En 2021 y más este año, los precios de la papa se dispararon hasta 4 mil por kilo en las tiendas. La población más pobre se ha visto obligada a reducir la comida que consume, porque también el precio del plátano y la yuca están por las nubes. Según la Encuesta de Pulso Social del Dane, antes de la pandemia el 88,9% de los hogares del país comían tres veces al día, pero para diciembre de 2021 esta cifra apenas estaba en 69%, lo que significa que unos 16 millones de personas no comen más de dos veces al día.
El mapa del hambre en Colombia en 2020 y en 2021-22 se ha visto impactado por el llamado fenómeno de la telaraña. La caída del ingreso por la aguda recesión de 2020 hizo colapsar las ventas de alimentos y la ruina que ello produjo hizo caer la siembra y la producción, provocando el alza de precios. No es algo nuevo sino repetitivo por décadas, hasta tal punto que a finales del siglo pasado se realizaron en el país investigaciones que calcularon las ecuaciones de la telaraña de la papa.
En Estados Unidos desde que se descubrieron las telarañas de los precios agropecuarios se realizaron programas para apoyarlos con la información calificada, planificación y medidas concretas. Se tomó conciencia de la necesidad de una continua intervención del Estado No podemos esperar a que por obra de las leyes del mercado el precio pueda llegar a acercarse a un equilibrio, al contrario, el teorema de la telaraña demuestra que el precio de algunas mercancías y en particular el precio de los productos agrícolas puede fluctuar indefinidamente entre los extremos e inclusive separarse más y más del punto de equilibrio.1
En Colombia no solamente no existen instituciones que garanticen una información oportuna a los pequeños productores y acciones planificadas, sino que por obra del neoliberalismo se desmontaron todas las instituciones capaces de incidir en forma importante sobre los precios, el crédito y la producción.
Entre las posibilidades que tienen los agricultores para amortiguar las caídas de precios al productor está por una parte procesar la producción, pero Colombia importa la papa deshidratada y cortada precocida, por otra parte se podría diversificar y alternar cultivos, pero para los paperos cultivos alternos claves eran el trigo y la cebada que ahora se importan y para completar se encarecieron el año pasado por la devaluación del peso y por las dificultades logísticas del comercio internacional tras el fin de la recesión, de modo que además de las alzas del precio del pan, se registró una escasez de cerveza.
También la devaluación provocó un alza del precio de los insumos importados, de manera que cuando los precios de la papa subieron, los agricultores se estrellaron contra una barrera adicional para aumentar las siembras.
Entre enero de 2021 y enero de 2022 los precios de los alimentos se incrementaron 19,94%, los de la papa 140%. Que los alimentos sean el motor de la inflación aumenta las diferencias sociales. Así el índice de precios registró un aumento del 5,56% para la población de ingresos altos, pero alcanzó 8,29% para los más pobres, que continúan comiendo mal a pesar de que el desempleo bajó de 21% en mayo al 11 % en diciembre y a pesar del alza del salario mínimo.
Las diferencias también se agudizan entre los productores agropecuarios, pues mientras los pequeños no logran romper la telaraña, los grandes propietarios están exportando carne a Hong Kong y el Medio Oriente, mientras el precio de la carne de res subió 35% en los últimos 12 meses y sigue subiendo, fenómeno que se registra en mayor escala en Brasil, donde los grandes agronegocios se dedican a exportar carne de res y cerdo a China.
La concentración cada vez mayor de la propiedad de la tierra ha debilitado la seguridad alimentaria del país, mientras que las importaciones crecientes de alimentos liquidaron nuestra soberanía alimentaria y siguen golpeando a los productores, como ocurrió en 2021 con los arroceros.
Mientras el campo sufre el problema estructural del latifundio, en la ciudad se concentra en los estratos altos el consumo de proteínas. Como lo demostró desde 2005 una investigación, en Bogotá los estratos 1 y 2 no conseguían el consumo mínimo requerido de proteínas y vitaminas, mientras el estrato 6 lo doblaba.2
La Encuesta Nacional de Situación Nutricional, ENSIN no se realizó en 2020, por lo cual sólo se cuenta con los resultados de 2015, que el 54,2 % de la población colombiana vivía bajo inseguridad alimentaria, y el 10.8 % de los niños menores de cinco años en Colombia sufría desnutrición crónica, lo que significa que en el país hay por lo menos 500 mil niños que sufren ese mal que los lesiona de por vida.
Colombia requiere una institucionalidad agropecuaria que tenga como objetivo principal garantizar el abastecimiento de alimentos para todos los habitantes. Lograr la seguridad alimentaria requiere recuperar la soberanía alimentaria y modificar los tratados de libre comercio para proteger la producción nacional de alimentos. El campesinado que nos alimenta debe recibir tierra de calidad, para que no sea enviado por los desplazamientos forzados, el despojo y las importaciones a vivir de cultivos ilegales. Necesitamos reordenar el territorio alrededor de las ciudades de manera que las tierras agrícolas se reserven para producir alimentos y las reservas naturales garanticen la sostenibilidad ambiental, el agua y el aire de los cuales cada habitante se alimenta y vive.
Notas
- Ezekiel, Mordecai (1938) “The Cobweb-Theorem“, Quarterly Journal of Economics 52: 255-280
- Yepes, Diego et.al. (2005) Consumo de Alimentos en Bogotá. Déficity canasta básica recomendada. Bogotá: ILSA, p. 38.
Héctor Mondragón
Foto tomada de: Voz de América
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