A primera vista, este hecho puede parecer desconcertante. Si uno toma en cuenta la historia reciente de los Estados Unidos, en realidad no lo es. Lo que ha ocurrido en los últimos 40 años es clave para entender por qué Trump ganó en el 2016, porqué casi gana en el 2020 y porqué un líder trumpista, no Trump, podría ganar en el 2024.
La polarización asimétrica y el aumento de la desigualdad
La dinámica política más importante en los Estados Unidos en la última época es quizá la polarización asimétrica a nivel de las élites, primero, y luego a nivel de la ciudadanía. Desde finales de los años 1970s, los miembros del Partido Republicano giraron aún más a la derecha y asumieron posiciones cada vez más radicales. Reaccionaron en contra del cambio cultural de los 1960s con un regreso a los valores tradicionales: la familia patriarcal, el rechazo al aborto, la penalización de las drogas, la presencia de la religión en la vida pública, etc. Además, tornaron hacia un discurso bastante extremo en materia de libertad económica. Todo lo que fuera regulación les sonaba a intromisión indebida del Estado en la economía; toda redistribución; un robo; toda forma de organización laboral, un obstáculo al crecimiento económico. Los demócratas no se radicalizaron del mismo modo. Por eso es que el término clave es el de polarización asimétrica.
Los republicanos volvieron a la Casa Blanca con Ronald Reagan en 1981, pero se tardaron en más tiempo en tomar el control del Congreso. En 1994 ocurrió la ‘Revolución Republicana’: los republicanos volvieron a ser mayoría en la Cámara de Representantes, lo que le cambió el escenario al demócrata Bill Clinton, quien había sido elegido 2 años antes. Las cosas se le pusieron incluso peor en 1994 pues, a pesar de haber sido reelegido presidente, los republicanos ganaron también el control del Senado.
Clinton, confundido quizá acerca del significado de la victoria estadounidense en la Guerra Fría, promovió la ratificación del tratado de libre comercio con Canadá y México con pocas protecciones para los trabajadores. Fracasó en su propósito de una reforma a la salud que le diera cubrimiento al sector más vulnerable de la población y, en el camino, capituló ante la radicalidad de los republicanos: redujo las prestaciones sociales con el fin de reducir el gasto fiscal y le dio vía libre a reformas al sector financiero que disminuyeron sustancialmente las barreras para la especulación. Clinton, sin embargo, se preciaba de que su gobierno había creado una nueva ola de prosperidad. Hasta cierto punto, tenía razón. Aunque los beneficios del crecimiento económico quedaron en muy pocas manos, incluso la gente pobre experimentó un aumento relativo de su bienestar.
Los republicanos volvieron a la Casa Blanca en el 2000. El Presidente Bush promovió una nueva reforma a la legislación tributaria que favoreció aún más a los más ricos, pero desperdició el superávit fiscal que había logrado Clinton embarcándose en una guerra absurda en Irak. Al final de su segundo mandato, estalló la crisis financiera más grave de los últimos 80 años. La causa fue una especulación inmobiliaria sin precedentes debida a la laxitud de la legislación financiera en vigor.
Y así llegamos al presidente estadounidense que más ha confundido a la opinión pública: Barack Obama. Su juvenil sonrisa, su origen afrodescendiente, y su estilo desenfadado, pero asertivo ha embaucado a mucha gente. La verdad es que, como lo dijo el profesor Cornel West, Obama es un Rockefeller con piel negra. Este presidente estadounidense rescató a los bancos, pero no hizo mucho por ayudar a los deudores hipotecarios. Durante su gobierno, a mucha gente le remataron la casa y, para colmo de males, no le condonaron la deuda. Aunque Obama logró aprobar una reforma a la salud que extendió la cobertura a más personas, el esquema que dejó en pie es muy parecido al de la Ley 100: con unos intermediarios financieros de por medio, la prestación de salud en los Estados Unidos es simplemente un gran negocio. De ahí que este sea el país avanzado económicamente que más gasta en salud y que, al mismo tiempo, tenga una tasa de longevidad relativamente baja. En promedio, la gente estadounidense, por su mala calidad de vida y el limitado acceso a la salud, se muere mucho antes que en otros países avanzados. Para rematar, Obama nunca hizo de la reducción de la desigualdad una bandera política.
