiene de pionero en problemáticas contemporáneas de las ciencias sociales, y pude distanciarme de sus derivas posteriores a su lectura de las consecuencias del mayo francés de 1968.
Con el tiempo leí sus libros de juventud, pero fue en un artículo de Geoffrey Pleyers de 2006, donde encontré un resumen del proceso de la obra touraineniana:
Entre sus libros, tres grandes categorías pueden ser distinguidas: las obras dedicadas a un actor preciso; aquellas que desarrollan una teoría general de la sociedad; finalmente, los análisis de temas de actualidad y de hechos recientes.
Por lo que respecta a las obras consagradas a un actor en particular, muchas hablan sobre los movimientos sociales (por ejemplo, la conciencia obrera y los análisis de los nuevos movimientos sociales). Sin embargo, estos análisis nunca están desligados de la construcción de una visión global de la sociedad que se elabora principalmente en una larga serie de libros “teóricos”. Iniciado en las fábricas, lugares centrales de la sociedad industrial, este trabajo predica y analiza el profundo cambio de sociedad que ha marcado los cuarenta años que separan su primer libro teórico publicado (…1965) del más reciente (…2005). Al lado de algunas temáticas específicas, esta reflexión se desarrolla “en espiral”, regresando continuamente sobre algunos temas centrales: los movimientos sociales, la construcción de la sociedad por sí misma, la democracia, el sujeto personal y el colectivo, etc. Cada uno de estos libros desarrolla temas que han sido ya tratados anteriormente agregando nuevos elementos y una perspectiva adicional.[1] (734s)
De sus años de formación vale destacar que, a sus 20 años, en 1945, ingresa a la École Normale Supérieure, pero en 1947 se escapa de las rigideces de la Normale, y se va a estudiar a Hungría, donde visita fincas en el marco de la reforma agraria en marcha. Luego pasa a Yugoslavia por un corto periodo y regresa a Francia, se residencia en Valenciennes, en la zona de minería de carbón de Nord-Pas-de-Calais al norte del país galo, donde va a vincularse como minero entre 1947 y 1948, experiencia que marcara su reflexión sobre el trabajo y la conciencia obrera.
Por esos años leyó The Human Problems of Industrial Machinery (1946) de Georges Friedmann, quien se convirtiera en su maestro y mentor, a su regreso a la École Normale Supérieure donde se graduó en 1950. Ese mismo año, Friedmann lo incorporó al Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), donde se incorporó al Centro de Estudios Sociológicos, dirigido por los padres de la sociología del trabajo: Friedmann y Georges Gurvitch.
En 1952 se gana una beca para una estancia en Universidad de Harvard; donde interlocutora con el mayor jerarca de la ortodoxia sociológica, el fundador del estructural funcionalista, Talcott Parsons. En 1953 realizó una conferencia en México donde recibió el premio de ciencias sociales a cargo de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Tras esa temporada estadounidense, regresa a realizar su investigación sobre los obreros de la industria automotriz que se publicó en 1955: La evolución del trabajo obrero en las fábricas Renault, donde ya es visible la influencia de la sociología industrial estadounidense y las relaciones industriales, así como la investigación de encuestas de Paul Lazarsfeld, y para este trabajo realiza 1.200 entrevistas. Ese libro tendrá gran influencia en la sociología del trabajo y el obrerismo francés e italiano con su teoría de las tres fases: a) predominio del obrero profesional (segunda mitad del siglo XIX); b) preponderancia y ampliación del obrero masa (primera mitad del siglo XX), y c) preeminencia de la administración sobre el proceso de trabajo (desde principios de la década de 1950).
En esa teoría conocida como ‘ABC’ se establece una relación entre el tipo de tecnología, perfil de obreros y características de luchas entre estos y los empresarios. Este esquema es apropiado por las tendencias más radicales del obrerismo francés e italiano de las décadas de 1960 y 1970, lideradas para el primer país por Serge Mallet y en el segundo por Rainero Panzieri, y su influencia se puede rastrear hasta hoy en autores como Toni Negri y Marizio Lazzarato, entre otros.
En 1956 viajó a Chile, donde constituyó una familia. También en ese año fundó el Centro de Estudios para la Sociología del Trabajo de la Universidad de Chile. Su apego a América del Sur le proporcionará material para varios proyectos de investigación. En 1958, dejó el CNRS por la École Pratique des Hautes Études (actualmente École des Hautes Etudes en Sciences Sociales) y fundó el Taller de Sociología Industrial de París. Al año siguiente, participó en la fundación de la revista Sociologie du travail.
