Los conflictos posteriores a la culminación de la Guerra Fría han estado permeados por una idea común, ser tramitados de forma previa por los diferentes canales diplomáticos y/o humanitarios de Naciones Unidas antes del inicio de las acciones militares, pero esta premisa impone en la institución una fuerza simbólica que supera su misma capacidad operativa.
Las guerras de Ucrania y Gaza son las nuevas heridas en la ONU, heridas que la institución no puedo evitar, no puede sanar ni puede contener, estos conflictos han desatado en el mundo un rumbo que no garantiza estabilidad para nadie, tanto Gaza como Ucrania son el reflejo de la decadencia del poder institucional que cede ante el poder de los Gobiernos, en esta juego de ironías, la violencia marca el rumbo de dos naciones que se convierten en la sepultura de la etapa del derecho internacional que nos toco como generación.
Estas guerras se interpretan como los mayores fracasos de Naciones Unidas por que se imprimió la idea de que la institución podía evitar lo que potencias regionales buscaban consolidar o defender, se interpreta el fracaso de la diplomacia y las instituciones como la necesidad de cambiar el todo por el todo sin dar lugar a lo aprendido.
La realidad desde 1991 hasta la fecha es que todo conflicto armado o escenario de guerra entre naciones ha sido discutido ampliamente sin llegar a un punto común de resolución, pero el error en todo este proceso se encuentra en la misma interpretación sobre lo posible.
El proyecto de Naciones Unidas fue la forma de restructurar intereses en común en un mundo que necesitaba un descanso temporal y ese objetivo se logro en el periodo posguerra, pero el mundo nunca estará sometido a reglas escritas de forma estricta.
La historia de proyectos como lo han sido la Sociedad de Naciones y Naciones Unidas, han tenido que cargar consigo la ambición del control en el rumbo a la incertidumbre que representan los intereses de todos y cada uno de los gobiernos y los pueblos que integran este proceso, aquí es donde juega el factor humano y la inevitable ironía de los intereses reales y los cálculos de poder que quiebran todos los limites escritos, limites que se suelen remplazar por la fuerza cuando los argumentos o intereses no llegan a buen término.
El genocidio de Ruanda, las guerras Yugoslavas, la guerra de agresión de Irak, la guerra civil Siria, Libia y Egipcia en el marco de la Primavera Árabe, el golpe de Estado talibán en Afganistán, la guerra de agresión Rusa a Ucrania y la actual guerra declarada de Israel contra la franja de Gaza, son un breve recuento de conflictos que muchos reclaman tenían que ser resueltos por la ONU.
Se reclama públicamente a la institución por su incapacidad, pero no se detienen las voces llenas de sentimiento en la comprensión que implica evaluar que las decisiones que se soportan en la fuerza siempre estarán en los tiempos de adversidad, se critica a la ONU por su incapacidad de contener todos y cada uno de los conflictos, se le exige a la institución responder con fuerza a los generadores del conflicto, se exige que la institución intervenga en todos los escenarios, olvidando así que nunca fue su función.
Aunque represente una gran ironía la ONU tiene como premisa dos hechos fundacionales, i) la historia y las reglas las escriben los vencedores y ii) la autodeterminación de los pueblos es un As en el juego de ajedrez del poder al que nadie quiere renunciar, lo cual define unas reglas no escritas sobre el como se configura el mundo en sus constantes traumas y heridas, por este motivo la misma ONU no puede ser quien ejerza la función de la fuerza toda vez que estaría negando así los principios constituyentes sobre los cuales se concertó.
En esto radica la ironía de exigir a la ONU ser el poder que contenga los poderes por medio de la fuerza, este goce que se percibe en repetir que Naciones Unidas fracasó, tiene una carga potencial de realidad, pero conlleva su propia tragedia, el fracaso de los proyectos de unificación siempre estará presente, pero estos tienen una ventana temporal para ofrecer estabilidad, en el caso de esta institución se percibe que el tiempo ya terminó, pero del caos siempre queda la necesidad sobre los nuevos procesos de reorganización, donde no puede ser la lógica de la fuerza si no la lógica del consenso por el mismo instinto de supervivencia que queda posterior a la confrontación.
En un mundo que busca la multipolaridad con potencias regionales en ascenso, las tensiones ni se reducen ni necesariamente su humanizan, se dispersan y se concentran, pero no se eliminan, la multipolaridad será el camino de redefinición en la próxima década, pero este paso lleva inmerso la necesidad de concebir la economía y estabilidad como prioridades, hasta que las necesidades y/o intereses impongan la necesidad de la fuerza sobre la estabilidad.
Todos confían en tener las formulas definitivas hasta que se implementan y la realidad supera la expectativa, hasta que los fracasos nos enseñan que no todo es posible, por ello la pregunta para quienes aboguen y gocen con afirmar “El fin de Naciones Unidas” es preguntarles ¿Remplazarlo con qué y cómo? Y ¿Qué hacer cuando estos proyectos futuros también fracasen?
Abdiel Mateus Herrera, Abogado y Coautor de la Agenda de Transición Democrática, Otra Colombia es Posible.
Foto tomada de: RTVE.es
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