Hasta ahora, no he dicho nada de la política exterior. En Estados Unidos, durante las elecciones, se habla muy poco de este tema. Se trata de un país donde impera un cierto solipsismo político. Quizá tenga que ver con el hecho de que es muy grande y las noticias de lo que ocurre dentro de sus fronteras ocupan la atención de la mayoría de la gente. Yo creo que tiene que ver más bien con uno de sus mitos fundadores: ser la excepción, el país de la libertad y de la democracia, etc. Si bien uno esperaría que hubiese un poco más de conciencia planetaria en el país más poderoso del planeta, hay que aceptar que no es así.
La victoria electoral de Trump en el 2016 y su inesperado repunte en el 2020
Si los medios de comunicación se hubiesen tomado su responsabilidad social en serio y hubiesen puesto en un segundo lugar los ratings, Trump no habría podido ser candidato del Partido Republicano y mucho menos Presidente. Sin embargo, esto es como pedirle peras al olmo. En el competido mercado del info-trenimiento, Trump aumentó la audiencia de muchos medios y, por tanto, sus ingresos. A pesar de su limitado vocabulario, su ordinariez y superficialidad, los medios le pusieron todos los micrófonos. Algunas de las cosas que dijo Trump no eran triviales, como ser un hombre rico que no dependería de ningún grupo económico para hacer su campaña. Al amparo de esta cualidad y también con el expediente de ponerle apodos y ridiculizar a sus rivales, Trump logró ser ungido candidato del Partido Republicano.
Lo de Trump no era meramente un fenómeno mediático. Era una conexión electrificante con un país autoritario y pobre, que vive en lo que muchos llaman ‘la América profunda’. A diferencia de América Latina, donde la gran mayoría de la población vive hoy en grandes centros urbanos, en Estados Unidos la mayoría vive en pequeñas ciudades, pueblos y zonas rurales. Mucha de esta gente es, como ya lo dije, bastante pobre. Son los relegados por el sistema, los rednecks (los cuellos-rojos, por su exposición al sol, mientras trabajan), los white trash (la basura blanca). No tienen mucho en común con las estrellas de cine y de la farándula que son ateas, consumen drogas y tienen una conducta sexual desinhibida. Tienen poca educación y, si quisieran estudiar, tendrían que endeudarse. Tienden por ello a ser racistas y prejuiciosos. Muchos consumen opiáceos para mitigar dolencias físicas, pero también para olvidarse del mundo. Si el doctor no les renueva la dosis, se pasan a la heroína, a pesar de todas las prédicas contra las drogas. De hecho, en los condados donde más muertos ha habido por consumo de heroína es donde Trump ha obtenido más votos. No les gusta que su país se llene de inmigrantes latinoamericanos y han visto que China se ha convertido en una nueva potencia mundial. No confían en los medios de comunicación tradicionales, excepto en la cadena Fox; prefieren los programas sensacionalistas, como los de Rush Limbaugh y Alex Jones, y son adeptos a las teorías conspirativas que circulan en las redes. Por eso creen que el calentamiento global es un cuento inventado para debilitar a los Estados Unidos.
Trump se le ha aparecido dos veces a esta población para pedirle su voto y dos veces se lo ha ganado. ¿Por qué? Porque Trump validó su estilo poco sofisticado, que contrasta con el de las demonizadas élites cosmopolitas de las grandes ciudades; les prometió que obligaría –y lo hizo con relativo éxito– a las empresas estadounidenses a volver a su país para generar nuevos puestos de trabajo; les dijo que enfrentaría a China y también lo hizo; les anunció que detendría la ola de inmigración con lo cual la población blanca podría seguir siendo la mayoría y puso a los recién llegados en campos de concentración, donde fueron separados de sus hijos; les habló de la ley y el orden, cuando muchos afroamericanos se rebotaron contra los abusos de la policía; les repitió una y otra vez que los medios de comunicación sólo dicen mentiras y que no había que hacer nada para detener el calentamiento global. Salvo Bernie Sanders, Trump ha sido el político estadounidense que mejor ha entendido la rabia y el resentimiento de todos los relegados por el sistema. Por eso es que en esta gente resonó el discurso de Hacer que Estados Unidos Vuelva a Ser Grande (‘Make America Great Again).
