Entre las diferentes teorías sobre movimientos sociales, la que elabora Touraine a lo largo de su vida se destaca por ubicarse en el despliegue de una teoría social, pensando en qué sociedad se constituyen y cómo reconstituyen a esa sociedad. En la primera parte referimos al Touraine estudioso del mundo del trabajo, y cómo, desde su teoría ABC, empezó a avizorar el viraje hacia otro tipo de sociedad, conocido como sociedad post-industrial, pese a que en las páginas internas de su libro de 1969 prefiere denominarla sociedad programada.
Se las denominará sociedades post-industriales si se pretende señalar la distancia que las separa de las sociedades de industrialización que las han precedido, y que todavía se mezclan con ellas tanto bajo su forma capitalista como bajo su forma socialista. Se las denominará sociedades tecnocráticas si se pretende designarlas según el poder que las domina. Se las denominara sociedades programadas si se intenta definirlas ante todo por la naturaleza de su modo de producción y de organización económica. Me parece que esta última expresión es la más útil por ser la que indica más directamente la naturaleza del trabajo y de la acción económica. (1969, p. 5)
Con este tipo de conceptos hace una diferenciación con la razón funcionalista, caracterizando un periodo de transición y otorgándoles un lugar privilegiado a los movimientos sociales. En cuanto al primer aspecto, no se trata de estudiar cómo funciona el sistema social, sino “las intenciones y las representaciones de los actores” y sus interacciones (1969, p. 6).
En cuanto a la transición, significa que, pese a que a finales de la década de 1960 se había alcanzado un alto grado de productividad, este no permite la liberación de las preocupaciones exclusivas de la producción, sino que, por el contrario, se trata de una sociedad más movilizada por el crecimiento económico.
Y en tercer lugar, el ángulo de análisis se dirige a la pregunta por las orientaciones sociales y culturales, por la caracterización de los conflictos sociales y del poder, a través de los cuales se forman esas orientaciones, es decir, se pregunta por los movimientos sociales.
Pero, como ya hemos dicho, la centralidad no está en el trabajo, sino en la cultura y la forma en que se crea. En otros términos, hay un deslizamiento de la constitución de sujetos en las relaciones de explotación hacia los lugares de las alienaciones. Y en esto Touraine es pionero de una inmensa producción investigativa y teórica, que se desplazará del estudio de los conflictos de clase hacia los conflictos culturales: género, étnico-raciales, coloniales, generacionales, formas de vida, entre otros.
Touraine lee los síntomas que salen a la calle en 1968, y dirige su mirada hacia otros conflictos y sujetos: “La oposición se da menos entre el capital y el trabajo que entre los aparatos de decisión económica y política y quienes están sometidos a una participación dependiente.” (1969, p. 11). En consecuencia, la alienación y desalienación frente a esos aparatos de decisión se convierte en el eje central del conflicto social, “que se interpone entre los actores y los valores culturales” (p. 12). Lo que se traduce en una movilización del “conjunto de la personalidad”.
De ahí el llamamiento a la imaginación en contra de las pseudo-racionalidades; a la sexualidad contra el arte de agradar y adaptarse: a la invención contra la transmisión de códigos y tradiciones.
La sociedad, durante mucho tiempo embotada por la satisfacción de su éxito material, no rechaza el progreso técnico y el crecimiento económico: rechaza la sumisión de éste a un poder que pretende ser impersonal y racional, y que difunde la idea de que no es más que el conjunto de las exigencias del cambio y de la producción.
