No es cierto que la pandemia nos ha hecho iguales ante su posibilidad de percepción, de contagio, de padecimiento y desenlace. La evolución natural de la enfermedad en los pacientes está signada por la evolución social de la enfermedad en lo colectivo. Una cosa es el enfermo y otra cosa es la enfermedad. No hay igualdad en estos aspectos porque las comunidades no son iguales. Las personas, se sabe de sobra, no son iguales, y los usos sociales del cuerpo tampoco son iguales. El virus ha golpeado con mucha más severidad a poblaciones y personas que son más vulnerables tanto física como socialmente. No es una nota adicional el decir esto, dado que de ahora en adelante la búsqueda de la igualdad debe estar en la mesa de participación y de la planeación estratégica para transformar nuestras sociedades. En un mundo postpandémico no deseamos seguir viendo crecer las brechas de las desigualdades, tal cual como los economistas pronostican.
Vivimos una época atiborrada de información pero, paradójicamente, con menos conocimientos y, por lo tanto, con menos sabiduría. Tenemos que producir menos información con la mayor objetividad posible para generar más sabiduría en la ciudadanía para poder construir una dimensión cívica y democrática en nuestra sociedad. Y, también, una dimensión política, basada en la solidaridad y la responsabilidad social. Tanta información en todos los sentidos no nos permite que la gente se apropie de lo que está ocurriendo. Se nos ofrecen vistazos de la realidad con la abalancha de información cotidiana, pero no tenemos capacidad de reaccionar ante las dificultades o los problemas.
Lo paradójico es que demasiada información es un obstáculo para conocer objetivamente la realidad. En el caso del Covid-19 han desfilado teorías que van desde mitos, leyendas, creencias, tradiciones, hasta auténticas explicaciones científicas sin que logren incrementar de manera masiva nuestro conocimiento de la peste actual. Necesitamos libros, ensayos, investigaciones y un periodismo investigativo para tener una mayor claridad.
La sabiduría es diferente del mero conocimiento dado que la primera logra activar y potenciar las emociones que conducen a las personas a una actuación constructiva de un mundo mejor. Sería cruel que como resultado de la crisis pandémica del Covid-19 caigamos aun mucho más en manos del autoritarismo demagógico y/o populista. Vivimos, por cierto, en una democracia frágil (electorerista con todos los vicios posibles), en la medida en que no existe una ciudadanía humanista. Bajo un Estado carente de una plena legitimidad institucional y de un mandato social. Y esta ausencia deslegitima en buena parte sus directrices y recomendaciones frente a la prevención y contención de la pandemia.
No podemos cerrar las puertas y construir muros inalienables. Ncesitamos de una solidaridad global. Debemos ser, por muchas razones, escépticos, pero no eternos pesimistas. Mucho menos fatalistas. O mejor: seamos pesimistas, lo que para el caso significa que somos optimistas bien informados. Muchos intelectuales recomiendan que el intelecto debe ser siempre escéptico (por lo bien informado), pero que debemos tener siempre un optimismo vital en los sueños e ideales de que las cosas deben y pueden cambiar. Un optimismo, por decirlo gráficamente, de corazón.
No parece sensato el regresar a las cosas como estaban antes del Covid-19. Debemos construir un mundo más igualitario y más feliz.
Carlos Payares González
Foto tomada de: Primeraedicion.com
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