En 1964 defendió sus dos tesis doctorales en la Universidad de París. Su tesis principal fue publicada como Sociologie de l’action en 1965, y su tesis menor, como La conscience ouvrière, en 1966, donde se expuso a la humillación de uno de los jurados, Raymon Aron. Pero esos dos libros se convertirían en clásicos olvidados, no solo de la sociología del trabajo, sino incluso de las ciencias sociales, y en ellas se contiene el “esquematismo de la razón”, teórica del pensador nacido en Hermanville-sur-Mer, Normandía.
En esos años desarrolla sus investigaciones con dos grandes de la institucionalización de la sociología en América Latina, en 1965 publica con Gino Germani América del Sur: un proletariado nuevo; y con Torcuato Di Tella —junto con Lucien Brams y Jean-Daniel Rayneud—, una investigación en el complejo industrial minero de Concepción-Chile, que en 1967 se publicó bajo el título Sindicato y comunidad: dos tipos de estructura sindical latinoamericana. La densidad de estas indagaciones y las redes construidas ameritan una biografía intelectual individual y colectiva que se pregunte tanto por su impacto en las ciencias sociales, como por las tradiciones de pesquisas no continuadas.
A través de estas investigaciones crea el paradigma de la sociología de la acción, o el “accionalismo”, orientado al estudio histórico de los fenómenos emergentes en la sociedad, por oposición al funcionalismo hegemónico de entonces, que estudiaba la sociología como si fuera un sistema de relaciones, y de los estructuralismos que agrupaba por la característica común de estudiar las expresiones simbólicas del hecho social. Con ello se diferencia de los distintos determinismos, tanto de los de Parsons como de los del estructuralismo de Louis Althusser, pero también de los estructuralismos a la manera de Claude Lévi-Strauss, Michael Foucault o Pierre Bourdieu, por citar a algunos de mayor prestigio y que construyeron lo central de sus planteamientos por esos mismos años.
Al tratar de evitar el estructuralismo que denominamos como situacionista, por no tratar de explicar a los sujetos y subjetividades (aunque no usa este término), por su ubicación en la estructura social, recupera el concepto de conciencia tanto individual como colectiva, donde podemos reconocer la influencia no confesa de la conciencia de clase de Marx y la conciencia colectiva de Durkheim. Y en ello cumplen un papel importante sus estudios del trabajo, pues a diferencia de los estudios sociales dominadas por el enfoque sociodemográfico, el trabajo es entendido como actividad, como proceso, es decir, como relación social, relación con el producto y con los otros (tenemos que advertir que no se va a encontrar un lenguaje inclusivo de género en su obra de esas décadas). Por esa vía su obra se convierte en una interfase entre el estructuralismo y las teorías de la agencia y los posestructuralismos que dominan la escena de las ciencias sociales desde la década de 1980.
En términos de Touraine, su metodología está orientada desde entonces (1965: Sociología de la acción) por el retorno al sujeto (personal y colectivo), por ir del trabajo a la categoría más amplia de acción, las alienaciones culturales, el sistema político enmarcado en la civilización industrial. De forma esquemática podemos resumir su esquema en dos niveles accionalistas: 1) la conciencia histórica, que parte de su estudio del movimiento obrero, pero que ya desde entonces se puede extender a cualquier movimiento social. Este nivel también se concibe bajo la categoría de historicidad, consistente en la lucha por imponer un modelo cultural al conjunto de la sociedad. 2) Sociabilidad, referida a la conciencia existencial de los sujetos para formar un sujeto colectivo. Para construir este enfoque combina dos niveles funcionales: el socioeconómico y el cultural (como sistema de símbolos). Valga reiterar que para este periodo de la obra touraineniana prima la centralidad del trabajo como núcleo estructurante de las relaciones sociales.
En el libro La conciencia obrera (1966), subraya que esta no es la suma de las conciencias individuales, sino la manifestación del sujeto histórico, que es cuando entablan una lucha por la historicidad. Para analizar la constitución de sujetos, propone la combinación de tres niveles de conciencia: conciencia de identidad del sujeto (no simplemente individual); conciencia oposición (en conflicto); conciencia de totalidad (campo de enfrentamiento, que incluye al modelo cultural como central). Esto conecta con el proyecto o proyectos que sustentan la historicidad de los sujetos. En su análisis posterior de los nuevos movimientos sociales no se abandonan estas dimensiones, se profundiza en su fundamentación.
