El vandalismo es obra de combos minoritarios que no representan a los manifestantes y el abuso policial es obra de grupos de uniformados minoritarios que no representan a la policía, ambos se retroalimentan y sus efectos tienen hondas repercusiones en la sociedad. El primero envilece la causa de la ciudadanía que sale a protestar, el segundo envilece la misión constitucional de la fuerza pública; el primero alimenta cierto discurso que estigmatiza la protesta social mediante la falacia del complot del “castro-chavismo” y el “terrorismo molecular”, el segundo apalanca cierto discurso que estigmatiza las medidas de orden público mediante el fácil calificativo de “gobierno fascista” y “terrorismo de estado”. Sin embargo, pese a los hechos de vandalismo y abuso policial, y a la espiral perversa de falsos videos y exageraciones incendiarias que alimentan esos hechos, la lucha del movimiento social en curso está dando resultados, el gobierno ha cedido y acepta la negociación, la cual debe hacerse de cara a la opinión pública a través de medios virtuales. Afortunadamente la juventud que hoy se expresa, descubre, como antes, que es una fuerza viva y dinámica, fuente de ideas y acción política, y vector de cambio democrático. La juventud que hoy se moviliza por un futuro mejor nos está demostrando que hay razones para el optimismo.
Numerosas son las imágenes en los medios de comunicación y redes sociales sobre hechos de vandalismo, de un lado, y abuso policial, del otro, en el paro nacional del pasado 28 de abril y en el curso de las multitudinarias manifestaciones de protesta contra el gobierno de Duque que han tenido lugar en las dos semanas siguientes.
Es una movilización masiva y heterogénea, de diversas ciudadanías, en la que la juventud ha sido protagonista central. Una protesta social que no se había visto con tal fuerza desde el paro nacional del 14 de septiembre de 1977, e incluso tiene mayor magnitud. Encuentra su razón de ser en la inconformidad y resistencia que genera la situación de miseria, pobreza y precariedad que vive hoy el 70% de la población, y en la ausencia de oportunidades de progreso, de canales de movilidad social hacia mejores condiciones de vida y de esperanza de un futuro digno.
Es un vandalismo obra de combos minoritarios que no representan a los cientos de miles de manifestantes que han salido en marchas y concentraciones a lo largo y ancho del país. Éstas han sido predominantemente pacíficas, incluso algunas con expresiones artísticas. Lo que observamos con frecuencia es que las gavillas de vándalos aparecen al final de las jornadas de protesta cuando éstas prácticamente están terminando. La destrucción de bienes públicos y privados, de buses y estaciones, ha sido mayúscula, además de saqueos a comercios. Los heridos del Esmad –Escuadrón Móvil Antidisturbios- son cerca de ochocientos, más de cuarenta CAI –Centro de Atención Inmediata- han sido incendiados y un oficial de policía fue asesinado.
Es un abuso policial obra de grupos de uniformados minoritarios que no representan a la policía, aunque numerosos videos dan testimonio del uso desproporcionado de la fuerza ejercida contra manifestantes por comandos del Esmad y de policías motorizados. Se cuentan por centenares los ciudadanos heridos, más de veinte personas han fallecido en las refriegas, al menos dos jóvenes fueron asesinados y hay más de ciento treinta desaparecidos, según la defensoría.
La “cultura” de la violencia está presente en la historia del país y subyace todavía en la reacción epidérmica de no pocos ciudadanos. El espíritu pendenciero conjuga ideologías o imaginarios. También interviene la frustración e indignación ligada al desequilibrio, desigualdad y exclusión.
El vandalismo y el abuso policial tienen hondas repercusiones en nuestra sociedad. El uno y el otro se retroalimentan, se sirven mutuamente. El primero envilece la causa por la cual protesta la ciudadanía ejerciendo su derecho constitucional, la deslegitima y socava el respaldo a la misma de sectores de la sociedad. El segundo envilece la misión constitucional de la fuerza pública, la distorsiona y socava el respaldo a la misma de sectores de la sociedad.
El vandalismo es enemigo de los manifestantes, intoxica la protesta. A lo cual se suma la exacerbación que provocan los bloqueos de carreteras. El abuso policial es enemigo del buen gobierno, intoxica la democracia. Tanto más cuando la policía tiene el monopolio legítimo de las armas y por mandato de la república es garante de la seguridad y protección de la ciudadanía, incluidos los manifestantes.
El vandalismo alimenta cierto discurso que estigmatiza y busca desacreditar la protesta social mediante la falacia del complot del “castro-chavismo” y el “terrorismo molecular”. El abuso policial apalanca cierto discurso que estigmatiza y busca ilegitimar las medidas de orden público mediante el fácil calificativo de “gobierno fascista” y “terrorismo de estado”.
Frente a una movilización radicalizada como la actual, no basta que el comité nacional de paro, con el cual no se siente conectada buena parte de la juventud, haga un llamamiento a la protesta pacífica: sus promotores deben acompañarlo de una reflexión pública y franca acerca del daño que ocasiona el vandalismo. Ante un estallido de descontento popular como el actual, no basta que el presidente repita que todo acto fuera de la ley por parte de la fuerza pública será materia de investigación: debe reconocer públicamente los desafueros cometidos en toda su dimensión y condenarlos sin soslayo ni ambigüedades.
Sin embargo, pese a los hechos de vandalismo y abuso policial, y a la espiral perversa de falsos videos y exageraciones incendiarias que alimentan esos hechos, la lucha del movimiento social en curso está dando resultados, el gobierno ha cedido retirando la reforma tributaria y aceptando la negociación, la cual debe hacerse de cara a la opinión pública a través de medios virtuales.
Entendiendo que la pandemia de Covid-19 limita la capacidad de respuesta del Estado, las soluciones a concertar, con base en unos mínimos fundamentales, tienen que ser prontas, realistas y medibles. Sin embargo, sólo un cambio del actual modelo económico neoliberal y de otros factores estructurales incubados de tiempo atrás, permitirá disminuir radicalmente los índices de desigualdad e inequidad y abrirle paso a un país próspero a mediano plazo.
Cambio que la clase dirigente que gobierna Colombia no hará porque no es de su interés, no tiene la voluntad política. Afortunadamente la juventud que hoy se expresa en las calles, descubre, como antes ha sucedido y en su momento se consiguieron cambios, que es una fuerza viva y dinámica, fuente de ideas y acción política, y vector de transformaciones democráticas. La juventud que hoy se moviliza por un futuro mejor nos está de mostrando que hay razones para el optimismo.
Mauricio Trujillo Uribe, Blog: agoradeldomingo.com
Foto tomada de: Semana.com
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