La historia venezolana ha estado marcada por la presencia de caudillos que han gobernado durante lapsos muy importantes de su historia, para recordar dos en el siglo pasado, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Es decir, hay antecedentes importantes de caudillismo que explicarían la aceptación en sectores de la sociedad venezolana de la manera de gobernar de Hugo Chávez, sin duda con rasgos caudillistas marcados. Recordemos que la presidencia de Hugo Chávez fue producto de la crisis del sistema de partidos venezolano, que se hundió en medio de un desprestigio asociado a la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo, pero igualmente hizo crisis un estilo de vida, basado en un Estado benefactor sui-generis, que se sustentaba en la renta petrolera. Estos dos pilares de la estabilidad venezolana, desde el Pacto de Punto Fijo de finales de los cincuenta del siglo pasado, no han logrado sustituirse de manera tal que los venezolanos cuenten con nuevos referentes de identidad y estabilidad.
Colombia ha logrado mantener una democracia formal, con elecciones periódicas de los gobernantes –recordemos que en el siglo XX sólo tuvimos la interrupción del gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla y la Junta Militar-, con un predominio del bipartidismo liberal-conservador por más de siglo y medio, pero todo ello acompañado con una recurrente presencia de violencia con justificaciones políticas. Elecciones y violencia han sido las características de la sui generis democracia colombiana. Para tratar de superar la violencia entre liberales y conservadores se acordó el Pacto del Frente Nacional, casi al tiempo que en Venezuela se daba el Pacto de Punto Fijo.
Adicionalmente, los procesos políticos que se viven a cada lado de la extensa frontera común entre los dos países, inevitablemente nos afectan. En el siglo XIX se sabe que en las guerras civiles colombianas, tanto liberales como conservadores, recibían apoyos –más o menos abiertos o encubiertos- de sus pares políticos-. Igual sucedió en el Siglo XX.
Por ello es inevitable que lo que suceda a uno u otro lado de la frontera nos termina involucrando. Y es muy difícil que puedan ser ajenos a lo que allí se vive.
Esto lo señalo como antecedente para entender lo que viene sucediendo en las actuales relaciones entre los dos países.
Colombia y en esto sólo hay diferencia de grado entre los gobiernos de Uribe, Santos y Duque, han estado liderando las iniciativas políticas tendientes a lograr que el proyecto chavista, ahora expresado en la presidencia venezolana por Nicolás Maduro, pueda ser desalojado del poder, con el argumento central que allí no existe una ‘democracia liberal’, y esto tomó fuerza después de que la OEA pasó de ser una organización de Estados a una especie de club de democracias liberales, con la adopción de la llamada ‘Carta Democrática’. El actual Gobierno de Iván Duque, dentro de la actual oleada de gobiernos de derecha en la región y con la influencia evidente del gobierno norteamericano de Trump, donde hay una fuerte influencia de ‘halcones’ en política exterior, ha querido ser el líder de la cruzada para desalojar del poder al Gobierno de Maduro, a cualquier costo.
Eso ha colocado a Colombia en la primera línea, tanto para las acciones de provocación, como las denominó el Arzobispo de Cali Monseñor Darío Monsalve cuando señaló “me pareció un acto de hostigamiento, apoyado en una supuesta acción humanitaria y digo supuesta porque lo ‘humanitario’ está siendo allí indebidamente utilizado como lo han denunciado personas de organizaciones internacionales y la misma Iglesia Católica de Colombia a través del nuncio apostólico, ha dicho que no es una acción humanitaria la que tiene un tinte político.” Igualmente el concierto con artistas que viven alrededor de sus agentes de Miami, o la presencia de ‘observadores militares’ norteamericanos. Todo lo anterior desembocó en una formalización por Venezuela de ruptura de relaciones diplomáticas, que de hecho se habían congelado desde finales del Gobierno de Santos.
Todo ello lleva a la paradoja que, en teoría el país que podría jugar un rol protagónico en la búsqueda de salidas a la crisis política, en la práctica está inhabilitado por una de las partes que lo considera como alguien que tomó partido.
La salida a la crisis venezolana –porque sin duda hay crisis en ese país, en la medida en que no sólo un porcentaje de la sociedad tiene rupturas graves con el Gobierno Maduro, sino que existe un bloqueo por parte de USA y algunos gobiernos europeos, pero también una evidente incapacidad del actual Gobierno de formular y gestionar políticas públicas, además de la histórica corrupción que ha caracterizado el sistema político venezolano-, tiene que ser concertada y hecha por venezolanos, sin interferencia ni imposiciones externas y partiendo de reconocer que existe un porcentaje de la sociedad venezolana que comparte el proyecto político chavista, así como existe un porcentaje de esa sociedad que lo confronta desde la oposición.
Algunos argumentan que la negociación no funciona porque fracasaron los intentos hechos en el pasado reciente en República Dominicana; craso error; sería como decir que las elecciones no funcionan porque en ocasiones son alteradas por prácticas corruptas o antidemocráticas. Se trata es de contar con facilitadores con credibilidad y poder y me parece que en el momento esos son el Grupo de Contacto Internacional de países europeos y latinoamericanos –donde México y Uruguay pueden jugar un papel activo relevante-, además de Naciones Unidas –la OEA lamentablemente volvió a su histórico papel de ser solo funcional a los intereses políticos de USA- y acompañado de tiempos y reglas claras y precisas que lleven a uno o varios gobierno de transición, en que participen representantes de las dos fuerzas enfrentadas y convocatoria, con monitoreo internacional, de elecciones en el plazo prudencial que se acuerde.
Luego será necesaria seguramente una revisión de la Constitución Nacional para hacerle los ajustes que las partes consideren y dar inicio a un proceso con apoyo internacional, especialmente latinoamericano, de reingeniería y/o reforma de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana tendiente a su profesionalización y despartidización.
Desafortunadamente, no parece que el actual Gobierno colombiano tenga un rol importante a jugar en el corto plazo, por cuanto decidió convertirse en una de las partes y no en una opción de salida al problema. Sin embargo, esto podría modificarse si el Gobierno Duque, antes que seguir en la opción de confrontación o de suponer que la salida es solamente que quienes están en el poder lo abandonen unilateralmente, decidiera ayudar a construir el necesario escenario de concertación y negociación y apoyara el desarrollo del mismo. Cosa que por el momento parece un poco ilusa. Pero soñar no cuesta nada.
Mientras tanto, evitar provocaciones de lado y lado que pudieran ser justificativas de acciones guerreristas –bajo ninguna circunstancia los cantos de sirena guerrerista pueden tener cabida-, debería ser la tarea y en esto los partidos políticos independientes y de oposición, también los de Gobierno, así como los gobiernos regionales y locales pueden ayudar mucho con su actuar y exigiendo responsabilidad a todas las autoridades –civiles y militares- allí presentes. No podemos convertirnos en el escenario regional de una nueva ‘mini-guerra fría’ confrontando intereses políticos y sobretodo económicos de las potencias globales.
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Alejo Vargas Velásquez: Profesor Titular Universidad Nacional
Foto obtenida de: elPeriódico de Guatemala
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