Una lectura atenta revela que la obra del economista escocés no puede usarse para justificar el discurso neoliberal contemporáneo
La gran mayoría de izquierdistas observan con recelo la figura de Adam Smith, uno de los grandes intelectuales de la ilustración escocesa. Concretamente, su popular metáfora sobre la “mano invisible” se relaciona casi automáticamente con la hoja de ruta del neoliberalismo. En gran parte, que se vincule a Smith con la derecha económica tiene mucho sentido. Desde mediados del siglo XX, se ha usado su obra para legitimar una multitud de programas de mercantilización de la sociedad. Un ejemplo relativamente reciente es que, en 2010, estudiantes norteamericanos de diferentes Masters in Business Administration (MBA) formaron The Adam Smith Society, un think-tank que enaltece las virtudes de la liberalización económica. El consenso sobre la interpretación de la obra de Smith, de hecho, es tan grande que hasta muchos de los economistas críticos con el neoliberalismo la aceptan. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, por ejemplo, argumentó que Smith es el máximo representante de la “fantasía neoliberal” contra la que hay que combatir. Teniendo en cuenta el uso tan burdo que se hace de la obra de Smith –a saber: ‘cuanto menos Estado mejor’, al margen del cuándo, el cómo y el dónde–, cabe preguntarse si se le está haciendo justicia. ¿Puede realmente resumirse su obra en tan simple consigna?
Smith nace en Kirkcaldy, Escocia, en 1723. Siendo catedrático de filosofía moral en Glasgow, en 1759, publica la Teoría de los Sentimientos Morales, que siempre consideró su obra más importante. A pesar de sus consideraciones personales, hasta la publicación de La riqueza de las naciones, en 1776, no se convierte en un autor clave en la historia intelectual: el padre de la economía moderna. Inicialmente, su legado siguió cauces muy distintos a los que cabría presuponer en base a sus más actuales valedores: las ideas de Smith fueron reivindicadas por pensadores radicales y revolucionarios liberales como Nicolas de Condorcet, Thomas Paine o Mary Wollstonecraft, que contribuyeron a asentar las bases ideológicas de la actual izquierda política.
Los defensores contemporáneos de Smith olvidan que para analizar sus ideas y entender qué pretendía con ellas hay que tener en cuenta el contexto social, político y económico en el que las escribió. Las mismas propuestas pueden tener consecuencias radicalmente diferentes en función de dónde se apliquen. A diferencia de hoy, cuando la gran mayoría de mercados tienen estructuras cuasimonopolísticas, en el siglo XVIII las empresas eran pequeñas y estaban especializadas en sectores muy concretos. El principal motivo que explica que el tamaño de las empresas fuese tan limitado es la aversión generalizada que existía en la época a capitalizar compañías a través de acciones transferibles. De hecho, en 1720 entró en vigor la South Sea Bubble Act, que obligaba a las empresas que quisieran financiarse a través de acciones a pedir permiso al Parlamento. Esta legislación influyó profundamente en el tipo de financiación empresarial que existió hasta 1835, año en que se derogó la ley. Como la gran mayoría de empresarios estaban obligados a financiar sus negocios con dinero propio o de conocidos, el tamaño medio de las empresas era relativamente pequeño.
Smith considera que el Estado también debe invertir en aquellos proyectos que benefician al conjunto de la sociedad, pero que no son suficientemente rentables para que el mercado se ocupe de ellos. Para definirlos, subdivide los proyectos en obras públicas e instituciones. Con obras públicas, se refiere a lo que hoy en día se entiende como infraestructuras (carreteras, canales y puentes, por ejemplo); y con instituciones, se refiere, sobre todo, a la educación. Smith, de hecho, esboza una crítica que luego inspirará a Marx a desarrollar su teoría de la alienación. La división del trabajo que provocan los mercados, señala, vuelve a las personas estúpidas e ignorantes, y las degrada moral e intelectualmente. Para evitar que esto ocurra, Smith considera que el Estado debería intervenir en la sociedad para garantizar el acceso a la educación de sus ciudadanos.
Los tres roles que Smith asigna al Estado demuestran que no le otorga un rol secundario o mínimo. De hecho, dejando de lado el primero de los motivos que plantea –la cuestión de la seguridad nacional–, los otros dos, en cierto modo, hacen que se le pueda considerar un teórico del Estado del bienestar socialdemócrata avant la lettre. Para Smith, independientemente del poder adquisitivo del que dispongan las personas, el Estado debe intervenir para que se les trate como ciudadanos de pleno derecho (que tengan igual acceso a la justicia, a infraestructuras básicas y a instituciones educativas).
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Hugo de Camps Mora, escribe sobre economía, sociología y sobre todo acerca de la interacción entre ambas disciplinas.
Fuente: https://ctxt.es/es/20221001/Firmas/40983/adam-smith-mano-invisible-mercado-estado.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium
Foto tomada de: https://ctxt.es/es/20221001/Firmas/40983/adam-smith-mano-invisible-mercado-estado.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium
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