Frente a una dominación social que se identifica con el crecimiento beneficioso, que sólo considera el conjunto de las conductas sociales como medios de adaptación a las necesidades de este crecimiento, concebido como un proceso natural y social, se alza en una rebelión salvaje; la contrapartida, sin embargo, es siempre la lucha en favor de la creatividad y contra los poderes y las coerciones de los aparatos. La dependencia se convierte en conflicto; la participación, en ‘contestación’. (1969, p. 13)
Así, la Universidad se convierte en el lugar privilegiado para generar nuevas luchas sociales, puesto que en ella las coerciones sociales son menos poderosas que en otras instituciones. Y por esta vía, entonces, desde las casas de conocimiento, las luchas sociales mutan hacia “revoluciones culturales”. Y es que en las sociedades programadas “la información, la educación o el consumo están vinculados más estrechamente que antes al terreno de la programación” (1969, p. 21), pero el conflicto ya no se desarrolla al interior del mecanismo económico fundamental: la empresa, sino en los ámbitos de la reproducción social y cultural. Por lo tanto, propone:
No hablemos más de poder: hablemos de influencia. No hablemos más de conflictos de clases: hablemos de tensiones múltiples, que ya no se trata de eliminar sino de dirigir dentro de los límites en que son negociables. (1969, p. 27)
De ahí en adelante la obra de Touraine se entrelaza en una red de investigadores que estudian la formación de la sociedad programada desde distintos ángulos: nuevos movimientos sociales de todo tipo, marginados urbanos, migrantes, asambleas ciudadanas, instituciones e, incluso, el estudio del terrorismo. De gran recordación son su acercamiento al movimiento Solidaridad en Polonia en la década de 1980, o a los neozapatistas mexicanos desde la segunda mitad de la década de 1990. Y también merecería una reflexión especial su propuesta de intervención sociológica con distanciamiento y a la vez compromiso con los movimientos sociales. Y entre sus propias síntesis destacamos un artículo suyo de 1987, donde en apenas cinco páginas sintetiza la esencia de su teoría de los movimientos sociales, de lo que queremos reproducir una parte:
La naturaleza de los movimientos sociales
A continuación, se presentan algunos principios de análisis de los movimientos sociales.
(1) Los movimientos sociales siempre están definidos por un conflicto social, es decir, por oponentes claramente definidos.
(2) La idea más controversial que ha sido defendida aquí es que un tipo societal dado es solamente una pareja central de conflicto de movimientos sociales.
(3) La razón por la que muchas personas están espontáneamente convencidas de la pluralidad de los conflictos es que identifican los movimientos sociales con la oposición o los movimientos “populares” que desafían el “orden social”.
(4) Si frecuentemente nos sentimos incómodos con la idea de un movimiento social central, es debido a que todavía estamos influenciados por una larga tradición que identifica los movimientos sociales y la acción política, es decir, la acción organizada apuntada a controlar el estado de poder.
(5) Los tres tipos principales de movimientos sociales deben distinguirse. Los movimientos sociales, en un sentido estricto, representan los esfuerzos conflictivos por controlar los patrones culturales (conocimiento, inversión, ética) en un tipo societal dado.
Pero pese a lo documentado y discutido de la teoría de Touraine, críticas como la de Alberto Merlucci —otro de los grandes referentes del estudio de los movimientos sociales—, en el sentido de que el sociólogo francés no explica el paso del conflicto sistémico a la historicidad, de que al dejar de lado un análisis de clase, los fenómenos colectivos se leen como fenómenos emocionales producto del mal funcionamiento de los mecanismos de integración. A esos problemas agregaríamos, que, así como Touraine propone como eje central la cultura, se dispersa en una multiplicidad de conflictos, y así como Habermas y muchos otros, postula la imposibilidad de un macrosujeto social, y lo anacrónico de la noción de clase, por corresponder a un pensamiento historicista (Touraine, 1993, pp. 311s), de una orientación teleológica predefinida del destino de las sociedades. Pero en el siglo XXI por todas las latitudes mundiales se registran estallidos sociales y grandes movilizaciones, donde convergen distintos actores y movimientos, han hecho necesario reconstruir categorías como multitudes, pueblo o clases para poder leer las relaciones sociales y culturales contemporáneas. En mi perspectiva pienso que han regresado las clases sociales, recargadas por opresiones transversales (género, étnico-raciales, generacionales, etc.) que, en procesos diversos de relacionamiento, van constituyendo campos clasistas de subalternos, que bien pueden construir proyectos históricos alternativos, cuyos contornos y contenido se están formando ante nuestros ojos.
Referencias
Touraine, A. (1969). La sociedad post-industrial. Barcelona: Ariel.
Touraine, A. (1987). El estudio de los movimientos sociales, una introducción al estudio de los movimientos sociales. México: Mimeo.
Touraine, A. (1993). Crítica de la modernidad. Madrid: Ed. Temas.
Juan Carlos Celis Ospina, Profesor Asociado del Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia
Foto tomada de: El Mundo
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