Desde luego, Trump tiene numerosos apoyos en la élite blanca. El empresario del mundo digital, Peter Thiel (fundador de PayPal, uno de los primeros inversionistas en facebook), quien tiene ideas bastante de derecha, ha apoyado incondicionalmente a Trump. También lo han hecho los multimillonarios hermanos Koch, conocidos por sus grandes inversiones en la industria petroquímica. Trump cuenta además con el apoyo de un sector de la clase media blanca educada, que vive en barrios segregados, con poco contacto con gente pobre, negra o latina.
La decisión del establecimiento del Partido Demócrata de apoyar a Joe Biden y su triunfo en el 2020
Cuando comenzó la carrera hacia la presidencia en el seno del Partido Demócrata, el chance de Joe Biden de ganar era muy limitado. El campo estaba ocupado por Bernie Sanders; la senadora Elizabeth Warren, quien había comenzado a hablar de poner en cintura a Facebook, Google y Amazon; así como por una nueva figura, el exalcalde gay de South Bend, Pete Buttigieg. Kamala Harris ni siquiera llegó a las primarias. En diciembre del 2019 le dio su apoyo a Biden.
El establecimiento demócrata se puso entonces las pilas y puso toda su maquinaria al servicio de Biden. Contrario a lo que uno pueda pensar, los demócratas han cimentado una fuerte relación con Wall Street. Hillary Clinton recibió de firmas como Goldman Sachs cuantiosos honorarios por unas pocas conferencias. Biden, no deberíamos olvidarlo, fue muchísimos años senador de un estado que es un paraíso fiscal: Delaware y Harris fue bastante suave con los acreedores hipotecarios, cuando fue fiscal del estado de California. Aunque el Partido Demócrata es la organización política que tiene más cercanía con los sindicatos, tenemos que tener en cuenta que el número de trabajadores sindicalizados en los Estados Unidos ha disminuido considerablemente y, por tanto, que esa ya no es su principal base electoral. Biden terminó por imponerse a Sanders, a quien al final le resultó costoso declararse socialista. Sus propuestas de un servicio de salud público y universal, de condonación de la deuda de los estudiantes, y de apoyo a la iniciativa de Alexandria Ocasio-Cortez de un ambicioso plan de transición energética para hacerle frente al calentamiento global, no lograron atraer a muchos electores. En cambio, la que sí lo hizo fue la postura poco comprometida de Biden. Ver para creer.
Biden se benefició del voto afroamericano y de los votantes de Sanders que en el 2016 prefiriendo quedarse en su casa, en vez de votar por Clinton. Esta vez sí tenían claro lo que significaban 4 años de Donald Trump. El voto latino se mantuvo en una proporción casi idéntica a favor de los demócratas, pero en varios estados clave Trump logró sacar de ese voto suficiente ventaja. Varios observadores han planteado que Biden pudo haber ganado Texas y la Florida. Sin embargo, no hizo suficientes esfuerzos por atraer el voto latino. Yo todavía no entiendo muy bien porqué.
El futuro de Biden
El éxito o fracaso de Biden va a depender, en parte, de lo que suceda con el Congreso. Los demócratas tienen una mayoría muy apretada en la Cámara de Representantes, por lo cual los republicanos ya han anunciado que harán todo lo posible para dividirlos. En el Senado, todo está pendiendo de un hilo. Hoy las cuentas están 50 a favor de los republicanos, incluido el resultado pendiente en Carolina del Norte, y 48 a favor de los demócratas. En enero del 2021 tendrá lugar una segunda vuelta para las dos curules del estado de Georgia. Si los demócratas ganan ambas, Kamala Harris, como vicepresidenta, votará cada vez que haya un empate. Si pierden una de las curules, los republicanos tendrán la mayoría y probablemente bloquearán muchos de los proyectos de Biden como lo hicieron con Obama. La única diferencia es que el líder republicano Mitch McConnell tiene una buena relación con Biden, pero estando de por medio la sobrevivencia de su partido y tantos intereses económicos en juego, creo que la jugará por el obstruccionismo.
Como lo mencioné anteriormente, Biden no tiene una propuesta para los relegados del sistema. No sé si a estas alturas el establecimiento demócrata se haya dado cuenta de las consecuencias de la desigualdad y la polarización. En un descuido, un trumpista dentro del Partido Republicano puede convertirse en el nuevo héroe de la clase obrera.
Juan Gabriel Gómez Albarello
Foto tomada de: https://elmercantil.com/
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