La historicidad también es definida como proceso de auto-producción de la sociedad, como capacidad de una sociedad de orientar su propio funcionamiento, de construir sus pautas normativas y de elaborar sus prácticas en un periodo determinado de su historia. Pero la historicidad no constituye el único nivel de la acción social. Y en este sentido el sujeto histórico es aquel que lucha en el nivel más elevado, el de la historicidad. La historicidad no es ni una categoría empírica ni una trascendental, sino un referente de significación general en la se conforman los actores concretos, por lo que esa categoría permite interpretarlos más allá de las limitaciones de la inmediates de su acción social. Así entendida, la historicidad es la totalidad desde donde se interpreta la interacción de los diferentes actores enfrentados.
Para Touraine cabe identificar un eje central del conflicto, que en su tesis doctoral es la cultura, con lo que desde entonces se empieza a deslizar de la centralidad del trabajo a la centralidad de la cultura, donde se pueden definir otros ejes de conflicto, unos de mayor impacto que otros. Y su impacto es definido por la capacidad del movimiento social para generar proyectos, combinando identidad y conflicto en una totalidad, perfilándose diferentes niveles de conciencia, de acuerdo a como se sitúan frente en la historicidad, es decir, de cara al modelo histórico, al modelo cultural.
Pero acontecerá el mayo francés de 1968, en el que, al principio, convergerán una gran huelga —de unos diez millones de obreros— y movimiento masivo estudiantil. Rápidamente los sindicatos negociarán y dejarán a los estudiantes en las calles. Pese a que lo va a conceptualizar como un “comunismo utópico”, ese movimiento se convierte para Touraine en un parte aguas en la formación de la historicidad.
En 1968 Touraine era profesor de sociología en Nanterre, se solidarizó con el movimiento estudiantil, y empezó a dar el viraje de estudio del movimiento obrero hacia otros movimientos como el estudiantil, el ambientalista, el regionalista. Y de su análisis de la sociedad industrial a la sociedad posindustrial. En 1969 publica una de sus obras más reseñadas, La sociedad post-industrial, donde el movimiento es un movimiento entre otros movimientos, pero aparece como institucionalizado. Y siguiendo su teoría ABC, en la fase C, de automatización, esta es producto de una creciente y acelerada innovación científica y tecnológica, que se va a conocer luego como tercera revolución industrial. Pero con la especialización y la automatización, el obrero es desplazado a la simple función de mantenimiento y supervisión, y el sindicalismo se hace funcional al capitalismo, se institucionaliza.
Con ese viraje conceptual aparecen nuevos actores sociales: estudiantes, políticos, profesionales, que implican un giro en la historicidad, que relega a un segundo plano el conflicto entre obreros y empresarios. Ahora el eje central del conflicto será en torno a las alienaciones culturales, es decir, la enajenación de los nuevos actores de las decisiones políticas, de la economía y de la cultura. Disputa por el control de las decisiones de la sociedad como conjunto y no solo sobre el proceso de trabajo. Para Touraine, el control de las decisiones está por encima de la explotación, y va en procura de la autonomía y autogestión de nuevos actores. Se trata del predominio de una nueva oposición, entre quienes saben hacer y quienes se aseguran un lugar en el sistema político y mediático de la sociedad. De esta manera se diferencia de Daniel Bell y David Riesman, que habían usado años antes (1966) el término de sociedad posindustrial, para referirse al paso de sociedades que generaban ocupación, fundamentalmente en las industrias, a unas que lo hacían en los servicios, que pasaban de la hegemonía de los valores del ascetismo del trabajo al hedonismo del consumo.
Dejamos acá, por el momento. En la próxima semana nos concentraremos en su tipo de historicidad y, con él, el de los movimientos sociales propios de la sociedad post-industrial.
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[1] Pleyers, G. (2006). En la búsqueda de actores y desafío sociales. La sociología de Alain Touraine, en Estudios Sociológicos, septiembre-diciembre de 2006, Colegio de México, vol. 24, N.° 3, pp.744s.
Juan Carlos Celis Ospina, Profesor Asociado del Departamento de sociología, Universidad Nacional de Colombia
Foto tomada de: Infobae
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