Los resultados de las elecciones territoriales que acaban de pasar en Colombia trajeron aires de renovación del panorama político nacional. El número de gobernadores y alcaldes electos que se presentaron como candidatos alternativos o independientes, no había sido antes tan importante y significativo como ahora. Llama también la atención el número de alianzas electorales amplias y diversas que se conformaron, representando una variada paleta de intereses y de nuevas ciudadanías, reflejo de las problemáticas actuales, como las ambientales, de hábitat, convivencia y educación, entre otras, así como de los relevos generacionales y las transformaciones culturales que vive nuestra sociedad.
El triunfo en Bogotá de Claudia López para el segundo cargo más importante del país después del presidente de la república ha sido ampliamente destacado en la prensa internacional por cuatro razones: por su condición de mujer, siendo la primera alcaldesa electa por voto popular, en una sociedad aún machista; por su orientación sexual en un país muy católico: ella hace parte, públicamente, de la comunidad LGTB; por su lucha contra la corrupción; y por su pertenencia a la Alianza Verde y su programa de gobierno de centro izquierda. Su propósito además, así lo ha expresado, va más allá: insistir en una gran coalición de todos los alternativos, independientes, progresistas y ciudadanías libres, no sólo para gobernar Bogotá sino para gobernar el país.
En otros lugares también ganaron las fuerzas alternativas e independientes. Los resultados electorales, conocidos poco después del cierre de las urnas, lo cual habla bien de la Registraduría Nacional y del uso de las TIC, son sorprendentes y dicientes: en las ciudades de Arauca, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Cúcuta, Florencia, Manizales, Medellín, Villavicencio y Yopal, y en los departamentos de Boyacá, Caldas, Cauca, Magdalena, Meta, Quindío, San Andrés, Santander, Santander del Norte, Risaralda y Vaupés, fueron elegidos alcaldes y gobernadores que compitieron frente a los candidatos de los partidos tradicionales y del establecimiento, en medio de prejuicios sociales e ideas conservadoras; de maquinarias politiqueras, parapolíticos y ex-paramilitares; y de clanes familiares que detentan parcelas del poder público y de la contratación de obras públicas.
La jornada electoral del pasado 27 de octubre fue pacífica, transcurrió normalmente, y la legitimidad de los resultados no está cuestionada. Aumentó la participación electoral, siendo una de las votaciones más altas de los últimos años, y el voto en blanco en varios municipios fue alto, algo que de todas maneras fortalece la democracia y la participación política. Sin embargo, en el último año cada 36 horas un candidato sufrió violencia política según la Fundación Paz y Reconciliación; la compra de votos, fenómeno político y social, sigue presente en muchos sitios del país; y los grupos armados ilegales continúan ejerciendo su poder en ciertas áreas rurales.
Estos resultados electorales arrojan luz sobre los procesos de cambio en curso. El nuevo mapa electoral colombiano muestra que el péndulo político del país está cambiando de dirección y comienza a moverse hacia el centro izquierda. En el campo de la derecha, el partido del expresidente Álvaro Uribe, Centro Democrático, perdió terreno. En efecto, numerosos colombianos rechazan cada vez más el enfrentamiento polarizador, la riña permanente y agotadora y los epítetos descalificadores como forma de hacer política. En el campo de la izquierda, la coalición Colombia Humana-UP también estuvo lejos de sus expectativas. Así como los más de 10 millones de votos que sacó Iván Duque en los comicios presidenciales de 2018 no se tradujeron en votos suficientes para los candidatos del Centro Democrático, tampoco fueron transferibles a los candidatos de la Colombia Humana, la mayoría de los más de 8 millones de votos que obtuvo Gustavo Petro en dichos comicios. La tendencia hacia posiciones de izquierda más moderadas, por parte de mucha gente que en el pasado acompañó a Petro, hoy es visible. Así, estas elecciones muestran que los extremos políticos han disminuido su capacidad de convocatoria.
Los resultados de estos comicios también ponen en evidencia que una base importante de los votantes de a pie se ha alejado de los partidos del establecimiento. Los escándalos de corrupción que envuelven a reconocidos “varones electorales”, han debilitado la influencia de sus partidos en las regiones y tienen hastiada a la sociedad colombiana. Pero es injusto y nocivo para la democracia, generalizar la suspicacia sobre el conjunto de los políticos. Lo cierto es que los candidatos alternativos e independientes lograron seducir en estas elecciones a sus votantes en buena parte gracias a que son vistos como una generación nueva de políticos ajena a la corrupción. Sin embargo, no puede decirse tajantemente que partidos como el Liberal, Conservador y Cambio Radical, “quedaron en los rines”: también ganaron buen número de alcaldías y gobernaciones.
El voto fue menos clientelista y menos ideológico. Fue más de opinión, más programático y más tolerante, ligado a las necesidades diarias de la gente y a las preocupaciones de nuevas ciudadanías como los ambientalistas, animalistas y millennials, entre otras. De hecho, las encuestas sobre la intención de voto, realizadas con muestreos ridículamente pequeños y cuestionables metodologías, sin ningún tipo de reglamentación, y que una vez difundidas a través de los medios de comunicación y las redes sociales influyen fuertemente en la decisión del “voto útil”, no surtieron efecto. Casi todas las encuestas se pifiaron.
Con los resultados de estas elecciones, las primeras del posconflicto, se abren nuevas oportunidades para fortalecer en los territorios las iniciativas por La Paz. Recordemos las grandes marchas y los plantones de julio pasado, en 57 ciudades de Colombia y 53 en el exterior, repudiando el asesinato de líderes sociales y exigiendo la acción decidida del Estado frente a este terrible flagelo. El debilitamiento político de los sectores del NO y el retroceso de la parapolítica en el país, así como la llegada al poder regional y local de partidos, movimientos y coaliciones alternativos e independientes, que apoyan firmemente los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, hoy partido político FARC, deberían crear mejores condiciones para la convivencia y la concertación en las regiones.
Llegamos entonces a un escenario en el que se abren retos de gran calado a los mandatarios alternativos e independientes electos que pretendan cambios efectivos, y que de no lograrlo abrirán nuevamente el paso a la clase política que no ha sabido dar soluciones de fondo a los déficits regionales y locales que nos aquejan. Pero en paralelo, la construcción de una convergencia política amplia para las presidenciales del 2022, en la que se debería incluir a la izquierda y al centro político alrededor de un proyecto de centroizquierda, será la mejor opción para afianzar lo alcanzado en estas elecciones territoriales y darle un nuevo rumbo al país.
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Mauricio Trujillo Uribe: Consultor en Ciudades Inteligentes.
Foto obtenida de: http://www.semaforo.mx/
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